Chupo electrónico

Camilo Camargo
16 de febrero de 2020 - 05:00 a. m.
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El mundo de hoy es drásticamente diferente al de hace 20 años en cuanto a algunos elementos que antes no existían en el mercado como teléfonos inteligentes, tabletas y varios dispositivos conectados de una u otra manera a internet.

Así como estas tecnologías tienen un impacto positivo en nuestro día a día, como facilitar la comunicación, ayudar en procesos educativos personalizados, aprender un idioma o la facilidad del teletrabajo en los adultos, también nos están afectando negativamente y tenemos que tener un serio cuidado de cómo las usamos y cómo estamos enseñando a nuestros hijos y estudiantes a usarlas.

El otro día estaba en un restaurante al lado de una familia de cinco personas. Los tres hijos debían tener aproximadamente 12, siete y tres años de edad. Me llamó la atención que era una familia que no hacía el ruido esperado con tres niños de esas edades. Cuando me fijé más detenidamente, me di cuenta de que los tres niños estaban enchufados a una tableta o a un celular mientras los padres conversaban.

Es claro que estos aparatos electrónicos se han convertido en un recurso usado frecuentemente por familias para que los niños no molesten o no se aburran. Es una forma fácil de lograr que el volumen de los niños sea bajo y que no interrumpan las conversaciones de los adultos. Lo más preocupante es que, en algunos casos, estos aparatos son usados por niños menores de dos años y estos se han convertido en el nuevo chupo: el chupo electrónico.

Cuando estamos usando estos chupos electrónicos durante comidas o en tiempos de familia, estamos privando a los niños de la posibilidad de socializar con los adultos o entre ellos. Las conversaciones que se pueden tener relacionadas con temas sencillos y de todos los días son fundamentales en su formación en valores y como ciudadanos.

El acceso con frecuencia a aparatos electrónicos afecta los periodos de atención de los niños. Esto es debido a los estímulos continuos de luz y sonido que cambian rápidamente en los videojuegos y programas a los que se accede usando estos aparatos. Cuando un niño no logra desarrollar la habilidad de mantener su atención en una conversación o en algún evento de la vida real y la reemplazamos por los estímulos permanentes que recibe en las pantallas, estamos afectando el potencial de atención de ese niño a futuro.

Por otra parte, en los últimos 10 años existe evidencia de cómo las habilidades motrices en los niños menores de cinco años han disminuido de manera drástica. Una de las mayores explicaciones es que por cuenta de los aparatos electrónicos los niños ya no requieren salir a jugar, a correr, a moverse, a buscar amigos.

Adicionalmente, si nuestros niños y jóvenes están sobreexpuestos a pantallas, redes sociales, videojuegos y otros estímulos de este tipo, corren el riesgo de desarrollar una adicción. Como cualquier adicción, esto se puede convertir en un problema de talla mayor. Como dice la psiquiatra Marian Rojas Estapé en una charla disponible en YouTube, muchas compañías de tecnología desarrollan sus productos con el objetivo de maximizar la exposición de los usuarios. Esto puede llevar a una adicción. Y los niños y jóvenes son los más proclives a caer en una de estas.

Por último, si el acceso a pantallas está centrado en videojuegos, series y películas, podemos afectar el desarrollo de la creatividad, pues los niños se vuelven consumidores pasivos en vez de creativos y activos. Existen apps y programas que pueden ayudar en el desarrollo de la creatividad, y estas deben ser preferidas sobre otras que no aporten más allá.

Por todo esto debemos trabajar como sociedad para que podamos sacar lo bueno de estas tecnologías y buscar reducir los riesgos que traen, ya que su beneficio depende del uso y del propósito. A la larga, la decisión de cuándo usan o no los niños los aparatos y para qué tiene que venir de los padres.

La Academia de Pediatría de Estados Unidos recomienda que los menores de 18 meses no tengan acceso a pantallas. Para niños entre los 18 y los 24 meses recomiendan tiempo muy reducido y el contenido de calidad visto en conjunto entre los padres y los niños. Entre los dos y los cinco años, recomiendan un tiempo máximo de una hora al día con acceso a material educativo de buena calidad. De seis años en adelante recomiendan poner unos límites consistentes en el tiempo usado con dispositivos asegurándose de que esta exposición no afecte el sueño, la actividad física y otras acciones que son esenciales para la salud.

Es indispensable establecer reglas simples para toda la familia y como adultos dar ejemplo sobre el uso de los celulares y la tecnología. Algunas acciones concretas incluyen no usar el celular durante las comidas, buscar espacios libres de tecnología y redes sociales, poner el teléfono en modo avión para evitar ser distraídos, dejar los aparatos electrónicos por fuera de las habitaciones en las noches y, en general, limitar el uso de pantallas para fines no educativos lo que más se pueda.

Es fundamental entrar en diálogo permanente sobre lo positivo y negativo de los aparatos y establecer un acuerdo verbal o escrito con los niños y jóvenes sobre el uso apropiado. Debemos guiarlos para que tengan una sólida formación en ciudadanía digital y que ellos sean conscientes de que las acciones digitales tienen un impacto en el día a día y que, a la larga, nada reemplaza el contacto directo y físico entre personas.

 

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