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Trotadores, los nuevos usuarios de la ciclovía

Arturo Guerrero
20 de diciembre de 2024 - 05:00 a. m.
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“Cada vez más la ciclovía cincuentenaria bogotana se convierte en pista de trote”: Arturo Guerrero.
“Cada vez más la ciclovía cincuentenaria bogotana se convierte en pista de trote”: Arturo Guerrero.
Foto: EFE - Carlos Ortega

Cada vez más la ciclovía cincuentenaria bogotana se convierte en pista de trote. Mezclados con los ciclistas avanzan los que corren. Y ¡sorpresa!, las mujeres son protagonistas más frecuentes de este ejercicio matutino dominical. Solo que no hay término que suene bien para señalar esta rutina colectiva. ¿Trotevía? ¿Correvía? No, no rima. En este sentido lingüístico la ciclovía es indestronable.

Los atletas aficionados fueron apareciendo poco a poco y nadie sabe quién los motivó a acompañar a los ciclistas. Muchos van solos, otros en compañía de amigos. Se destacan por su atuendo. Zapatos tenis con colores fosforescentes rojos, amarillos o verdes. Camiseta llamativa, tal vez para hacerse respetar en la vía. Pantaloneta o pantalón deportivo. Gorra o visera contra el sol. Gafas de sol.

Las mujeres han introducido la atención por la moda. Llevan unas falditas cuyos pliegues se levantan con el viento y con el impulso de las pisadas. Se cogen el pelo atrás y dejan volar rítmicamente la cola de caballo al compás del running. Sacuden las miradas masculinas con ráfagas armónicas de movimiento, que seguramente incrementan las endorfinas del bienestar general.

No hay que creer que ellas son damas de compañía de sus novios o admiradores. Muchas van solas, intrépidas, seguras de sí mismas. Además, quien intente alguna impertinencia ha de ser corredor asiduo, pues ellas mantienen un ritmo independiente de paso fuerte. Algunas, es verdad, descansan en algunos tramos y toman tragos de agua de la botella plástica que llevan.

La ciclovía ya no es feudo exclusivo de los ciclistas en esta ciudad sin parques. En efecto, hay largos tramos donde es difícil hallar una zona verde en medio del arsenal de casas y edificios. Y los viejos parques se convirtieron en espacios para el solaz de los perros, que dejan sus detritos sobre el verde y obligan a sus amos a hacer genuflexiones con bolsitas de plástico recolectoras.

En ocasiones, además, los sabuesos propinan mordiscos a los trotadores que exponen sus pantorrillas y músculos gemelos a las dentelladas peligrosas del mejor amigo del hombre. La sangre humana y la saliva canina han de guardar una alianza química, pues producen en la piel una mancha que perdura años.

En la ciclovía los dueños de perros difícilmente trotan, ya que los animalitos asegurados en sus traíllas son investigadores y su olfato los lleva a entretenerse con muchos estímulos de las calles. Son ellos, los perros, los que sacan a sus amos a pasear por la mañana. Así que los trotadores pueden ejercitarse sin temor al ataque de los cachorros.

A las celebraciones de los cincuenta años de la ciclovía les quedó faltando un saludo para la nueva concurrencia de los que corren. Mientras los ciclistas van muchas veces a ritmos locos, como emulando a los campeones en Europa, quienes trotan no asustan a nadie. No usan máquinas metálicas que puedan herir a alguien. Son invitados recientes que airean sus pulmones y le dan un aspecto benigno al domingo matutino.

arturoguerreror@gmail.com

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