Contradiciendo sus promesas de campaña, el presidente Donald Trump inserta a Siria en sus prioridades geopolíticas, después de ordenar por primera vez un ataque militar directo contra las fuerzas del gobierno de Bashar al-Asad. Un cambio de paradigma en la política exterior de Estados Unidos que la distancia de Rusia.
La incursión militar de Estados Unidos fue una respuesta inmediata al supuesto uso de armas químicas por el gobierno sirio, lo que hasta ahora no ha sido confirmado. Imágenes dramáticas, cuyos blancos fueron niños, dieron la vuelta al mundo, demostrando que después de seis años de guerra, Siria es un escenario de terror y crisis humanitaria.
Es bueno recordar que la guerra en Irak, la primera acción militar de Estados Unidos en la posguerra fría —cuya justificación fue el uso de armas químicas por el gobierno de Sadam Husein, algo que jamás fue comprobado— dejó a un país fracturado que hoy está lejos de constituirse en una democracia.
Según Unicef, los niños en Siria mueren en silencio para el resto del mundo. “Más de 8 millones de niños necesitan ayuda humanitaria urgente, 5,8 millones siguen en Siria bajo el fuego de las bombas y 2,3 millones viven como refugiados en los países vecinos: Líbano, Jordania, Irak, Turquía y Egipto” y muy pocos logran hacer la travesía hacia Europa.
Los niños sirios que van a cumplir 7 años no conocen otro escenario distinto al de las bombas, los disparos y la violencia incesante, lo que convierte a Siria en uno de los peores lugares para ser niño. Sus derechos han sido constantemente violados y “en 2016 las partes en conflicto reclutaron a 851 niños soldado”.
Además, han utilizado el corte de agua como táctica de guerra, lo que provoca la escasez del agua potable y hace que la mayoría de las familias sirias tengan que gastar ¼ de sus ingresos para obtenerla, práctica asociable a un crimen de lesa humanidad.
En este complejo escenario de lucha diaria por la supervivencia, solamente la mitad de los hospitales siguen operando y se estima que en 2016 ocurrieron más de 30 ataques a hospitales.
La generación que nació con la guerra ha sufrido las consecuencias de una educación interrumpida: 2,3 millones de niños sirios no tienen acceso a la escuela, una de cada tres fue destruida, dañada o está siendo utilizada como refugio. En 2016, “hubo 87 ataques a escuelas”.
Sin sombra de dudas, Siria conmueve y pide auxilio. El prolongamiento del conflicto, sin embargo, ha sido atribuido a la intervención de las potencias regionales y mundiales. Se les acusa de fomentar el sectarismo, intensificar los enfrentamientos y convertir a Siria “en un campo de batalla de una guerra subsidiaria”.
La comunidad internacional ha reaccionado a la intervención de EE.UU. Rusia dice que la acción militar de Washington afecta seriamente la relación bilateral, mientras que la Unión Europea advirtió sobre el peligro de una escalada militar.
Trump, con un bajo índice de popularidad en el contexto doméstico y derrotas importantes en sus primeros meses de gobierno, utiliza a Siria para enviar mensajes a algunos contradictores, tales como Corea del Norte e Irán. Las potencias siempre necesitan de nuevas guerras para probar su fuerza, modernizar su aparato militar y configurar su estrategia de belicismo experimental.
Siria paga un alto precio por ser la puerta de entrada al Mediterráneo y al Medio Oriente. Por este motivo la han convertido en un área de disputas. Analistas como Noam Chomsky advierten que Siria podrá ser dividida en tres regiones: una región kurda, en el resto del país, una dominada por el controvertido régimen de Al-Asad y otra por las diversas milicias, que van desde lo más perverso y violento hasta lo secular y democrático.
Profesora U. Externado.
Contradiciendo sus promesas de campaña, el presidente Donald Trump inserta a Siria en sus prioridades geopolíticas, después de ordenar por primera vez un ataque militar directo contra las fuerzas del gobierno de Bashar al-Asad. Un cambio de paradigma en la política exterior de Estados Unidos que la distancia de Rusia.
La incursión militar de Estados Unidos fue una respuesta inmediata al supuesto uso de armas químicas por el gobierno sirio, lo que hasta ahora no ha sido confirmado. Imágenes dramáticas, cuyos blancos fueron niños, dieron la vuelta al mundo, demostrando que después de seis años de guerra, Siria es un escenario de terror y crisis humanitaria.
Es bueno recordar que la guerra en Irak, la primera acción militar de Estados Unidos en la posguerra fría —cuya justificación fue el uso de armas químicas por el gobierno de Sadam Husein, algo que jamás fue comprobado— dejó a un país fracturado que hoy está lejos de constituirse en una democracia.
Según Unicef, los niños en Siria mueren en silencio para el resto del mundo. “Más de 8 millones de niños necesitan ayuda humanitaria urgente, 5,8 millones siguen en Siria bajo el fuego de las bombas y 2,3 millones viven como refugiados en los países vecinos: Líbano, Jordania, Irak, Turquía y Egipto” y muy pocos logran hacer la travesía hacia Europa.
Los niños sirios que van a cumplir 7 años no conocen otro escenario distinto al de las bombas, los disparos y la violencia incesante, lo que convierte a Siria en uno de los peores lugares para ser niño. Sus derechos han sido constantemente violados y “en 2016 las partes en conflicto reclutaron a 851 niños soldado”.
Además, han utilizado el corte de agua como táctica de guerra, lo que provoca la escasez del agua potable y hace que la mayoría de las familias sirias tengan que gastar ¼ de sus ingresos para obtenerla, práctica asociable a un crimen de lesa humanidad.
En este complejo escenario de lucha diaria por la supervivencia, solamente la mitad de los hospitales siguen operando y se estima que en 2016 ocurrieron más de 30 ataques a hospitales.
La generación que nació con la guerra ha sufrido las consecuencias de una educación interrumpida: 2,3 millones de niños sirios no tienen acceso a la escuela, una de cada tres fue destruida, dañada o está siendo utilizada como refugio. En 2016, “hubo 87 ataques a escuelas”.
Sin sombra de dudas, Siria conmueve y pide auxilio. El prolongamiento del conflicto, sin embargo, ha sido atribuido a la intervención de las potencias regionales y mundiales. Se les acusa de fomentar el sectarismo, intensificar los enfrentamientos y convertir a Siria “en un campo de batalla de una guerra subsidiaria”.
La comunidad internacional ha reaccionado a la intervención de EE.UU. Rusia dice que la acción militar de Washington afecta seriamente la relación bilateral, mientras que la Unión Europea advirtió sobre el peligro de una escalada militar.
Trump, con un bajo índice de popularidad en el contexto doméstico y derrotas importantes en sus primeros meses de gobierno, utiliza a Siria para enviar mensajes a algunos contradictores, tales como Corea del Norte e Irán. Las potencias siempre necesitan de nuevas guerras para probar su fuerza, modernizar su aparato militar y configurar su estrategia de belicismo experimental.
Siria paga un alto precio por ser la puerta de entrada al Mediterráneo y al Medio Oriente. Por este motivo la han convertido en un área de disputas. Analistas como Noam Chomsky advierten que Siria podrá ser dividida en tres regiones: una región kurda, en el resto del país, una dominada por el controvertido régimen de Al-Asad y otra por las diversas milicias, que van desde lo más perverso y violento hasta lo secular y democrático.
Profesora U. Externado.