La nueva moda entre las mujeres, jóvenes, maduritas y jechonas es, “aunque usted no lo crea”, implantarse chips de testosterona para aumentar el apetito sexual, o revivirlo. Mejor dicho, para estar calientitas todo el tiempo.
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La nueva moda entre las mujeres, jóvenes, maduritas y jechonas es, “aunque usted no lo crea”, implantarse chips de testosterona para aumentar el apetito sexual, o revivirlo. Mejor dicho, para estar calientitas todo el tiempo.
Me lo contaron y creí que era un chiste... Pues no, es cierto, y el chip ya es un “secreto a voces”. Es como un “granito de arroz” que se inserta en la nalga, cerca de la cadera, sin que nadie lo note, sobre todo los maridos. Y sus mujercitas van in crescendo con la libido, como dirían los santandereanos: “¡Arrecha la joda!”.
No tarda en suceder lo que le pasó al casto José con la mujer de Potifar: acosado, acosado, acosado... hasta que salió despavorido huyendo. Sin embargo, lo agarraron y encarcelaron. Nunca se supo si la señora de Potifar logró su cometido, pero de que lo acosó, lo acosó. No sé si el apelativo de “puta” es en honor a ella... A lo mejor ya habían inventado el chip.
Las damas que lo están usando, escondidito entre sus glúteos, ya están advertidas: se les caerá el pelo, se volverán roncas al hablar, se les engrosarán los músculos… pero, eso sí, aumentarán el placer del “apostolado horizontal”.
Así que ojo, maridos o amantes: si observan que la dama que aman, o la esposa fiel, empieza a perder cabello, y su voz cantarina y a veces chillona se vuelve grave y carrasposa, y empieza a comprar deshabillés y atuendos eróticos en Pantera, o algún látigo... pues no crean que se volvió loca. Es que está loca de ganas. Traten de no defraudarlas, porque “perro come-huevo aunque le quemen el hocico” (el refrán no es mío), y de pronto caen en la fea costumbre de la infidelidad.
Hablo de las féminas, porque ya los caballeros tienen su Viagra para no quedar mal. A ellas no les importa quedar mal; un orgasmo se finge a la perfección. Lo que quieren es gozársela.
Como Francisco de Quevedo en su inmortal estrofa: “Polvo seré, mas polvo enamorado”. Y se trata de conseguir uno bueno.
Ya la adicción por no envejecer, el pánico ante la primera arruga, borrar con láser la pata de gallo, llenar de polímeros el trasero, rellenar la boca de bótox, estirarse los pómulos con alambres, cambiarse los dientes por carillas blancas y enormes (la sonrisa Pepsodent), aumentarse las tetas o glándulas mamarias, quitarse alguna costilla para tener cintura de avispa, templarse los muslos… ya no es suficiente.
Ahora es el chip de la sexualidad, del deseo, de perseguir a toda costa y experimentar “la petite mort”, sin caer en cuenta de que ya se están matando, desfigurando, y… (lo dejo a la imaginación del lector o lectora).
El Invima ya alertó: no lo ha certificado, y sus efectos colaterales pueden ser gravísimos. Pero, como dice el poema, “si un momento de amor vale una vida, vanos son los fantasmas del futuro”.
Voy ahora al gimnasio por un tobillo maltratado… y voy a empezar a mirar de reojo a las señoras que hablan ronco, que están perdiendo su frondosa cabellera y a las que les están saliendo músculos… pero no pueden esconder la sonrisita de satisfacción. Al acecho... De pronto descubro a las “Chipi-adictas”. Ya les contaré.
Me imagino un geriátrico con todas las señoras con chip. ¡Eso sí sería un verdadero despertar! Buen tema para una novela o un guión… A ver quién se le mide.