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El 3 de marzo se cumple un año de la muerte de la activista y ambientalista hondureña Berta Cáceres, la guardiana de los ríos. En 1993 había sido una de las fundadoras del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas (Cophin) de Honduras, con el objetivo de defender el medioambiente, rescatar la cultura lenca y mejorar las condiciones de vida de la población de la región.
Con el tiempo, otras banderas fueron izadas con profunda convicción: ayudar a las comunidades locales a luchar por sus derechos territoriales, contra la destrucción del medioambiente y la implementación de megaproyectos en sus tierras. Los pilares de su movimiento fueron: el anticapitalismo, el antipatriarcado y el antirracismo.
En los últimos tiempos, Berta había luchado firmemente en contra de la construcción de una hidroeléctrica en una reserva indígena, Agua Zarca. Su construcción podría obstaculizar el acceso al río Gualcarque, considerado sagrado por los pueblos indígenas e importante fuente de supervivencia de la comunidad lenca, lo que limitaría el acceso al agua y alimentos.
Berta y el Cophin utilizaron estrategias pacíficas para detener la construcción de este proyecto hidroeléctrico. Con sus acciones consiguieron que las compañías extranjeras se retiraran, venciendo a una de las constructoras más grandes del mundo, la china Sinohidro.
Constantemente era amenazada, hostigada y perseguida. En 2009, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos le otorgó medidas especiales de protección.
No obstante, el 3 de marzo de 2016, Berta fue asesinada en su casa. Desde 2010, 109 ambientalistas fueron asesinados en Honduras. Debido a su muerte, la obra de Agua Zarca fue interrumpida, pero la licencia de construcción sigue vigente y los territorios del pueblo lenca militarizados, lo que irrespeta la autodeterminación de las comunidades indígenas. Después de un año de su muerte, varios movimientos sociales aún claman por justicia.
La muerte de Berta recuerda a la comunidad internacional que Honduras sigue siendo considerado uno de los países más peligrosos del mundo, sobre todo debido al narcotráfico y al crimen organizado, pese a que Honduras sea pieza clave de la lucha contra las drogas liderada por Estados Unidos, lo que ha justificado la base de Soto Cano, conocida como Pamerola.
Su cotidiano es marcado por inseguridad, profundas desigualdades sociales y corrupción. Algunos años después de la salida de Zelaya, el país ya registraba “un promedio de 15,9 asesinatos al día, según un informe del Ministerio de Seguridad. Por cada 100.000 habitantes hubo 66/68 homicidios”.
Importante recordar que el golpe de Estado en Honduras, el 28 de junio de 2009, que sacó al presidente Manuel Zelaya del poder, reinició el ciclo de inestabilidad política en América Latina.
En su mandato, el presidente Zelaya había logrado lo impensable en un país como Honduras: altas tasas de crecimiento económico, incrementó en 60 % del salario mínimo, la tasa de inflación fue considerada la más baja de los últimos 15 años, realizó importantes inversiones en las áreas de salud y educación. Además aprobó la Ley de Participación Ciudadana, la cual permitía consultas populares sobre temas nacionales.
Los críticos del movimiento zelayista atribuían estos cambios domésticos a los beneficios de Petrocaribe —concesión de créditos para la compra de petróleo, a una tasa de interés de 1 % por un largo período—, debido al ingreso de Honduras al Alba, Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América.
Sin sombra de dudas, la salida intempestiva de Manuel Zelaya del poder dejó una marca sombría en el frágil sistema político hondureño y en la democracia latinoamericana. Si este golpe de Estado reafirmó el poder de la histórica oligarquía hondureña, la muerte de Cáceres ratifica las otras luchas que el pueblo hondureño aún deberá afrontar. El canto libre de Berta Cáceres estará en cada rincón de América Latina. Ella simboliza la lucha valiente e interrumpida de miles de mujeres latinoamericanas.
* Profesora Universidad Externado de Colombia.