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                                                                                                                                Una historia para reescribir

                                                                                                                                Pedro Antonio Marín fue protagonista de una época cuya historia debe reescribirse. Llegó al sur del Tolima hace casi sesenta años para defender su vida, sin saber que iba a convertirse en una buena –o mala- leyenda. Desde 1948 habían comenzado a sonar las balas en el sur del Tolima.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Hacia 1950 Loaiza era el gran líder de las autodefensas. Los campesinos miraron hacia él y, siempre que sintieron amenazada su vida y sus bienes, fueron en su búsqueda. A poco andar era ya el general Gerardo Loaiza, comandante de una guerrilla numerosa integrada por campesinos liberales. Aquel y éstos, como protagonistas de una pequeña historia comarcana, estaban escribiendo, sin saberlo, uno de los grandes capítulos de la historia nacional.

                                                                                                                                Atraídos por el prestigio de Loaiza llegaron, casi simultáneamente, a “La Gallera” dos pequeños grupos armados: Uno dirigido por Isauro Yossa, ex líder sindical de formación comunista procedente de “El Limón” en Chaparral, y otro por Pedro Antonio Marín, un campesino nacido también en Génova y sobrino político de Loaiza. El primero se conocía como “Líster” y el segundo como “Tirofijo”, pero aquel era comunista y éste era liberal.

                                                                                                                                Como resultado de aquel encuentro nació el famoso campamento del “El Davis”. Con un mando unificado y colectivo, liberales y comunistas conformaron una sola guerrilla para defenderse y enfrentar al gobierno. A propuesta de Yossa, designaron unos instructores para la formación de los guerrilleros. A poco andar los camaradas consideraron oportuno recomponer el mando unificado, destituir a sus miembros liberales y nombrar un estado mayor que consintiera tener línea directa con el comité central del partido comunista.

                                                                                                                                Igualmente ordenaron la creación del “disco rojo”, una especie de organismo de vigilancia, para garantizar la lealtad de los guerrilleros o el comportamiento de los vecinos y sancionar sus disensos; la de células guerrilleras femeninas y la de un ejército infantil, cuyos integrantes eran sustraídos de la potestad paterna, causando natural malestar entre los campesinos.
                                                                                                                                 
                                                                                                                                Al rechazar tanto las decisiones como el procedimiento de los camaradas, Loaiza protocolizó la ruptura política en el seno de la guerrilla. “Yo soy un liberal limpio” dijo antes de retirarse. Ese fue el origen de la división entre “Limpios” y “Comunes” y la razón del nombre asumido por cada uno de los dos bandos. Los “Limpios” permanecieron fieles al liberalismo y los “Comunes” al partido comunista. Aquella pelea fue histórica. Unos y otros se trabaron en un agudo enfrentamiento que, en más de una ocasión llegó a las armas, y que no se superó nunca.

                                                                                                                                En esas diferencias no participó “Tirofijo”. Se encontraba en la zona de “La Herrera” taponando el ingreso del enemigo por el oeste. Regresó en 1952 a “La Gallera”, justo en el momento en que los soldados de Loaiza se disponían a fusilar al guerrillero Jacobo Prías Alape, conocido como “Charro Negro”. Marín se interpuso y le salvó la vida. Eso los aproximó, pero lo distanció de sus parientes los Loaiza. Años más tarde, cuando los “Comunes” se establecieron en Marquetalia, definieron un comando integrado, en orden jerárquico, por Jacobo Prías Alape, quien decidió llamarse Fermín Charry Rincón, Rigoberto Lozada, alias “Joselo” y Pedro Antonio Marín, quien decidió llamarse Manuel Marulanda.

                                                                                                                                En 1958, con el advenimiento del Frente Nacional, soplaron vientos de reconciliación. El futuro era esperanzador y la paz quedó al alcance de la mano. El general Gerardo Loaiza fue el primer guerrillero liberal que hizo la paz con el gobierno, pero el propio “Tirofijo” regresó a la vida civil, pues durante un año se desempeñó como inspector de carreteras. David Gómez, un hijo del sur del Tolima, testigo excepcional de aquellos sucesos, que hoy vive en Bogotá, lo recuerda inspeccionando las obras de la carretera que conducía de Neiva a Planadas.

                                                                                                                                Volvió a las armas en 1960, cuando guerrilleros liberales dieron muerte a “Charro Negro” y se intensificó la lucha entre “Limpios” y “Comunes”, en medio del estímulo de la fuerza pública. Al año siguiente se había asentado en Marquetalia, mientras la prensa nacional comenzaba a hablar de una “república independiente”. Antes de un lustro los “Comunes” se habían convertido en las “Farc”, para dar inicio a otra historia, esa sí más conocida.

