¿Sueño imposible?

Aura Lucía Mera
03 de abril de 2018 - 04:00 a. m.
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“Cuando se pueda andar por los caminos y los pueblos / sin ángel de la guarda. / Cuando sean más claros los caminos y brillen / más las luces que las armas. / Cuando los tejedores de sudarios oigan llorar / a Dios entre sus almas. / Cuando en el trigo nazcan amapolas y nadie diga / que la tierra sangra. / Cuando la sombra que hacen las banderas sea / una sombra honesta y no una charca. / Cuando la espada que usa la justicia aunque desnuda / se conserve casta. / Cuando reyes y ciervos junto al fuego fuego sean / de amor y de esperanza. / Cuando el vino excesivo se derrame y entre las copas / viudas se reparta. / Cuando el pueblo se encuentre y con sus manos / teja él mismo sus sueños y su manta. / Cuando de noche el ruido de fusiles no despierte / al hijo con su habla. / Cuando en lugar de sangre en el campo corran / caballos, flores sobre el agua. / Cuando la paz recobre su paloma y acudan / los vecinos a mirarla. / Cuando el amor sacuda las cadenas y le nazcan / dos alas en la espalda. / Sólo en aquella hora podrá el hombre / decir que tiene patria”. Carlos Castro Saavedra.

Sobran los comentarios. Sobran más palabras. Cada verso, cada estrofa cae como una gota espesa, densa y profunda al fondo del alma.

Había escuchado este poema hace muchísimos años. Creo que mi mamá, con su memoria prodigiosa, nos lo compartió en un verano ya lejano en la casa de la montaña. Algo me quedó. Recuerdo que sentí un leve estremecimiento y una huella imprecisa, pero fuerte, se me quedó grabada.

Esta Semana Santa subí a la montaña. Llegué con una amiga a un refugio escondido entre los farallones, casi a 2.000 metros sobre el mar donde el manto de niebla se descuelga misterioso al atardecer, como se descuelga la montaña hacia el valle de Tocotá, vereda atravesada por el río Dagua, todavía cristalino y puro, recién nacido en el páramo sin saber el triste destino que le espera en su largo camino que lo envenena con mercurio, desechos y basura antes de irrumpir en El Puerto, como una mancha oscura y maloliente.

El refugio se llama El Bosquecillo. El sacerdote suizo-alemán Amadeus logró convertir el terreno arisco en un tesoro ecológico que acoge en sus cabañas a aquellos que buscan un crecimiento espiritual, un descanso para el cuerpo y el alma, donde jóvenes y adultos golpeados por la vida, marginados y vulnerables encuentran de nuevo su brújula y su sendero.

El Viernes Santo los asistentes recorrieron los pasos convertidos en estaciones, no de dolor y latigazos, sino de reflexión y amor.

En una de ellas este poema, leído en voz alta, lenta y cadenciosa, fue el mensaje.

Me estremecí. Colombia entera lo debería grabar en su memoria, sobre todo en estas vísperas electorales donde nos jugaremos la ruleta rusa de construir el camino de la paz, o retornar al país ya de todos conocido e implacable de la sangre.

Gracias, Carlos Castro Saavedra, por este mensaje: “Cuando el amor sacuda las cadenas y le nazcan / dos alas en la espalda. / Sólo en aquella hora podrá el hombre / decir que tiene patria”.

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