Después de 20 años de ocupación, Estados Unidos se retira del territorio afgano, el presidente de Afganistán deja el país y los talibanes recuperan el poder. Al deparar con esta noticia, una película de horror pasa por la mente de muchos. Posteriormente a la retirada de las tropas soviéticas de Afganistán en 1990, los talibanes aparecieron en el norte de Pakistán, con la promesa de garantizar la paz, la seguridad y cumplir con la severa ley islámica en sus zonas de influencia, tanto en Pakistán como en Afganistán. Muchos especulan que, desde su surgimiento, contó con financiación de Arabia Saudita.
En general, los talibanes fueron bien recibidos por la población. Su popularidad se incrementaba a medida que emprendían una lucha en contra de la corrupción, garantizaban seguridad e impulsaban la economía. En 1998, los talibanes ya dominaban el 90 % de Afganistán.
Sin embargo, esto ocurría mientras ellos ponían en marcha estrategias bastante complejas para ejercer su dominio y demostrar su fuerza, incluso por medio de ejecuciones públicas y la prohibición de que las niñas fueran a la escuela, una violación de los derechos humanos y un profundo irrespeto a la identidad cultural y libertad de estos pueblos.
En aquel entonces, Arabia Saudita, Emiratos Árabes y Pakistán fueron los únicos que reconocieron a los talibanes cuando tomaron el poder.
En 2001, después de los ataques del 11 de septiembre, los talibanes fueron acusados de ocultar en su territorio a Osama Bin Laden y a integrantes de Al Qaeda. Menos de un mes después, Estados Unidos y sus aliados atacaron Afganistán y en diciembre de 2001 el régimen talibán ya había sido derrotado. Sin embargo, el líder del grupo Mullah Mohammad Omar y Osama Bin Laden, así como otros integrantes del grupo, lograron escaparse.
En 2012, los talibanes pakistaníes protagonizaron una escena de horror que dio la vuelta al mundo: el atentado en contra de Malala, la niña que defendía su derecho a la educación, a jugar, a cantar y a que se oyera su voz”, y que ganó Premio Nobel de la Paz, en 2014, por su “lucha contra la opresión”.
No obstante, después de la masacre en la escuela de Peshawar, la reputación e influencia de los talibanes en Pakistán se disminuye visiblemente.
En 2013, Estados Unidos puso en marcha ataques con aviones no tripulados que tienen como blanco a los líderes talibanes. Caen algunos muy significativos como Hakimullah Mehsud, líder del grupo. Después de la muerte de Mullah en 2016, en un ataque de Estados Unidos, Mawlawi Hibatullah Akhundzada fue nombrado comandante supremo de los talibanes, quien asumió la responsabilidad en cuestiones políticas, militares y religiosas. Akhundzada surgió del movimiento de resistencia islámica contra los soviéticos y fue jefe de los tribunales de la Sharia en los años 90.
En abril de 2021, el presidente de EE. UU., Joe Biden, dando seguimiento a una estrategia del expresidente Donald Trump, anunció que hasta el 11 de septiembre de 2021, todas las tropas estadounidenses saldrían del territorio afgano. Después de dos décadas de una fuerte resistencia en contra de la ocupación estadounidense, pareciera ser que los talibanes se levantan más fuertes que nunca . Según la OTAN ellos cuentan “con más de 85.000 combatientes de tiempo completo” y ya dominan gran parte del territorio, incluyendo la capital, Kabul.
La de Afganistán entra en la historia como la guerra de intervención más larga de Estados Unidos, con un costo compartido con los miembros de la OTAN de más de US$ 83 mil millones de dólares y, sí todo sigue como está, podría ser considerada como una derrota más significativa que la de Vietnam.
Detrás de todo este aparato bélico y la cruzada en contra de los talibanes y Al Qaeda esta es una guerra perdida contra el opio. Cuando Estados Unidos y Reino Unido invadieron Afganistán en 2001, había 74.000 hectáreas de plantaciones de amapola; actualmente, más de 328.000 hectáreas.
El investigador David Mansfield afirma “que, más allá del elevado gasto y la información de inteligencia militar, la campaña había tenido poco o nada de efecto sobre la red de tráfico de drogas en Afganistán”.
Según la periodista Antje Bauer, a los talibanes no les preocupa el rechazo de Occidente: “seguirán ganando mucho con las aduanas porque Afganistán es país de tránsito entre Asia y Europa y ganarán aún más con el opio y la heroína”.
Los teóricos de la geopolítica de los recursos naturales afirman que la proliferación de los señores de la guerra en las zonas grises del planeta desde Afganistán a Birmania y de Colombia a África Central ocurre a partir del control de la producción y las rutas de la droga. Así, el incremento sustancial del tráfico de opio y heroína, después de 20 años de guerra protagonizada por EE. UU., siembra muchas dudas y ratifica la dolorosa guerra perdida contra las drogas en todas partes del mundo.
Profesora Externado de Colombia.
