Estuve presente y firmé con gusto la Coalición por la Paz con la Naturaleza en medio de la COP16 de biodiversidad. El llamado se hizo en un evento con rituales y discursos provenientes de una interculturalidad en movimiento, que busca resignificar la relación entre las personas, el territorio y los demás seres vivos, pero que no puede ser simplemente otro gesto vacío de propaganda electoral. El entusiasmo de las calles de Cali debería servir de inspiración para transformar los conflictos ambientales que a menudo nos regocijamos más en documentar que en transformar con una perspectiva experimental concreta, tal vez bajo una lectura menos idealizada de lo que llamamos “naturaleza”: es imposible plantear la existencia de lo humano por fuera de ella, por lo cual la extensión de la paz no la dan solamente las conversaciones con el río y la montaña, los osos y los frailejones, sino entre nosotr@s, llenos de tecnologías que obligan a considerar las diversas perspectivas bioculturales como mezclas de ancestralidades reinventadas, innovación disruptiva y experimentos poco controlados que emergen, evolucionan y nos proponen formas de habitar tan potencialmente creativas como controversiales; no hay una sola manera correcta de habitar el territorio.
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Estuve presente y firmé con gusto la Coalición por la Paz con la Naturaleza en medio de la COP16 de biodiversidad. El llamado se hizo en un evento con rituales y discursos provenientes de una interculturalidad en movimiento, que busca resignificar la relación entre las personas, el territorio y los demás seres vivos, pero que no puede ser simplemente otro gesto vacío de propaganda electoral. El entusiasmo de las calles de Cali debería servir de inspiración para transformar los conflictos ambientales que a menudo nos regocijamos más en documentar que en transformar con una perspectiva experimental concreta, tal vez bajo una lectura menos idealizada de lo que llamamos “naturaleza”: es imposible plantear la existencia de lo humano por fuera de ella, por lo cual la extensión de la paz no la dan solamente las conversaciones con el río y la montaña, los osos y los frailejones, sino entre nosotr@s, llenos de tecnologías que obligan a considerar las diversas perspectivas bioculturales como mezclas de ancestralidades reinventadas, innovación disruptiva y experimentos poco controlados que emergen, evolucionan y nos proponen formas de habitar tan potencialmente creativas como controversiales; no hay una sola manera correcta de habitar el territorio.
La Reserva Forestal Protectora/Productora Thomas van der Hammen (que tiene menos del 1 % en bosque) fue creada como respuesta vital para detener la expansión urbana de la Bogotá a principios del siglo. Parte del proceso se convirtió entonces en una expresión de lucha de clases contra los propietarios de los predios, las empresas floricultoras y las empresas de construcción, entre otros, extendida a toda su zona de influencia, quienes deberían renunciar a todo derecho adquirido, renta y plusvalía para compensar, sin referencia normativa, su “deuda” con el resto de la población. Bogotá se presentó como una ciudad interesada ética y utilitariamente en disponer de más de 1.400 hectáreas de verde biodiverso, más imaginado que real, proveedor de servicios ecosistémicos nunca medidos, ni tasados, ni compensados. La premisa, equivocada desde el principio, era que la reserva constituía un espacio biológico silvestre fundamental (y gratuito) para la ciudad, o, en manos de expertos, podría llegar a constituirlo, de lo cual estamos más lejos que cuando se creó, pues naufragamos entre conflictos que se han convertido en la mejor garantía de que no pase nada. Como me dijo un buen amigo: “La destrucción de una reserva que no existe importa más que la no construcción de la que podría existir”.
Es imperativo hacer que exista la Van der Hammen. Pero la única posibilidad es que sea el resultado de un diseño ecosistémico innovador, obviamente concertado, donde garanticemos los hábitats que requiere una biodiversidad nativa agonizante en medio del mar de pastos, especies invasoras y actividades humanas mal diseñadas. Por esto invito a la ministra Muhammad, grande en la COP16, a invocar un proceso pacífico de concertación entre todos los actores para desentrabar la eventual restauración del territorio bajo condiciones mixtas, que respeten umbrales de funcionalidad ecológica (integridad, conectividad), y considerando unos mínimos de infraestructura pública que, bien definidos y operados, lograrían llevar a Bogotá a un estado de bienestar compartido inalcanzable en las actuales circunstancias. La visión de un paraíso silvestre está impidiendo la construcción del gran parque que necesitan la biodiversidad y los bogotanos para enfrentarse juntos a la crisis climática. Estoy segura de que podemos diseñar un paisaje híbrido, viable, donde la biología, el arte, la tecnología y la justicia social puedan expresarse en un modo de vivir que realmente dé ejemplo al resto del país; la Amazonia lo necesita, el bajo Cauca, la costa nariñense, el mundo entero. Hagamos la paz a la que nos convoca la biodiversidad.