Adicciones: embustes y realidadLlega diciembre y me empuja. Ya siento la angustia por no haber prendido las luces en el balcón. La obligación y la culpabilidad por los regalos obligatorios y superfluos, mientras dejo de dar a quienes realmente lo necesitan, me invaden. No pongo árbol ni aunque me obliguen. El pesebre ya es solo una cajita de cartón con figuritas en tercera dimensión y unas lucecitas. No me gusta el pavo, los buñuelos me provocan acidez y la natilla me impresiona. En fin...
Pero mi tema es otro. Llega el alcohol a raudales, la marihuana, las drogas sintéticas, las intravenosas, la coca escondida en tampones, el bazuco y todos los combos posibles. La muerte y la violencia, agazapadas, disfrazadas de rumba.
Me llega el prólogo del libro de Miguel Bettin, Ph. D. en Psicobiología, titulado Adicciones: embustes y realidades. Lo conozco desde hace más de treinta años, cuando llegué a la Fundación Pida Ayuda en Bogotá hecha un harapo, tras intentar salir de mi adicción al alcohol y la coca en la Florida. Inicié mi recuperación, recaí, volví a empezar y recaí de nuevo.
Miguel Bettin, terapeuta y amigo. Tuve la fortuna de trabajar a su lado varios años y conocer a fondo esta enfermedad devastadora que es la adicción: “la enfermedad del alma”, como la llaman. Maldita y truncavidas, que arrasa familias y destroza sueños.
Le pedí permiso para compartir una parte de la introducción de su libro. Este prólogo está bellamente dedicado a poetas, músicos y artistas que conocimos y sabíamos que eran adictos, pero de quienes no se hablaba al respecto. Nos dejaron muy jóvenes, arrebatados por la muerte encarnada en sobredosis y paros cardíacos. A Truman Capote, Diego Armando Maradona, Diomedes Díaz, el Kid Pambelé, Marilyn Monroe, Janis Joplin, Kurt Cobain, entre otros. Algunos no pidieron ayuda, otros lo hicieron de formas que no entendimos.
“No vimos a los cantantes ni a los famosos, así como tampoco queremos ver a magistrados, presidentes, pilotos, abogados, amas de casa, amigos y médicos adictos. Todos avergonzados de reconocer su adicción o llevados por ella. La adicción no se define por la frecuencia ni la cantidad, sino por la imposibilidad de suspender o regular el consumo pese a las consecuencias adversas que ocasiona”.
“La adicción lleva a los adictos a incumplir compromisos con el trabajo, la familia y la vida. Se autoengañan y mienten una y otra vez, incluso poniendo en riesgo sus vidas y las de otros”.
“Desafortunadamente, todavía hay mucha gente que concibe las adicciones como vicio, como comportamientos inmorales o fallas de conducta. Esta concepción equivocada impone a los adictos una carga adicional: la moral. Una vergüenza que deben esconder, o una negación total, tanto de ellos mismos como de sus familiares”.
“Hemos olvidado que nadie sufre más con la adicción que el propio adicto. Promete que ese trago, ese bazuco o ese gramo será el último porque tiene que llegar a tiempo a la boda de su hija, al sepelio de un familiar o a la junta directiva. Y jamás llega. Después, lleno de culpa, inventa algo inverosímil, promete parar, pero a los pocos días el ciclo vuelve y vuelve”.
No les digo más. Es un libro que, cuando se publique, debería estar en la mesa de noche de todo el mundo, así como en los hoteles nos dejan la Biblia en los cajones.
Durante los años que trabajé en Pida Ayuda fui testigo de recaídas, suicidios y mentes sin retorno. Ese dolor diario, ese sufrimiento que nos lleva a entender que la adicción es una enfermedad incurable. Tenemos que aceptar que nuestras vidas se vuelven ingobernables. Asistir a los grupos de Alcohólicos Anónimos, practicar a diario las sugerencias de los Doce Pasos y, sobre todo, no tomar el primer trago ni consumir la primera dosis de NADA. Porque, en la adicción, no mata el último vagón del tren, sino la locomotora. Lo comprobé en carne propia tras una recaída, después de siete años. No se lo deseo a nadie. Retomar el consumo es como querer matarse, como si el cuerpo quisiera vengarse de haber sido privado de “eso” tanto tiempo.
