El mejor ejemplo de lo que no debe hacerse con el turismo de naturaleza o ecoturismo es el Valle de Cocora, en el Quindío, donde se incumplen todas las normas del ordenamiento territorial, se violan las buenas prácticas ambientales y, lo peor, se deteriora la calidad de la oferta que atrae a los visitantes.
Según un estudio reciente de la Fundación Las Mellizas, con apoyo de la Unión Europea, la región es un agujero negro de gobernanza. Es decir, a (casi) nadie le interesa que las cosas funcionen ni cumplir las normas, porque entra plata. Exceso de visitantes (por miles), muchos de los cuales llegan sin saber a dónde los llevaron o a qué van, cabalgatas ilegales, invasión de espacio público y privado, destrucción del patrimonio colectivo, desplazamiento de locales aburridos con los abusos, todo ello además para disfrutar de un paisaje moribundo, puesto que ha sido imposible poner en práctica las mínimas disposiciones para que la palma de cera, árbol nacional, se reproduzca en la región. Las autoridades ambientales y la Alcaldía reconocen el problema, pero de manera tácita dan a entender que es imposible hacer nada: en pleno centro del país, pese a todas las capacidades instaladas, uno de los paisajes colombianos más emblemáticos ha sido avasallado.
La invención del ecoturismo está ligada a la idea de que es factible hacer convivir la producción con la conservación y a partir de ello construir territorios sostenibles. Lo cierto es que en Cocora y en muchos otros lugares del país eso es un mito. Los viajeros se sorprenden tanto con la belleza de los escenarios como de lo agresivo e irresponsable de los operadores, quienes sólo parecen interesados en extraer la máxima rentabilidad de la gente y el paisaje sin siquiera pensar en lo efímera que puede resultar su ambición: el cortoplacista transfiere a las futuras generaciones el deterioro y, cuando todo comienza a colapsar, huye.
Salento y Cocora, lamentablemente, se han convertido en una estrategia fatal, pues su evolución como parque temático está matando todo. Ya es un mausoleo biológico, pero al fin y al cabo también las ruinas tienen su encanto, sin embargo, un lugar que originalmente los colombianos acordamos destinar a la producción agrícola y la conservación del bosque y el agua no tiene nada de eso: a pesar de estar al lado del Parque Los Nevados y hacer parte de un Distrito de Manejo Integrado, la región es hoy sólo una máquina de producir plata, donde nadie colabora con nadie y tampoco las autoridades logran hacer cumplir con la Ley.
Cada día, decenas de quebradas son deforestadas en el país por algún astuto colindante “emprendedor” que tala todo para construir “infraestructura sostenible”, un eufemismo para montar un balneario, léase ruido-basura 24/7, y cobrar. Cada propietario de un predio con cueva o cascada se declara hotelero gracias a una cuerda y un pariente con cachucha a los que convierte en peaje y operador turístico. Es que el ingenio colombiano no tiene límite…
El turismo extractivista puede ser peor que la minería, señalan con razón los habitantes de Vetas, cuando ven desolados como centenares de “ecoturistas” han comenzado a llegar a “conocer” el páramo de Santurbán. A ver cómo lo han dejado.
El mejor ejemplo de lo que no debe hacerse con el turismo de naturaleza o ecoturismo es el Valle de Cocora, en el Quindío, donde se incumplen todas las normas del ordenamiento territorial, se violan las buenas prácticas ambientales y, lo peor, se deteriora la calidad de la oferta que atrae a los visitantes.
Según un estudio reciente de la Fundación Las Mellizas, con apoyo de la Unión Europea, la región es un agujero negro de gobernanza. Es decir, a (casi) nadie le interesa que las cosas funcionen ni cumplir las normas, porque entra plata. Exceso de visitantes (por miles), muchos de los cuales llegan sin saber a dónde los llevaron o a qué van, cabalgatas ilegales, invasión de espacio público y privado, destrucción del patrimonio colectivo, desplazamiento de locales aburridos con los abusos, todo ello además para disfrutar de un paisaje moribundo, puesto que ha sido imposible poner en práctica las mínimas disposiciones para que la palma de cera, árbol nacional, se reproduzca en la región. Las autoridades ambientales y la Alcaldía reconocen el problema, pero de manera tácita dan a entender que es imposible hacer nada: en pleno centro del país, pese a todas las capacidades instaladas, uno de los paisajes colombianos más emblemáticos ha sido avasallado.
La invención del ecoturismo está ligada a la idea de que es factible hacer convivir la producción con la conservación y a partir de ello construir territorios sostenibles. Lo cierto es que en Cocora y en muchos otros lugares del país eso es un mito. Los viajeros se sorprenden tanto con la belleza de los escenarios como de lo agresivo e irresponsable de los operadores, quienes sólo parecen interesados en extraer la máxima rentabilidad de la gente y el paisaje sin siquiera pensar en lo efímera que puede resultar su ambición: el cortoplacista transfiere a las futuras generaciones el deterioro y, cuando todo comienza a colapsar, huye.
Salento y Cocora, lamentablemente, se han convertido en una estrategia fatal, pues su evolución como parque temático está matando todo. Ya es un mausoleo biológico, pero al fin y al cabo también las ruinas tienen su encanto, sin embargo, un lugar que originalmente los colombianos acordamos destinar a la producción agrícola y la conservación del bosque y el agua no tiene nada de eso: a pesar de estar al lado del Parque Los Nevados y hacer parte de un Distrito de Manejo Integrado, la región es hoy sólo una máquina de producir plata, donde nadie colabora con nadie y tampoco las autoridades logran hacer cumplir con la Ley.
Cada día, decenas de quebradas son deforestadas en el país por algún astuto colindante “emprendedor” que tala todo para construir “infraestructura sostenible”, un eufemismo para montar un balneario, léase ruido-basura 24/7, y cobrar. Cada propietario de un predio con cueva o cascada se declara hotelero gracias a una cuerda y un pariente con cachucha a los que convierte en peaje y operador turístico. Es que el ingenio colombiano no tiene límite…
El turismo extractivista puede ser peor que la minería, señalan con razón los habitantes de Vetas, cuando ven desolados como centenares de “ecoturistas” han comenzado a llegar a “conocer” el páramo de Santurbán. A ver cómo lo han dejado.