No soy crítica literaria, pero soy lectora crítica. No leo por obligación, no veo la necesidad de terminar los libros que me aburren, y no leo con orden ni método. Existen libros que son solo carátulas y nada de nada por dentro. Y al revés, otros cuyas carátulas son sosas, con letra pequeñita, y son verdaderos tesoros.
Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.
No soy crítica literaria, pero soy lectora crítica. No leo por obligación, no veo la necesidad de terminar los libros que me aburren, y no leo con orden ni método. Existen libros que son solo carátulas y nada de nada por dentro. Y al revés, otros cuyas carátulas son sosas, con letra pequeñita, y son verdaderos tesoros.
Pienso en los Premios Nobel… En el filántropo sueco Alfred Nobel, quien en 1895 dejó su fortuna para premiar a académicos, científicos, médicos, escritores, etc.
Con los años, el Nobel de Literatura cada vez más se parece a los huracanes. Al inicio una fuerza sobrehumana, devastadora, impredecible, que va perdiendo fuerza a medida de que toca tierra y desaparece en vientos y lluvias esporádicas.
Me explico: al inicio, el Nobel era un premio para reverenciar, entregado a verdaderos monstruos de la literatura. Cito algunos ganadores: Rudyard Kipling, Rabindranath Tagore, Anatole France, Jacinto Benavente, Yeats, Bernard Shaw, Thomas Mann, Pirandello, Gabriela Mistral, Faulkner, Hemingway, Camilo José Cela, Neruda, Thomas Mann, Solzhenitsyn, Pasternak, García Márquez, Vargas Llosa, Herta Müller, Svetlana Alexievich, Doris Lessing, Coetzee, entre otros… eternos, intemporales.
Últimamente, en los últimos años, no sé cuál es el criterio para escogerlos. ¿Es la presión de las editoriales? ¿La necesidad de promover geográficamente autores por negocio o jugar a hermanos de la caridad? Me refiero a Bob Dylan (músico), Alice Munro (ama de casa fisgona mientras permitía que su marido abusara de su hija), Annie Ernaux (árida y seca), Jon Fosse (encriptado y asfixiante) y, esta última, la surcoreana Han Kang, a quien leo por segunda vez (estupendo librito, aunque un poco retorcido).
No les quito méritos a ninguno, son buenos escritores, pero existen mejores. Ninguno de los que he nombrado pasará a la historia como referente literario. Tendrán su cuarto de hora y el bolsillo lleno. Los he leído a todos y no tengo nada personal contra ninguno (eso sí, repudio a Munro).
El Nobel ha perdido fuerza. Espero que vuelva a sus fueros y no se deje influir más por el Booker Prize. Ya existen premios más rigurosos y mejores escritores. Cito a Guillermo Arriaga, Juan José Millás, Aramburu, Javier Cercas y, en Colombia, William Ospina, por ejemplo. Dejan huella honda, rompen esquemas, descubren caminos, duelen y enseñan. ¿Y qué tal Flaubert…? ¿Rimbaud…? ¿Wilde…? ¿Sándor Márai…?
¿Algo “huele mal” en Suecia? ¿O es el calentamiento global…?