Solstitium: Sol y statum. Verano e invierno. El Sol marca el ritmo del planeta. Oscuridad y luz. Alegría y recogimiento. Los equinoccios marcan las estaciones y dividen el año en cuatro: primavera, verano, otoño e invierno. En el trópico casi no nos damos cuenta; para nosotros existen el Niño o la Niña, y el frío o el calor es según la altitud.
Tal vez por esta razón nos pasa casi inadvertido el solsticio de verano el 21 y 22 de junio, los días más largos del año, en los que el Sol se detiene estático en su punto más alto y esas dos noches de la Luna enorme, fechas que en el hemisferio norte se celebran desde hace miles de años, miles de miles, y en el hemisferio sur dan comienzo al invierno y la oscuridad.
España prende hogueras, es la Noche de San Juan: fuegos artificiales, jolgorio, jamones. Nadie duerme; el Sol, tampoco.
En la antigua Grecia se celebraba el Festival de Kronia. Esos días las jerarquías sociales no existían: esclavos y señores festejaban juntos y las firmas morales y legales “se daban un respiro”. Nadie trabajaba; relajo total.
Roma festejaba la diosa Vesta, la fertilidad, y solo mujeres podían ingresar al templo esos días cargadas de ofrendas.
En Rusia, el Festival de las Noches Blancas durante una semana. Suecia y su Midsommar, días donde el Sol ilumina las 24 horas. Bailes, cintas de colores, fuegos artificiales, nadie duerme, flores y las cosechas inician sus regalos de la tierra.
En Letonia: locura total, cerveza, frutas, coronas florales, quesos...
Croacia se viste de luces con su Astrofest. Observan estrellas, prenden hogueras, se despiden del Sol de primavera y le dan la bienvenida al Sol de la luz y el verano, la abundancia comienza.
Alaska se aglomera en Fairbanks para contemplar las mejores auroras boreales.
Noruega, con 24 horas seguidas de sol: desde el 19 de abril hasta el 23 de agosto festejan el solsticio como día sagrado.
Escocia y Reino Unido, con sus famosas piedras erguidas de Stenness y Stonehenge, por las que los rayos del Sol se cuelan a determinadas horas. Misterio misterioso. Lo mismo en Egipto, en las pirámides de Guiza.
Norte de Perú y Ecuador, desde épocas milenarias, festejan el Inti Raymi en honor al Sol y las cosechas.
El solsticio de invierno, 22 al 25 de diciembre, eran las Saturnalias en Roma, festividades paganas con bailes, regalos, visitas, velas, hasta que el papa Julio I fijó esas fechas para el nacimiento de Jesús. Ya Constantino lo había hecho, Nara el 6 de enero, y acabar con el mitraísmo y paganismo, fechas absurdas porque en esos helados inviernos no hay pesebre que sirva de albergue, ni pastores ni ovejas deambulando, muchísimo menos reyes en túnicas de seda.
Para mí, fechas especiales mezcladas de magia y tristeza. Mi padre murió un domingo 21 de junio, solsticio de verano y Día del Padre, y mi mamá un amanecer del 24 de diciembre, inicio de invierno y supuesto advenimiento de Jesús. ¡Días sagrados en mi corazón!
Solstitium: Sol y statum. Verano e invierno. El Sol marca el ritmo del planeta. Oscuridad y luz. Alegría y recogimiento. Los equinoccios marcan las estaciones y dividen el año en cuatro: primavera, verano, otoño e invierno. En el trópico casi no nos damos cuenta; para nosotros existen el Niño o la Niña, y el frío o el calor es según la altitud.
Tal vez por esta razón nos pasa casi inadvertido el solsticio de verano el 21 y 22 de junio, los días más largos del año, en los que el Sol se detiene estático en su punto más alto y esas dos noches de la Luna enorme, fechas que en el hemisferio norte se celebran desde hace miles de años, miles de miles, y en el hemisferio sur dan comienzo al invierno y la oscuridad.
España prende hogueras, es la Noche de San Juan: fuegos artificiales, jolgorio, jamones. Nadie duerme; el Sol, tampoco.
En la antigua Grecia se celebraba el Festival de Kronia. Esos días las jerarquías sociales no existían: esclavos y señores festejaban juntos y las firmas morales y legales “se daban un respiro”. Nadie trabajaba; relajo total.
Roma festejaba la diosa Vesta, la fertilidad, y solo mujeres podían ingresar al templo esos días cargadas de ofrendas.
En Rusia, el Festival de las Noches Blancas durante una semana. Suecia y su Midsommar, días donde el Sol ilumina las 24 horas. Bailes, cintas de colores, fuegos artificiales, nadie duerme, flores y las cosechas inician sus regalos de la tierra.
En Letonia: locura total, cerveza, frutas, coronas florales, quesos...
Croacia se viste de luces con su Astrofest. Observan estrellas, prenden hogueras, se despiden del Sol de primavera y le dan la bienvenida al Sol de la luz y el verano, la abundancia comienza.
Alaska se aglomera en Fairbanks para contemplar las mejores auroras boreales.
Noruega, con 24 horas seguidas de sol: desde el 19 de abril hasta el 23 de agosto festejan el solsticio como día sagrado.
Escocia y Reino Unido, con sus famosas piedras erguidas de Stenness y Stonehenge, por las que los rayos del Sol se cuelan a determinadas horas. Misterio misterioso. Lo mismo en Egipto, en las pirámides de Guiza.
Norte de Perú y Ecuador, desde épocas milenarias, festejan el Inti Raymi en honor al Sol y las cosechas.
El solsticio de invierno, 22 al 25 de diciembre, eran las Saturnalias en Roma, festividades paganas con bailes, regalos, visitas, velas, hasta que el papa Julio I fijó esas fechas para el nacimiento de Jesús. Ya Constantino lo había hecho, Nara el 6 de enero, y acabar con el mitraísmo y paganismo, fechas absurdas porque en esos helados inviernos no hay pesebre que sirva de albergue, ni pastores ni ovejas deambulando, muchísimo menos reyes en túnicas de seda.
Para mí, fechas especiales mezcladas de magia y tristeza. Mi padre murió un domingo 21 de junio, solsticio de verano y Día del Padre, y mi mamá un amanecer del 24 de diciembre, inicio de invierno y supuesto advenimiento de Jesús. ¡Días sagrados en mi corazón!