                                                                                                                                El nuevo grupo insurgente se conformó como el brazo armado del partido comunista, cuya política incluía la combinación de todas las formas de lucha. Pero los camaradas colombianos estaban fracturados en dos líneas políticas: una prosoviética y otra prochina. Mientras tanto, los aires victoriosos de la Sierra Maestra abonaron el nacimiento del Ejército de Liberación Nacional. En su seno, el cura Camilo Torres escribió un doloroso capítulo de frustraciones.

                                                                                                                                Al partido comunista le quedaron grandes aquellos desarrollos épicos. Ya había ocurrido lo mismo en el pasado y volvería a ocurrir en el futuro. Los camaradas estuvieron ausentes de la empresa reformadora de la República Liberal, le dieron la espalda a Jorge Eliécer Gaitán y luego se encerraron en su propia capilla. Las propias “Farc” se encerraron en el monte y dejaron de ser una amenaza para el establecimiento.

                                                                                                                                Los años siguientes fueron testigos de una guerra irregular e intermitente, lejana para las elites, ajena para el ciudadano común y rutinaria para las “Farc” que crecían sin prisa y, a lo mejor, sin pausa. Tras cooptar la oposición el Frente Nacional se cerró sobre sí mismo, descuidó amplias zonas del territorio y se volvió insensible frente a los malos hábitos públicos.

                                                                                                                                Las guerras se pervierten porque la guerra pervierte a los que hacen la guerra. Así funciona su lógica diabólica. Por eso nacieron los paramilitares y por eso las “Farc” echaron a perder sus ideales. Y por lo mismo, la vida de “Tirofijo” terminó signada por una doble derrota. Para él, porque, incapaz de entender un cambio de época que dejó atrás la lucha armada, consintió la conversión de un grupo insurgente en un sistema delincuencial de vida; y para el sistema vigente porque, incapaz de derrotarlo, tuvo que conformarse con verlo morir de viejo.

                                                                                                                                Ex senador, profesor universitario.

                                                                                                                                atm@cidan.net

                                                                                                                                Pedro Antonio Marín fue protagonista de una época cuya historia debe reescribirse. Llegó al sur del Tolima hace casi sesenta años para defender su vida, sin saber que iba a convertirse en una buena –o mala- leyenda. Desde 1948 habían comenzado a sonar las balas en el sur del Tolima.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Hacia 1950 Loaiza era el gran líder de las autodefensas. Los campesinos miraron hacia él y, siempre que sintieron amenazada su vida y sus bienes, fueron en su búsqueda. A poco andar era ya el general Gerardo Loaiza, comandante de una guerrilla numerosa integrada por campesinos liberales. Aquel y éstos, como protagonistas de una pequeña historia comarcana, estaban escribiendo, sin saberlo, uno de los grandes capítulos de la historia nacional.

                                                                                                                                Atraídos por el prestigio de Loaiza llegaron, casi simultáneamente, a “La Gallera” dos pequeños grupos armados: Uno dirigido por Isauro Yossa, ex líder sindical de formación comunista procedente de “El Limón” en Chaparral, y otro por Pedro Antonio Marín, un campesino nacido también en Génova y sobrino político de Loaiza. El primero se conocía como “Líster” y el segundo como “Tirofijo”, pero aquel era comunista y éste era liberal.

                                                                                                                                Como resultado de aquel encuentro nació el famoso campamento del “El Davis”. Con un mando unificado y colectivo, liberales y comunistas conformaron una sola guerrilla para defenderse y enfrentar al gobierno. A propuesta de Yossa, designaron unos instructores para la formación de los guerrilleros. A poco andar los camaradas consideraron oportuno recomponer el mando unificado, destituir a sus miembros liberales y nombrar un estado mayor que consintiera tener línea directa con el comité central del partido comunista.

