Pareciera que América Latina retrocede a los años 60, al auge de la Guerra Fría que dividía el mundo en dos polos antagónicos. Para nadie es un secreto la caótica situación de Venezuela en términos de legitimidad del Estado, separación de los tres poderes, derechos humanos y la prolongada crisis social, económica y política de las que no se ve el fin, hecho que contrasta con sus inmensas reservas de petróleo y lo que ellas representan para el país y para el mundo.
Sin embargo, qué sorpresa cuando, durante la última Asamblea de la Organización de los Estados Americanos, EE. UU. más once países demostraron estar dispuestos a activar el TIAR - Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (1947), creado como un instrumento de defensa mutua en caso de una amenaza extrarregional. En esta ocasión, su objetivo sería legitimar una posible intervención militar en Venezuela. Tabla cantada desde hace tiempo.
En un esfuerzo aparentemente diplomático, a pesar del rechazo de muchas naciones latinoamericanas, lo reactivaron. Su resurgimiento pone sobre la mesa la posibilidad del uso de la fuerza en Venezuela, aunque sea ilegal, pues solamente la Organización de las Naciones Unidas podría conceder esta autorización.
Por otro lado, la OEA tiene a Venezuela como una de las prioridades de su agenda, ya que, en diversas ocasiones, su secretario general, Luis Almagro, ha demostrado la necesidad de una intervención directa para derrocar el gobierno del presidente Nicolás Maduro y ha defendido a capa y espada los intereses de EE. UU. en la región. Nada nuevo en el marco de esta organización, si se recuerda la clásica e intervencionista OEA en un pasado no tan distante: Cuba, Granada, República Dominicana y Panamá.
Pero, ¿será que Venezuela es realmente una amenaza regional como la quieren calificar? O, ¿será que, en el imaginario de algunos líderes regionales caricaturescos, ya no es parte de la región? ¿Estarían nuevamente dispuestos a defender los intereses políticos y económicos extrarregionales? ¿Será que están listos para perpetrar una guerra como la de Paraguay en pleno siglo XXI, arrastrados por una dependencia estructural similar a la de entonces y como pago por innumerables favores recibidos y por recibir?
América del Sur es conocida como una zona de paz, debido a la ausencia de conflictos interestatales de alta densidad, además de la ausencia de conflictos religiosos, nacionalistas y xenófobos en comparación con otras regiones del mundo. Además, al iniciar el proceso de paz en Colombia, se tenía la esperanza de poner fin al conflicto interno más largo de la región.
¿Será que a nombre de la democracia y de los derechos humanos, sin un análisis profundo acerca de sus contextos internos, estos doce países están realmente dispuestos a prenderle fuego a América del Sur? Vale recordar que en la Guerra de las Malvinas, cuando EE. UU. se alineó con Gran Bretaña contra Argentina, el TIAR no fue siquiera mencionado, contrariando así el objetivo para el cual había sido creado.
Sus líderes afirmaron que la próxima reunión será en el transcurso de la Asamblea General de la ONU en el mes de septiembre. La salida de Jon Bolton pone el tema en manos de Elliot Abrams, Mike Pompeo, y el nuevo asesor interino para asuntos de seguridad, Charles Kupperman, que también fuera asesor del expresidente Ronald Regan de 1981 a 1989 y que ya tenía un rol de peso dentro de la gestión de Bolton.
Solo nos resta desear que la posibilidad de aventura bélica fomentada por los amos de la guerra no se concrete y que el TIAR no sea un instrumento de cooperación para una intervención armada en Venezuela.
Universidad Externado de Colombia
Pareciera que América Latina retrocede a los años 60, al auge de la Guerra Fría que dividía el mundo en dos polos antagónicos. Para nadie es un secreto la caótica situación de Venezuela en términos de legitimidad del Estado, separación de los tres poderes, derechos humanos y la prolongada crisis social, económica y política de las que no se ve el fin, hecho que contrasta con sus inmensas reservas de petróleo y lo que ellas representan para el país y para el mundo.
Sin embargo, qué sorpresa cuando, durante la última Asamblea de la Organización de los Estados Americanos, EE. UU. más once países demostraron estar dispuestos a activar el TIAR - Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (1947), creado como un instrumento de defensa mutua en caso de una amenaza extrarregional. En esta ocasión, su objetivo sería legitimar una posible intervención militar en Venezuela. Tabla cantada desde hace tiempo.
En un esfuerzo aparentemente diplomático, a pesar del rechazo de muchas naciones latinoamericanas, lo reactivaron. Su resurgimiento pone sobre la mesa la posibilidad del uso de la fuerza en Venezuela, aunque sea ilegal, pues solamente la Organización de las Naciones Unidas podría conceder esta autorización.
Por otro lado, la OEA tiene a Venezuela como una de las prioridades de su agenda, ya que, en diversas ocasiones, su secretario general, Luis Almagro, ha demostrado la necesidad de una intervención directa para derrocar el gobierno del presidente Nicolás Maduro y ha defendido a capa y espada los intereses de EE. UU. en la región. Nada nuevo en el marco de esta organización, si se recuerda la clásica e intervencionista OEA en un pasado no tan distante: Cuba, Granada, República Dominicana y Panamá.
Pero, ¿será que Venezuela es realmente una amenaza regional como la quieren calificar? O, ¿será que, en el imaginario de algunos líderes regionales caricaturescos, ya no es parte de la región? ¿Estarían nuevamente dispuestos a defender los intereses políticos y económicos extrarregionales? ¿Será que están listos para perpetrar una guerra como la de Paraguay en pleno siglo XXI, arrastrados por una dependencia estructural similar a la de entonces y como pago por innumerables favores recibidos y por recibir?
América del Sur es conocida como una zona de paz, debido a la ausencia de conflictos interestatales de alta densidad, además de la ausencia de conflictos religiosos, nacionalistas y xenófobos en comparación con otras regiones del mundo. Además, al iniciar el proceso de paz en Colombia, se tenía la esperanza de poner fin al conflicto interno más largo de la región.
¿Será que a nombre de la democracia y de los derechos humanos, sin un análisis profundo acerca de sus contextos internos, estos doce países están realmente dispuestos a prenderle fuego a América del Sur? Vale recordar que en la Guerra de las Malvinas, cuando EE. UU. se alineó con Gran Bretaña contra Argentina, el TIAR no fue siquiera mencionado, contrariando así el objetivo para el cual había sido creado.
Sus líderes afirmaron que la próxima reunión será en el transcurso de la Asamblea General de la ONU en el mes de septiembre. La salida de Jon Bolton pone el tema en manos de Elliot Abrams, Mike Pompeo, y el nuevo asesor interino para asuntos de seguridad, Charles Kupperman, que también fuera asesor del expresidente Ronald Regan de 1981 a 1989 y que ya tenía un rol de peso dentro de la gestión de Bolton.
Solo nos resta desear que la posibilidad de aventura bélica fomentada por los amos de la guerra no se concrete y que el TIAR no sea un instrumento de cooperación para una intervención armada en Venezuela.
Universidad Externado de Colombia