Hoy veo con impotencia cómo el consumo de drogas crece, destruye familias y acaba con la vida de jóvenes y adultos. Pero por hoy, yo no me lo tomo. Quiero vivir y entrar en la muerte con los ojos abiertos.es
Adicciones: embustes y realidadLlega diciembre y me empuja. Ya siento la angustia por no haber prendido las luces en el balcón. La obligación y la culpabilidad por los regalos obligatorios y superfluos, mientras dejo de dar a quienes realmente lo necesitan, me invaden. No pongo árbol ni aunque me obliguen. El pesebre ya es solo una cajita de cartón con figuritas en tercera dimensión y unas lucecitas. No me gusta el pavo, los buñuelos me provocan acidez y la natilla me impresiona. En fin...
Pero mi tema es otro. Llega el alcohol a raudales, la marihuana, las drogas sintéticas, las intravenosas, la coca escondida en tampones, el bazuco y todos los combos posibles. La muerte y la violencia, agazapadas, disfrazadas de rumba.
Me llega el prólogo del libro de Miguel Bettin, Ph. D. en Psicobiología, titulado Adicciones: embustes y realidades. Lo conozco desde hace más de treinta años, cuando llegué a la Fundación Pida Ayuda en Bogotá hecha un harapo, tras intentar salir de mi adicción al alcohol y la coca en la Florida. Inicié mi recuperación, recaí, volví a empezar y recaí de nuevo.
Miguel Bettin, terapeuta y amigo. Tuve la fortuna de trabajar a su lado varios años y conocer a fondo esta enfermedad devastadora que es la adicción: “la enfermedad del alma”, como la llaman. Maldita y truncavidas, que arrasa familias y destroza sueños.
Le pedí permiso para compartir una parte de la introducción de su libro. Este prólogo está bellamente dedicado a poetas, músicos y artistas que conocimos y sabíamos que eran adictos, pero de quienes no se hablaba al respecto. Nos dejaron muy jóvenes, arrebatados por la muerte encarnada en sobredosis y paros cardíacos. A Truman Capote, Diego Armando Maradona, Diomedes Díaz, el Kid Pambelé, Marilyn Monroe, Janis Joplin, Kurt Cobain, entre otros. Algunos no pidieron ayuda, otros lo hicieron de formas que no entendimos.
“No vimos a los cantantes ni a los famosos, así como tampoco queremos ver a magistrados, presidentes, pilotos, abogados, amas de casa, amigos y médicos adictos. Todos avergonzados de reconocer su adicción o llevados por ella. La adicción no se define por la frecuencia ni la cantidad, sino por la imposibilidad de suspender o regular el consumo pese a las consecuencias adversas que ocasiona”.
“La adicción lleva a los adictos a incumplir compromisos con el trabajo, la familia y la vida. Se autoengañan y mienten una y otra vez, incluso poniendo en riesgo sus vidas y las de otros”.
“Desafortunadamente, todavía hay mucha gente que concibe las adicciones como vicio, como comportamientos inmorales o fallas de conducta. Esta concepción equivocada impone a los adictos una carga adicional: la moral. Una vergüenza que deben esconder, o una negación total, tanto de ellos mismos como de sus familiares”.
“Hemos olvidado que nadie sufre más con la adicción que el propio adicto. Promete que ese trago, ese bazuco o ese gramo será el último porque tiene que llegar a tiempo a la boda de su hija, al sepelio de un familiar o a la junta directiva. Y jamás llega. Después, lleno de culpa, inventa algo inverosímil, promete parar, pero a los pocos días el ciclo vuelve y vuelve”.
No les digo más. Es un libro que, cuando se publique, debería estar en la mesa de noche de todo el mundo, así como en los hoteles nos dejan la Biblia en los cajones.
Durante los años que trabajé en Pida Ayuda fui testigo de recaídas, suicidios y mentes sin retorno. Ese dolor diario, ese sufrimiento que nos lleva a entender que la adicción es una enfermedad incurable. Tenemos que aceptar que nuestras vidas se vuelven ingobernables. Asistir a los grupos de Alcohólicos Anónimos, practicar a diario las sugerencias de los Doce Pasos y, sobre todo, no tomar el primer trago ni consumir la primera dosis de NADA. Porque, en la adicción, no mata el último vagón del tren, sino la locomotora. Lo comprobé en carne propia tras una recaída, después de siete años. No se lo deseo a nadie. Retomar el consumo es como querer matarse, como si el cuerpo quisiera vengarse de haber sido privado de “eso” tanto tiempo.
Hoy veo con impotencia cómo el consumo de drogas crece, destruye familias y acaba con la vida de jóvenes y adultos. Pero por hoy, yo no me lo tomo. Quiero vivir y entrar en la muerte con los ojos abiertos.es