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Hoy día sabemos que un desastre es un evento ecológico extremo que nos cogió desprevenidos, pues nada hay de natural en ocupar el lecho de un río que sabemos se desborda en época de abundantes lluvias o ubicar una población en las laderas de un volcán activo. La memoria y el aprendizaje nos han demostrado que los efectos lamentables de una avalancha, una erupción o un movimiento sísmico, por impredecibles que sean, son producto de una falla cultural. Habría que pensar igual respecto a los accidentes derivados de la tecnología, como en el caso de Chernobyl o el derrame petrolero en el Golfo de México, que demuestran que no es factible garantizar un 100 % de efectividad y seguridad en ningún desarrollo, por lo cual requieren un nivel importante de aceptación de riesgo y la adopción de mecanismos de contingencia proporcionales a los niveles de vulnerabilidad y exposición que generan: si uno tiene estufa, mantiene crema para las quemaduras.
La conciencia del riesgo es probablemente el factor cultural más difícil de imbuir en una persona o sociedad, pero de ello dependen en gran medida sus estrategias adaptativas: ser demasiado conservadores nos impide afrontar el cambio ambiental y nos condena pasivamente e inexorablemente al desastre, ser demasiado innovadores puede constituir el desastre mismo. Esta discusión ha reaparecido con ocasión del derrame de un pozo de crudo sobre la quebrada La Lizama en Barrancabermeja, el cual, según algunos, evidencia que nunca debimos ser petroleros, según otros, motivo para reclamar el cobro de pasivos inconmensurables sin hacer las cuentas justas y completas (los aprendizajes también incluyen estrategias electoreras y mediáticas).
En la Tierra, a diferencia del universo galáctico de F. Herbert donde la humanidad se enfrenta a la incertidumbre sin ayuda de la complejidad computacional, prohibida por radicales antitecnología, varios eventos abordarán el tema del manejo de la incertidumbre en la toma de decisiones: en Cádiz, la “17ava Conferencia Internacional en Procesamiento de Información y Manejo de Incertidumbre” y en Ascona “Creando incertidumbre: beneficios para las personas, los equipos y las organizaciones”.
Entramos en una época de responsabilidades confusas detrás de las modificaciones ambientales, pues lo que hacemos los seres humanos son experimentos llenos de incertidumbre. Vendrán innumerables sorpresas asociadas con efectos de decisiones del pasado que en su momento no pudieron preverse, pues eran inimaginables: los nuevos volcanes. Esa es la sociedad del riesgo de Ulrich Beck que evoluciona desde la prehistoria y hace que los mecanismos de evaluación de la conveniencia de la innovación social o el control de la tecnología requieran constantemente nuevos parámetros de discusión. La Lizama se recuperará muy pronto, hay capacidad y voluntad. En cambio, el tratamiento de otros desastres culturales como la destrucción de selvas en el Guaviare o la desecación de la Ciénaga Grande es más incierto: ejércitos de motosierras o flotillas de retroexcavadoras invisibles evidencian problemas aún más primitivos de inviabilidad adaptativa que las decisiones acerca del petróleo o la nanobiotecnología.