Columna de Opinión de Camilo Amaya: La “macchina umana”
Convertirse en triunfadores a como dé lugar. Esa es la lógica del deporte moderno, tan influyente en las disciplinas individuales. En este caso el a como dé lugar viene relacionado con buenas decisiones, decisiones inteligentes y nada pulsionales. Humildes, si se quiere. La primera, quizá, fue cuando Jannik Sinner contrató a Darren Cahill en junio de 2022. Más que un entrenador, un estratega, el hombre de la dosificación, enemigo del caos —el mental, sobre todo—.
Puso a Leyton Hewitt en la cima del escalafón mundial cuando apenas tenía 20 años, lo hizo con Andre Agassi cuando el norteamericano ya iba por los 33. Apenas llegó al equipo del italiano le dijo que era necesario ganar masa muscular. Eso sí, de a poco, para evitar dañar articulaciones y huesos, no afectar la carrocería.
En los últimos seis meses hubo un cambio en la alimentación, en la rutina del gimnasio. Y aunque no lo parezca —porque Sinner da una sensación de fragilidad por lo enjuto—, el tenista de 22 años es más fuerte y rápido en la cancha. Y esos kilos extras, que puede que sea poco, le permiten imprimirle más peso y profundidad a su bola, incomodar al rival.
Cahill y su definición de consistencia: meter más bolas, durante mayor tiempo y a más alta velocidad. Eso es lo que hace Sinner, el robot del tenis, el italiano que por fin logró alcanzar su primera final en un Grand Slam. Y lo hizo venciendo al mejor de todos, a un hombre que no perdía en Melbourne desde hacía 2.195 días y sumaba 33 victorias consecutivas en el primer torneo grande del año.
Para dimensionar lo que acaba de hacer Sinner, hay que hablar de Novak Djokovic, pues lo grandilocuente del rival hace más importante este triunfo, quizás el más relevante en la carrera del italiano, por ahora. Y hay que decir que Sinner superó al hombre que nunca había caído en una semifinal en Australia, al de los 10 títulos en Melbourne.
Sinner quebrantó a quien parecía inquebrantable, lo fue llevando hacia la frustración, al desespero y con este a la resignación. Y Djokovic, que cuando va perdiendo juega muchísimo mejor, siempre obtuvo una respuesta del otro lado de la red. El tenis es un deporte de porcentajes y sabiendo esto es que hay que jugarlo: con base en los números. Sinner ganó el 83 % de los puntos con su primer servicio, cometió 28 errores no forzados —contra 54 de su rival— y no cedió puntos de quiebre frente a quien tiene la mejor devolución del mundo.
Tuvieron que pasar 19 años para tener una final en Australia sin uno de los integrantes del Big Three (Djokovic, Federer y Nadal) y una década para que alguien más allá de estos tres fenómenos levante el trofeo en el primer gran torneo de la temporada (el último fue Wawrinka en 2014).
Sinner buscará su primer Grand Slam frente al ruso Daniil Medveded, otra máquina para jugar tenis, a quien le favorece el historial entre ambos (6-3). Sin embargo, en esta ocasión, el favorito es el italiano, pues ha llegado a un punto en el que sus límites —como no sucedía en el pasado— ya no son discernibles.
🚴🏻⚽🏀 ¿Lo último en deportes?: Todo lo que debe saber del deporte mundial está en El Espectador
Convertirse en triunfadores a como dé lugar. Esa es la lógica del deporte moderno, tan influyente en las disciplinas individuales. En este caso el a como dé lugar viene relacionado con buenas decisiones, decisiones inteligentes y nada pulsionales. Humildes, si se quiere. La primera, quizá, fue cuando Jannik Sinner contrató a Darren Cahill en junio de 2022. Más que un entrenador, un estratega, el hombre de la dosificación, enemigo del caos —el mental, sobre todo—.
Puso a Leyton Hewitt en la cima del escalafón mundial cuando apenas tenía 20 años, lo hizo con Andre Agassi cuando el norteamericano ya iba por los 33. Apenas llegó al equipo del italiano le dijo que era necesario ganar masa muscular. Eso sí, de a poco, para evitar dañar articulaciones y huesos, no afectar la carrocería.
En los últimos seis meses hubo un cambio en la alimentación, en la rutina del gimnasio. Y aunque no lo parezca —porque Sinner da una sensación de fragilidad por lo enjuto—, el tenista de 22 años es más fuerte y rápido en la cancha. Y esos kilos extras, que puede que sea poco, le permiten imprimirle más peso y profundidad a su bola, incomodar al rival.
Cahill y su definición de consistencia: meter más bolas, durante mayor tiempo y a más alta velocidad. Eso es lo que hace Sinner, el robot del tenis, el italiano que por fin logró alcanzar su primera final en un Grand Slam. Y lo hizo venciendo al mejor de todos, a un hombre que no perdía en Melbourne desde hacía 2.195 días y sumaba 33 victorias consecutivas en el primer torneo grande del año.
Para dimensionar lo que acaba de hacer Sinner, hay que hablar de Novak Djokovic, pues lo grandilocuente del rival hace más importante este triunfo, quizás el más relevante en la carrera del italiano, por ahora. Y hay que decir que Sinner superó al hombre que nunca había caído en una semifinal en Australia, al de los 10 títulos en Melbourne.
Sinner quebrantó a quien parecía inquebrantable, lo fue llevando hacia la frustración, al desespero y con este a la resignación. Y Djokovic, que cuando va perdiendo juega muchísimo mejor, siempre obtuvo una respuesta del otro lado de la red. El tenis es un deporte de porcentajes y sabiendo esto es que hay que jugarlo: con base en los números. Sinner ganó el 83 % de los puntos con su primer servicio, cometió 28 errores no forzados —contra 54 de su rival— y no cedió puntos de quiebre frente a quien tiene la mejor devolución del mundo.
Tuvieron que pasar 19 años para tener una final en Australia sin uno de los integrantes del Big Three (Djokovic, Federer y Nadal) y una década para que alguien más allá de estos tres fenómenos levante el trofeo en el primer gran torneo de la temporada (el último fue Wawrinka en 2014).
Sinner buscará su primer Grand Slam frente al ruso Daniil Medveded, otra máquina para jugar tenis, a quien le favorece el historial entre ambos (6-3). Sin embargo, en esta ocasión, el favorito es el italiano, pues ha llegado a un punto en el que sus límites —como no sucedía en el pasado— ya no son discernibles.
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