Me estremecí. Mario Mendoza se nos mete en las tripas y las sacude. Un libro alucinante. ¿Ficción? ¿Realidad? ¿Así estamos de locos todos? ¿El odio y la venganza son los motores de la salvación y el renacer?
Él mismo escribe como advertencia: “Aunque muchos de los sucesos que aparecen en este libro son de fácil comprobación en la realidad y constituyen uno de los capítulos más amargos de la historia de Bogotá en las últimas décadas, tanto los personajes como la trama pertenecen exclusivamente al territorio de la ficción. No es de la intención del autor ofender o perjudicar a ninguna persona vinculada de manera directa o indirecta con esta historia”.
Y ahí comienza el remolino. El narrador, en primera persona, es un escritor. Plena pandemia. El covid le impide visitar a su mamá en el ancianato. Siente una especie de liberación y se encueva en su apartamento, disfrutando de esa extraña felicidad de la soledad del escritor. Pero todo se empieza a desparramar cuando su madre muere. No puede recoger las cenizas, y la culpa, el duelo, el inconsciente traidor que las cobra todas lo lleva a sufrir accidentes que lo dejan maltrecho, vuelto nada, y decide nunca más volver a escribir. Ya su vida pierde el norte y las ganas.
Un acontecimiento casual lo va envolviendo. Sin darse cuenta, se mete en los socavones más sórdidos, conoce mujeres y hombres desgarrados por la violencia. Ya nadie sabe quién es víctima o victimario. Y nos va descubriendo los misterios de esa capital gélida, contradictoria, llena de secretos, sectas, fundamentalistas, ingenuos y criminales. Cómo en nombre de Dios se camuflan atrocidades y la purificación de la humanidad es a través de la extinción. ¿Quiénes son los buenos? ¿Quiénes son los malos? Unidos en el común denominador del odio y la venganza.
No pierde el ritmo. Al contrario, cada página conlleva más adrenalina, imparable. Se pregunta al final de la historia, esa historia macabra, ardua, confusa en la que se metió “si tendría la fuerza suficiente como para volver a enfrentar esa primera página en blanco… prepararse para ese reto definitivo, para la auténtica aventura sagrada: el lenguaje, el poder inconmensurable de las palabras” para poder plasmar toda la locura que lo había invadido sin darse cuenta.
Mario Mendoza, un escritor con mayúsculas. Con una fuerza interior casi demoníaca y una prosa concisa y precisa. No hay palabra que sobre ni falte, ni adjetivo superfluo ni adorno. Sin embargo, no deja de lado la ternura ni la compasión, narrando la cruda y salvaje realidad en la que vivimos y que muchas veces ni nos damos cuenta por estar tomando selfies, regodeando el ego, caminando ciegos y sordos hacia el abismo, con la frialdad absoluta de la frivolidad del instante.
Los vagabundos de Dios es una obra en busca de sus fantasmas interiores y, por qué no, de su redención y liberación. Ese desierto solitario que debemos caminar para encontrar el oasis de la propia libertad.
Me estremecí. Mario Mendoza se nos mete en las tripas y las sacude. Un libro alucinante. ¿Ficción? ¿Realidad? ¿Así estamos de locos todos? ¿El odio y la venganza son los motores de la salvación y el renacer?
Él mismo escribe como advertencia: “Aunque muchos de los sucesos que aparecen en este libro son de fácil comprobación en la realidad y constituyen uno de los capítulos más amargos de la historia de Bogotá en las últimas décadas, tanto los personajes como la trama pertenecen exclusivamente al territorio de la ficción. No es de la intención del autor ofender o perjudicar a ninguna persona vinculada de manera directa o indirecta con esta historia”.
Y ahí comienza el remolino. El narrador, en primera persona, es un escritor. Plena pandemia. El covid le impide visitar a su mamá en el ancianato. Siente una especie de liberación y se encueva en su apartamento, disfrutando de esa extraña felicidad de la soledad del escritor. Pero todo se empieza a desparramar cuando su madre muere. No puede recoger las cenizas, y la culpa, el duelo, el inconsciente traidor que las cobra todas lo lleva a sufrir accidentes que lo dejan maltrecho, vuelto nada, y decide nunca más volver a escribir. Ya su vida pierde el norte y las ganas.
Un acontecimiento casual lo va envolviendo. Sin darse cuenta, se mete en los socavones más sórdidos, conoce mujeres y hombres desgarrados por la violencia. Ya nadie sabe quién es víctima o victimario. Y nos va descubriendo los misterios de esa capital gélida, contradictoria, llena de secretos, sectas, fundamentalistas, ingenuos y criminales. Cómo en nombre de Dios se camuflan atrocidades y la purificación de la humanidad es a través de la extinción. ¿Quiénes son los buenos? ¿Quiénes son los malos? Unidos en el común denominador del odio y la venganza.
No pierde el ritmo. Al contrario, cada página conlleva más adrenalina, imparable. Se pregunta al final de la historia, esa historia macabra, ardua, confusa en la que se metió “si tendría la fuerza suficiente como para volver a enfrentar esa primera página en blanco… prepararse para ese reto definitivo, para la auténtica aventura sagrada: el lenguaje, el poder inconmensurable de las palabras” para poder plasmar toda la locura que lo había invadido sin darse cuenta.
Mario Mendoza, un escritor con mayúsculas. Con una fuerza interior casi demoníaca y una prosa concisa y precisa. No hay palabra que sobre ni falte, ni adjetivo superfluo ni adorno. Sin embargo, no deja de lado la ternura ni la compasión, narrando la cruda y salvaje realidad en la que vivimos y que muchas veces ni nos damos cuenta por estar tomando selfies, regodeando el ego, caminando ciegos y sordos hacia el abismo, con la frialdad absoluta de la frivolidad del instante.
Los vagabundos de Dios es una obra en busca de sus fantasmas interiores y, por qué no, de su redención y liberación. Ese desierto solitario que debemos caminar para encontrar el oasis de la propia libertad.