Soy lunática, admito. Un cachito de luna coqueta me alegra, una luna llena y brillante me estremece e hipnotiza. Puedo quedarme mirándola hasta que se me tuerce el cuello. A mis nietos les enseño a mandarle besos de amor, para que ella se los haga llegar a las personas que queremos y ya están en otra dimensión, mensajera de amor. Se viste de luces amarillas, rojas, naranjas, velada y etérea si la cubre una nube o la niebla. Nunca deja de sorprendernos.
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Soy lunática, admito. Un cachito de luna coqueta me alegra, una luna llena y brillante me estremece e hipnotiza. Puedo quedarme mirándola hasta que se me tuerce el cuello. A mis nietos les enseño a mandarle besos de amor, para que ella se los haga llegar a las personas que queremos y ya están en otra dimensión, mensajera de amor. Se viste de luces amarillas, rojas, naranjas, velada y etérea si la cubre una nube o la niebla. Nunca deja de sorprendernos.
A la Luna le debemos la vida. Cuando, hace millones de años, la Tierra era un enorme océano, la aparición de la Luna y su influencia gravitacional en las mareas dieron origen a las “charcas cálidas” que dieron lugar a la vida, marina, animales y el “hombre”, que se creyó el rey, y está acabando hasta con el nido de la perra.
Se sabe que muchos animales se vuelven más activos, ruidosos y fértiles en luna llena. Por ejemplo, los corales tropicales sincronizan su ciclo reproductivo y, en luna llena, desovan todos a la vez. La Coral Cerebro, cada veintinueve días, y en luna llena genera una capa dura sobre la anterior, crecimiento dictado y regulado por su órbita. Lo mismo ocurre con las menstruaciones, las lunas de miel, los baños de luna, la espiritualidad de la luna, esa energía cósmica, potente, que nos regala la vida misma.
Hubo un tiempo en que la Tierra giraba tan rápido que los días duraban cinco horas. Se necesitaron millones de años para que la luna la “pusiera en orden”, como vivimos ahora. Pero la Luna se está alejando, 3,75 centímetros cada año. Yo creo que es del asco de ver la porquería que hemos hecho los humanos con este planeta, y tiene razón.
La Luna controla las mareas, estabilizando el clima, protegiéndonos de meteoritos. Tira de los océanos y hace que la Tierra se abulte ligeramente. Si estuviera más cerca, sería la tragedia: mareas mucho más bajas y las altas destruirían ciudades costeras. Todavía nos cuida, pero estamos empeñados en pisotearla, llenarla de latas, mierda humana, huellas de zapatos, desperdicios.
Esta luna de sangre de hace pocas noches, roja, me pareció que lloraba sobre Colombia, identificándose con toda la sangre que hemos derramado y seguimos derramando. Qué espanto, colombianos matándonos entre nosotros mismos, ni siquiera tenemos “la disculpa” de estar en guerra con algún enemigo de frontera. No, aquí es hermano contra hermano de patria. ¿Por qué? Sí o no, nos da igual, todo es a balazo limpio o sucio. Sicariato. Secuestro. Robos.
Sí, estoy segura de que esa luna de sangre era un llanto por nuestra sangre derramada. NO más muertos. O estamos condenados, malditos, como Sísifo pero sin piedras, sino con balas, fusiles, metralletas, granadas, bombas, puñales, todo vale. La sed de sangre no mora, muchas pandillas prefieren “las armas blancas” para lamerle la sangre a su víctima. Pareciera que fue Drácula el que nos parió.
