“...Soy ateo. Soy anticlerical. Soy un laicista militante, un racionalista contumaz, un impío riguroso...”. Así comienza el libro de Javier Cercas, El loco de Dios en el fin del mundo, que lo llevó a acompañar al Papa Francisco en 2023 hasta Mongolia. Recibió una llamada “de voz cavernosa” proveniente del Vaticano para invitarlo, junto con un grupo de creadores, al cincuenta aniversario del Museo de Arte de la Capilla Sixtina. Y luego otra llamada “vaticana” para decirle que el Papa viajaría a Mongolia y quería que lo acompañara y escribiera un libro sobre el viaje.
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Quedó súbito. ¿Por qué a él, precisamente, que era un ateo irredento, habiendo tantos magníficos escritores católicos y creyentes...? Le explicaron que precisamente por eso: por ser ateo y gran escritor. No querían que “uno de los suyos” (católicos lamecuras) lo escribiera... que tendría libertad total para hacerlo y publicarlo con la editorial que quisiera.
Precisamente ese viaje al fin del mundo —un país enorme, casi deshabitado, con una minoría insignificante de católicos— era la meta. Como habían sido sus viajes anteriores... periféricos, a países apartados y lugares problemáticos. Su primer viaje, recordemos, recién elegido Papa, fue a Lampedusa... donde sus costas habían recibido más de veinticinco mil cadáveres de emigrantes que trataban de cruzar el Mediterráneo huyendo del hambre y la miseria, buscando una vida más digna. Y sus palabras, que resonaron en el mundo entero, cuando —desafiando la ventisca, en un altar de madera hecho de un pedazo de barco— dijo: “¿Quién es el responsable de esta sangre?”. Y se refirió a la globalización, la indiferencia y la crueldad de este mundo...
Y así todos sus viajes: Albania, Corea del Sur, Kenia, Polonia, Armenia, Emiratos Árabes, Uganda, Palestina, Madagascar, entre otros... países periféricos. Porque su obsesión es sacar a la Iglesia de sí misma, de su boato y comodidad, y llevarla donde “Dios es el gran ausente”. Y conocer de cerca a “los millones de desheredados de la Tierra”. Lejos de la pompa burocrática, del lujo ostentoso, del derroche cardenalicio... de esa Iglesia que no tiene nada que ver con el mensaje de Jesús. Y que se fue convirtiendo en una religión ambiciosa de poder, dinero, autoritarismo, crueldad, etc. O sea, el viaje a Mongolia no era una extravagancia ni una excepción.
Cercas —a propósito, uno de mis escritores favoritos— la saca del estadio con este libro. Fascinante, único, que logra meterse en las entrañas no solo del Vaticano, sino en las entrañas de ese ser humano único, misterioso, audaz, valiente, humilde, sabio y culto que ha revolucionado una Iglesia ya enquistada. Porque, después de Juan XXIII, cayó en picada libre... y él de nuevo la abrió al mundo.
Un libro que no se puede parar de leer. Que reconcilia a católicos y no creyentes con la vida... con los misterios de la muerte... con la verdadera naturaleza del cristianismo. Un relato que se vuelve propio y magistral, porque se mezclan las dudas del autor, las afinidades que descubre con Bergoglio, el ser humano Papa y todo, pero anticlerical a morir. Rebelde, cuestionado por la misma orden jesuítica... honesto a morir consigo mismo, con una visión y una fe indestructibles.
Cercas nos descubre un Papa que ríe (que desconfía y teme de los que no ríen nunca), un Papa con sentido del humor e ironía fina, esa que solo tienen las mentes privilegiadas (tan ausente en personajes oscuros como Stalin, Franco, Hitler, Trump, Petro, Aznar, Bush, el mismo Benedicto o Pío XII, Putin... entre otros). Sí, un Papa alejado del fundamentalismo y repleto de auténtica sensibilidad y amor hacia los seres más vulnerables, que son la mayoría. Enemigo de “las castas”, que ofenden a Dios y son los culpables del horror que hemos vivido durante milenios.
Esta semana, la precisa para leer a Javier Cercas y ver cómo un loco ateo, persiguiendo a un loco de Dios, nos enriquece y nos devuelve valores espirituales y eternos que ya teníamos olvidados. Ese papel en la vida humana de lo espiritual y trascendente, la religión y el ansia de inmortalidad.
P. D. “Ya descubrí el secreto de Bergoglio (...) es que no tiene ningún secreto. Es que es un hombre normal y corriente. El Papa es un hombre que ríe. Que llora. Duerme tranquilo y tiene amigos (...) un líder auténtico (...) un hombre que también lucha contra su propio carácter. Contra sus propias flaquezas y demonios (...). Por eso adoptó el nombre de Francisco. Otro loco de Dios”.