Si en América Latina la lucha por la democracia ha costado lágrimas, sudor y sangre, en Haití no ha sido diferente. ¿Qué viene para el país en esta nueva crisis?
Haití, el país más pobre y más desigual de América Latina, ha estado en los encabezados de la prensa mundial. El asesinato de su controvertido presidente, Jovenel Moïse, supuestamente por mercenarios colombianos, ha conmocionado la sociedad mundial y ha sacado el país de su característica invisibilidad temporal. El hecho invoca una profunda reflexión sobre el rol de los mercenarios en las guerras irregulares.
Haití fue el primer país del Caribe en independizarse. En 1804, los esclavos se rebelaron contra los franceses y Haití se convirtió en la primera república negra. A lo largo de su historia fue ocupado por cuatro potencias: España, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos.
En el siglo XX Haití fue invadido por Estados Unidos y, según los expertos, la presencia de ese país fue larguísima (1915-1934) y no dejó mucho. Solamente un intento de poner a República Dominicana y Haití bajo su zona de influencia con el fin de garantizar sus intereses en el Caribe. La compleja historia de Haití ha sido protagonizada por dictadores, entre ellos François “Papa Doc” Duvalier y su hijo, Jean-Claude “Baby Doc”.
Si en América Latina la lucha por la democracia ha costado lágrimas, sudor y sangre, en Haití no ha sido diferente. Sus primeras elecciones libres ocurrieron en 1990, pero Jean-Bertrand Aristide fue derrocado al año siguiente.
Desde entonces, 14 presidentes han estado al mando del país, pero solamente dos concluyeron sus mandatos de 5 años. En febrero de 2004, sus 200 años de independencia serían marcados por el derrocamiento del gobierno de turno.
Acto seguido, el presidente Aristide salió al exilio y un virulento conflicto armado se extendió por todo el país. Posteriormente, mediante una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU se estableció una Misión de Estabilización de las Naciones Unidas.
Haití ha vivenciado décadas de violencia e inestabilidad. Si se mira el mapa social de Haití, se puede encontrar una enorme brecha social y económica entre los negros, cuya lengua es el criollo y los mulatos francófonos. Según fuentes oficiales, más del 60 % de su población sobrevive con aproximadamente US$2 al día. El hambre es una amenaza constante a la vida de gran parte de la población de Haití y dos millones de haitianos fueron forzados a emigrar.
En 2010, un terremoto y la epidemia de cólera la devastaron, impactando aún más la frágil economía y la incipiente infraestructura del país. Se registraron más de 220.000 muertes. Ante esa tragedia humanitaria, la Minustah amplió su personal y pasó a apoyar la “recuperación, reconstrucción y estabilización del país”.
En 2011 se celebraron elecciones presidenciales. En la agenda de la Minustah se incluyeron temas como la protección de los derechos humanos y el Estado de derecho. En abril de 2017, el Consejo de Seguridad de la ONU decidió cerrar la Misión de Estabilización. Se mantendría en Haití una pequeña misión de paz. Cuatro años después, Haití volvió a ser un epicentro de desestabilización, de enfrentamiento entre bandas ilegales, secuestros y asesinatos que evidencian una nueva ola de violencia en el país.
Sin embargo, el magnicidio del presidente, involucrando mercenarios internacionales, demuestra que ni siquiera los países más frágiles del globo se escapan de las nuevas guerras irregulares. Otrora la Escuela de las Américas adoctrinaba y entrenaba a los oficiales que lucharían en contra del comunismo, de la subversión o del enemigo interno. El Plan Colombia y el Plan Puebla Panamá traen de vuelta la injerencia militar de Estados Unidos en la región, con o sin bases militares.
¿Será que la tradicional Escuela de las Américas, con sede en Panamá, fue renovada y trasladada a otros lugares de la región para fomentar la industria de mercenarios?
No hay que desechar la lista de países por donde los mercenarios han dejado su huella: Emiratos Árabes Unidos, Yemen, Irak, además de algunos intentos fallidos en países de América Latina. Pareciera ser que América Latina está destinada a ser uno de los lugares más violentos del mundo, con una tasa de homicidios como la de países en guerra y ahora parece lista para llevar a los señores de la muerte a las zonas grises del mundo, sin pena ni gloria.
En este contexto, las palabras de Simón Bolívar suenan como quimeras: “¡Pueblo de Haití! Juro ser fiel y leal al pueblo libre de Suramérica, independiente de España, y servirle honrada y lealmente contra todos sus enemigos y opositores”.
Sería conveniente pensar que sin Haití las guerras de independencia de Venezuela, Colombia, Panamá, Ecuador, Perú y Bolivia no habrían seguido su curso.
En todo esto queda un interrogante: ¿Proceso de paz, aunque fragilizado hacia dentro y guerra hacia fuera?
* Profesora Externado de Colombia.