                                                                                                                                Igualmente ordenaron la creación del “disco rojo”, una especie de organismo de vigilancia, para garantizar la lealtad de los guerrilleros o el comportamiento de los vecinos y sancionar sus disensos; la de células guerrilleras femeninas y la de un ejército infantil, cuyos integrantes eran sustraídos de la potestad paterna, causando natural malestar entre los campesinos.
                                                                                                                                 
                                                                                                                                Al rechazar tanto las decisiones como el procedimiento de los camaradas, Loaiza protocolizó la ruptura política en el seno de la guerrilla. “Yo soy un liberal limpio” dijo antes de retirarse. Ese fue el origen de la división entre “Limpios” y “Comunes” y la razón del nombre asumido por cada uno de los dos bandos. Los “Limpios” permanecieron fieles al liberalismo y los “Comunes” al partido comunista. Aquella pelea fue histórica. Unos y otros se trabaron en un agudo enfrentamiento que, en más de una ocasión llegó a las armas, y que no se superó nunca.

                                                                                                                                En esas diferencias no participó “Tirofijo”. Se encontraba en la zona de “La Herrera” taponando el ingreso del enemigo por el oeste. Regresó en 1952 a “La Gallera”, justo en el momento en que los soldados de Loaiza se disponían a fusilar al guerrillero Jacobo Prías Alape, conocido como “Charro Negro”. Marín se interpuso y le salvó la vida. Eso los aproximó, pero lo distanció de sus parientes los Loaiza. Años más tarde, cuando los “Comunes” se establecieron en Marquetalia, definieron un comando integrado, en orden jerárquico, por Jacobo Prías Alape, quien decidió llamarse Fermín Charry Rincón, Rigoberto Lozada, alias “Joselo” y Pedro Antonio Marín, quien decidió llamarse Manuel Marulanda.

                                                                                                                                En 1958, con el advenimiento del Frente Nacional, soplaron vientos de reconciliación. El futuro era esperanzador y la paz quedó al alcance de la mano. El general Gerardo Loaiza fue el primer guerrillero liberal que hizo la paz con el gobierno, pero el propio “Tirofijo” regresó a la vida civil, pues durante un año se desempeñó como inspector de carreteras. David Gómez, un hijo del sur del Tolima, testigo excepcional de aquellos sucesos, que hoy vive en Bogotá, lo recuerda inspeccionando las obras de la carretera que conducía de Neiva a Planadas.

                                                                                                                                Volvió a las armas en 1960, cuando guerrilleros liberales dieron muerte a “Charro Negro” y se intensificó la lucha entre “Limpios” y “Comunes”, en medio del estímulo de la fuerza pública. Al año siguiente se había asentado en Marquetalia, mientras la prensa nacional comenzaba a hablar de una “república independiente”. Antes de un lustro los “Comunes” se habían convertido en las “Farc”, para dar inicio a otra historia, esa sí más conocida.

                                                                                                                                El nuevo grupo insurgente se conformó como el brazo armado del partido comunista, cuya política incluía la combinación de todas las formas de lucha. Pero los camaradas colombianos estaban fracturados en dos líneas políticas: una prosoviética y otra prochina. Mientras tanto, los aires victoriosos de la Sierra Maestra abonaron el nacimiento del Ejército de Liberación Nacional. En su seno, el cura Camilo Torres escribió un doloroso capítulo de frustraciones.

                                                                                                                                Al partido comunista le quedaron grandes aquellos desarrollos épicos. Ya había ocurrido lo mismo en el pasado y volvería a ocurrir en el futuro. Los camaradas estuvieron ausentes de la empresa reformadora de la República Liberal, le dieron la espalda a Jorge Eliécer Gaitán y luego se encerraron en su propia capilla. Las propias “Farc” se encerraron en el monte y dejaron de ser una amenaza para el establecimiento.

                                                                                                                                Los años siguientes fueron testigos de una guerra irregular e intermitente, lejana para las elites, ajena para el ciudadano común y rutinaria para las “Farc” que crecían sin prisa y, a lo mejor, sin pausa. Tras cooptar la oposición el Frente Nacional se cerró sobre sí mismo, descuidó amplias zonas del territorio y se volvió insensible frente a los malos hábitos públicos.

                                                                                                                                Las guerras se pervierten porque la guerra pervierte a los que hacen la guerra. Así funciona su lógica diabólica. Por eso nacieron los paramilitares y por eso las “Farc” echaron a perder sus ideales. Y por lo mismo, la vida de “Tirofijo” terminó signada por una doble derrota. Para él, porque, incapaz de entender un cambio de época que dejó atrás la lucha armada, consintió la conversión de un grupo insurgente en un sistema delincuencial de vida; y para el sistema vigente porque, incapaz de derrotarlo, tuvo que conformarse con verlo morir de viejo.

                                                                                                                                Ex senador, profesor universitario.

                                                                                                                                atm@cidan.net

                                                                                                                                Temas recomendados:

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