Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Hace días Brasil temía la llegada de este momento: el registro de 500 mil muertos debido al COVID-19. Detrás de cada vida, una historia, una familia, una pérdida y un dolor.
Sin embargo, 500 mil muertes que podrían haber sido evitadas con tan solo “dos dosis de vacunas”, que podrían haber sido compradas o incluso fabricadas oportunamente. ¡Esta realidad no hay cómo invisibilizarla! Hay un llanto colectivo y un consenso de que los muertos no deben ser solamente números, sino un motivo suficiente para luchar contra la crónica de un genocidio anunciado.
En las calles de innumerables ciudades del país, y en algunas importantes capitales del mundo, hay un sentimiento colectivo de indignación, de repudio y, simultáneamente, de impotencia. Si se recuerda, en un país que pareciera haber perdido la memoria histórica, existe un grito contenido desde el primer día, cuando Jair Bolsonaro anunciaba con bombos y platillos toda su capacidad de desinstitucionalización, deseo de deconstruir un país en cuatro años a toda costa y el compromiso tácito de transformar la Amazonia en un “infierno verde”. Todo eso con la venia y gracia de un gabinete sin proyecto de país y con una visión rasa del mundo y de millones de electores que, en pleno ejercicio de la democracia, optaron consciente o inconscientemente por llevar a Bolsonaro al Palacio del Planalto y transformarlo en un “mito”. Muchos de ellos ya se sienten arrepentidos ¡Qué lástima!
Desde luego, el capitán fascinado por la dictadura traía consigo un manual práctico de cómo ignorar la ciencia, la cultura y la tecnología, el rol de las universidades brasileñas, ignorar la importancia del conocimiento para transformar Brasil y el mundo, y cómo desconocer la diplomacia, hasta entonces un orgullo nacional.
El 19 de junio fue el día: el número de muertos de Brasil, de acuerdo con los datos registrados, llegó a los 500.022. Vale resaltar que, según expertos, este número debe ser aproximadamente 30 % más. Según la Investigación de la Comisión Parlamentaria del COVID-19, desde el inicio de la pandemia, el presidente Bolsonaro no ha contestado más de 40 correos electrónicos de la farmacéutica Pfizer, por medio de los cuales la empresa le ofrecía millones de dosis de vacunas. Está claro que, desde siempre, las recomendaciones de la OMS y de los expertos fueron estigmatizadas e ignoradas, pero resta saber si optó a conciencia por la “inmunización de rebaño”.
El gobierno ha reiterado que ya distribuyó 110 millones de vacunas, lo que lo ubica como el cuarto país que más vacunó en el mundo. Sin embargo, si se toma en cuenta la población brasileña, esto no corresponde a la realidad. Es apenas una forma de disfrazar la dramática situación por la que pasa el país.
Recientemente, Bolsonaro junto con sus aliados en la Amazonia, puso en tela de juicio la efectividad de la vacuna contra el coronavirus, criticó el uso del tapabocas y volvió a recomendar el uso de hidroxicloroquina, aunque todas las evidencias científicas nieguen su eficacia.
Hay un sentimiento ambiguo: por un lado, ver a los brasileños utilizando las calles como un espacio para reivindicar sus derechos democráticos trae a Brasil, después de un letargo y/o indiferencia política, una esperanza similar a la traída por las “Directas Ya”, cuando el pueblo se unió en plena dictadura. Sin embargo, ver estos miles de brasileños en la calle, con una pandemia que no se detiene, demuestra desesperación, un “basta ya” que puede, en pocos días, disparar aún más el número de contagiados y muertos.
De todo esto queda la sensación de que hoy miles de brasileños prefieren morir luchando por un Brasil mejor. Sin embargo, no podemos menos que sentir miedo al pensar que lo peor está por venir, pues en una noche oscura, un excapitán presionado puede ser más amenazador de lo que ya es.
* Profesora Universidad Externado de Colombia.