Si en América Latina la lucha por la democracia ha costado lágrimas, sudor y sangre, en Haití no ha sido diferente. ¿Qué viene para el país en esta nueva crisis?
Haití, el país más pobre y más desigual de América Latina, ha estado en los encabezados de la prensa mundial. El asesinato de su controvertido presidente, Jovenel Moïse, supuestamente por mercenarios colombianos, ha conmocionado la sociedad mundial y ha sacado el país de su característica invisibilidad temporal. El hecho invoca una profunda reflexión sobre el rol de los mercenarios en las guerras irregulares.
Haití fue el primer país del Caribe en independizarse. En 1804, los esclavos se rebelaron contra los franceses y Haití se convirtió en la primera república negra. A lo largo de su historia fue ocupado por cuatro potencias: España, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos.
En el siglo XX Haití fue invadido por Estados Unidos y, según los expertos, la presencia de ese país fue larguísima (1915-1934) y no dejó mucho. Solamente un intento de poner a República Dominicana y Haití bajo su zona de influencia con el fin de garantizar sus intereses en el Caribe. La compleja historia de Haití ha sido protagonizada por dictadores, entre ellos François “Papa Doc” Duvalier y su hijo, Jean-Claude “Baby Doc”.
Si en América Latina la lucha por la democracia ha costado lágrimas, sudor y sangre, en Haití no ha sido diferente. Sus primeras elecciones libres ocurrieron en 1990, pero Jean-Bertrand Aristide fue derrocado al año siguiente.
Desde entonces, 14 presidentes han estado al mando del país, pero solamente dos concluyeron sus mandatos de 5 años. En febrero de 2004, sus 200 años de independencia serían marcados por el derrocamiento del gobierno de turno.
Acto seguido, el presidente Aristide salió al exilio y un virulento conflicto armado se extendió por todo el país. Posteriormente, mediante una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU se estableció una Misión de Estabilización de las Naciones Unidas.
Haití ha vivenciado décadas de violencia e inestabilidad. Si se mira el mapa social de Haití, se puede encontrar una enorme brecha social y económica entre los negros, cuya lengua es el criollo y los mulatos francófonos. Según fuentes oficiales, más del 60 % de su población sobrevive con aproximadamente US$2 al día. El hambre es una amenaza constante a la vida de gran parte de la población de Haití y dos millones de haitianos fueron forzados a emigrar.
En 2010, un terremoto y la epidemia de cólera la devastaron, impactando aún más la frágil economía y la incipiente infraestructura del país. Se registraron más de 220.000 muertes. Ante esa tragedia humanitaria, la Minustah amplió su personal y pasó a apoyar la “recuperación, reconstrucción y estabilización del país”.
En 2011 se celebraron elecciones presidenciales. En la agenda de la Minustah se incluyeron temas como la protección de los derechos humanos y el Estado de derecho. En abril de 2017, el Consejo de Seguridad de la ONU decidió cerrar la Misión de Estabilización. Se mantendría en Haití una pequeña misión de paz. Cuatro años después, Haití volvió a ser un epicentro de desestabilización, de enfrentamiento entre bandas ilegales, secuestros y asesinatos que evidencian una nueva ola de violencia en el país.
Sin embargo, el magnicidio del presidente, involucrando mercenarios internacionales, demuestra que ni siquiera los países más frágiles del globo se escapan de las nuevas guerras irregulares. Otrora la Escuela de las Américas adoctrinaba y entrenaba a los oficiales que lucharían en contra del comunismo, de la subversión o del enemigo interno. El Plan Colombia y el Plan Puebla Panamá traen de vuelta la injerencia militar de Estados Unidos en la región, con o sin bases militares.
¿Será que la tradicional Escuela de las Américas, con sede en Panamá, fue renovada y trasladada a otros lugares de la región para fomentar la industria de mercenarios?
No hay que desechar la lista de países por donde los mercenarios han dejado su huella: Emiratos Árabes Unidos, Yemen, Irak, además de algunos intentos fallidos en países de América Latina. Pareciera ser que América Latina está destinada a ser uno de los lugares más violentos del mundo, con una tasa de homicidios como la de países en guerra y ahora parece lista para llevar a los señores de la muerte a las zonas grises del mundo, sin pena ni gloria.
En este contexto, las palabras de Simón Bolívar suenan como quimeras: “¡Pueblo de Haití! Juro ser fiel y leal al pueblo libre de Suramérica, independiente de España, y servirle honrada y lealmente contra todos sus enemigos y opositores”.
Sería conveniente pensar que sin Haití las guerras de independencia de Venezuela, Colombia, Panamá, Ecuador, Perú y Bolivia no habrían seguido su curso.
En todo esto queda un interrogante: ¿Proceso de paz, aunque fragilizado hacia dentro y guerra hacia fuera?
* Profesora Externado de Colombia.