Después de 20 años de ocupación, Estados Unidos se retira del territorio afgano, el presidente de Afganistán deja el país y los talibanes recuperan el poder. Al deparar con esta noticia, una película de horror pasa por la mente de muchos. Posteriormente a la retirada de las tropas soviéticas de Afganistán en 1990, los talibanes aparecieron en el norte de Pakistán, con la promesa de garantizar la paz, la seguridad y cumplir con la severa ley islámica en sus zonas de influencia, tanto en Pakistán como en Afganistán. Muchos especulan que, desde su surgimiento, contó con financiación de Arabia Saudita.
En general, los talibanes fueron bien recibidos por la población. Su popularidad se incrementaba a medida que emprendían una lucha en contra de la corrupción, garantizaban seguridad e impulsaban la economía. En 1998, los talibanes ya dominaban el 90 % de Afganistán.
Sin embargo, esto ocurría mientras ellos ponían en marcha estrategias bastante complejas para ejercer su dominio y demostrar su fuerza, incluso por medio de ejecuciones públicas y la prohibición de que las niñas fueran a la escuela, una violación de los derechos humanos y un profundo irrespeto a la identidad cultural y libertad de estos pueblos.
En aquel entonces, Arabia Saudita, Emiratos Árabes y Pakistán fueron los únicos que reconocieron a los talibanes cuando tomaron el poder.
En 2001, después de los ataques del 11 de septiembre, los talibanes fueron acusados de ocultar en su territorio a Osama Bin Laden y a integrantes de Al Qaeda. Menos de un mes después, Estados Unidos y sus aliados atacaron Afganistán y en diciembre de 2001 el régimen talibán ya había sido derrotado. Sin embargo, el líder del grupo Mullah Mohammad Omar y Osama Bin Laden, así como otros integrantes del grupo, lograron escaparse.
En 2012, los talibanes pakistaníes protagonizaron una escena de horror que dio la vuelta al mundo: el atentado en contra de Malala, la niña que defendía su derecho a la educación, a jugar, a cantar y a que se oyera su voz”, y que ganó Premio Nobel de la Paz, en 2014, por su “lucha contra la opresión”.
No obstante, después de la masacre en la escuela de Peshawar, la reputación e influencia de los talibanes en Pakistán se disminuye visiblemente.
En 2013, Estados Unidos puso en marcha ataques con aviones no tripulados que tienen como blanco a los líderes talibanes. Caen algunos muy significativos como Hakimullah Mehsud, líder del grupo. Después de la muerte de Mullah en 2016, en un ataque de Estados Unidos, Mawlawi Hibatullah Akhundzada fue nombrado comandante supremo de los talibanes, quien asumió la responsabilidad en cuestiones políticas, militares y religiosas. Akhundzada surgió del movimiento de resistencia islámica contra los soviéticos y fue jefe de los tribunales de la Sharia en los años 90.
En abril de 2021, el presidente de EE. UU., Joe Biden, dando seguimiento a una estrategia del expresidente Donald Trump, anunció que hasta el 11 de septiembre de 2021, todas las tropas estadounidenses saldrían del territorio afgano. Después de dos décadas de una fuerte resistencia en contra de la ocupación estadounidense, pareciera ser que los talibanes se levantan más fuertes que nunca . Según la OTAN ellos cuentan “con más de 85.000 combatientes de tiempo completo” y ya dominan gran parte del territorio, incluyendo la capital, Kabul.
La de Afganistán entra en la historia como la guerra de intervención más larga de Estados Unidos, con un costo compartido con los miembros de la OTAN de más de US$ 83 mil millones de dólares y, sí todo sigue como está, podría ser considerada como una derrota más significativa que la de Vietnam.
Detrás de todo este aparato bélico y la cruzada en contra de los talibanes y Al Qaeda esta es una guerra perdida contra el opio. Cuando Estados Unidos y Reino Unido invadieron Afganistán en 2001, había 74.000 hectáreas de plantaciones de amapola; actualmente, más de 328.000 hectáreas.
El investigador David Mansfield afirma “que, más allá del elevado gasto y la información de inteligencia militar, la campaña había tenido poco o nada de efecto sobre la red de tráfico de drogas en Afganistán”.
Según la periodista Antje Bauer, a los talibanes no les preocupa el rechazo de Occidente: “seguirán ganando mucho con las aduanas porque Afganistán es país de tránsito entre Asia y Europa y ganarán aún más con el opio y la heroína”.
Los teóricos de la geopolítica de los recursos naturales afirman que la proliferación de los señores de la guerra en las zonas grises del planeta desde Afganistán a Birmania y de Colombia a África Central ocurre a partir del control de la producción y las rutas de la droga. Así, el incremento sustancial del tráfico de opio y heroína, después de 20 años de guerra protagonizada por EE. UU., siembra muchas dudas y ratifica la dolorosa guerra perdida contra las drogas en todas partes del mundo.
Profesora Externado de Colombia.