Estoy muy contento de volver a mirar a los ojos a mis estudiantes. Ha sido muy emocionante verlos correr en libertad y disfrutar de su colegio, sus profesores, sus amigos y, en general, vivir una vida normal en medio de toda esta situación. Los estudiantes aprendieron rápidamente la nueva cultura escolar y, gracias al uso adecuado del tapabocas, el lavado frecuente de manos y el distanciamiento físico, han podido recuperar sus espacios escolares de manera exitosa.
Ver el crecimiento de los estudiantes más pequeños en estas cinco semanas ha sido increíble. Las profesoras reportan grandes avances en escritura y lectura. Y eso que los estudiantes de preescolar sólo están asistiendo medio día en la institución que dirijo. Sobre todo, veo una diferencia muy importante en la parte social. Estudiantes de diversas edades me dicen que lo que más falta les había hecho era esa posibilidad de interactuar de manera natural con sus amigos y profesores. Esa interacción no se puede reemplazar con una pantalla.
Sin embargo, por el aforo permitido no podemos tenerlos a todos el número de horas que nos gustaría y que sobre todo a ellos les gustaría y beneficiaría. “Estoy triste”, así me dijo una estudiante el jueves cuando hablamos del fin de su semana presencial. Al preguntarle el porqué, me dijo que la semana que viene tiene jornada virtual y no podrá ir al colegio. Creo que esa es la posición que comparten muchos estudiantes que han podido regresar a sus clases presenciales. Emocionados, por un lado, pero tristes, por otro, al no recuperar del todo su espacio escolar.
La virtualidad ha tenido también sus ventajas. Menos tiempo de estudiantes en buses para llegar al colegio. También se han dado oportunidades de conocer e interactuar con niños de otras partes del mundo. Por ejemplo, estudiantes de quinto grado están trabajando en el tema de los Objetivos de Desarrollo Sostenible con estudiantes de colegios en Brasil y Canadá; yo tuve la oportunidad de hacer una visita virtual de acreditación hace unas semanas a un colegio en San Francisco. Este tipo de experiencias no serían posibles sin las interacciones virtuales y son sumamente valiosas, por eso las tenemos que rescatar y aprovechar, pero es claro que la educación presencial es mucho mejor. A medida que pase el tiempo, seguro llegaremos a modelos híbridos que saquen lo mejor de los dos mundos.
Por ahora, podemos reportar que en Bogotá el regreso al colegio no ha traído aumentos ni brotes de COVID-19 en las instituciones. Eso también se ve reflejado en muchos lugares alrededor del mundo. Es más, con rebrotes en Europa y nuevas cuarentenas parciales, la mayoría de países han cerrado bares y restaurantes, pero mantienen las escuelas abiertas. El regreso presencial a los colegios es necesario y urgente. Las instituciones que hemos vuelto a la semipresencialidad hemos demostrado que sí se puede proveer un espacio seguro para los niños y los adultos, y que sí somos capaces de incorporar una nueva cultura de autocuidado y de cuidado del otro. Esta pandemia no parece irse pronto, y con la densidad de la población a nivel mundial seguramente no será la última que vivirán nuestros estudiantes. No podemos ponerle pausa a la educación presencial mientras se contiene la pandemia. Mientras las circunstancias así lo permitan, tenemos que aprender a convivir con ella de manera responsable y hacer todo lo que esté a nuestro alcance para seguir ofreciéndoles a nuestros estudiantes lo mejor. Y lo mejor, en mi concepto, es tenerlos en el colegio de manera presencial. Mirarlos a los ojos, leer en su mirada y en su lenguaje corporal si están aprendiendo o no, si necesitan de nosotros o no, hacerles saber que existen, que son importantes y que hacen parte esencial de este mundo cambiante que los necesita hoy más que nunca.
Estoy muy contento de volver a mirar a los ojos a mis estudiantes. Ha sido muy emocionante verlos correr en libertad y disfrutar de su colegio, sus profesores, sus amigos y, en general, vivir una vida normal en medio de toda esta situación. Los estudiantes aprendieron rápidamente la nueva cultura escolar y, gracias al uso adecuado del tapabocas, el lavado frecuente de manos y el distanciamiento físico, han podido recuperar sus espacios escolares de manera exitosa.
Ver el crecimiento de los estudiantes más pequeños en estas cinco semanas ha sido increíble. Las profesoras reportan grandes avances en escritura y lectura. Y eso que los estudiantes de preescolar sólo están asistiendo medio día en la institución que dirijo. Sobre todo, veo una diferencia muy importante en la parte social. Estudiantes de diversas edades me dicen que lo que más falta les había hecho era esa posibilidad de interactuar de manera natural con sus amigos y profesores. Esa interacción no se puede reemplazar con una pantalla.
Sin embargo, por el aforo permitido no podemos tenerlos a todos el número de horas que nos gustaría y que sobre todo a ellos les gustaría y beneficiaría. “Estoy triste”, así me dijo una estudiante el jueves cuando hablamos del fin de su semana presencial. Al preguntarle el porqué, me dijo que la semana que viene tiene jornada virtual y no podrá ir al colegio. Creo que esa es la posición que comparten muchos estudiantes que han podido regresar a sus clases presenciales. Emocionados, por un lado, pero tristes, por otro, al no recuperar del todo su espacio escolar.
La virtualidad ha tenido también sus ventajas. Menos tiempo de estudiantes en buses para llegar al colegio. También se han dado oportunidades de conocer e interactuar con niños de otras partes del mundo. Por ejemplo, estudiantes de quinto grado están trabajando en el tema de los Objetivos de Desarrollo Sostenible con estudiantes de colegios en Brasil y Canadá; yo tuve la oportunidad de hacer una visita virtual de acreditación hace unas semanas a un colegio en San Francisco. Este tipo de experiencias no serían posibles sin las interacciones virtuales y son sumamente valiosas, por eso las tenemos que rescatar y aprovechar, pero es claro que la educación presencial es mucho mejor. A medida que pase el tiempo, seguro llegaremos a modelos híbridos que saquen lo mejor de los dos mundos.
Por ahora, podemos reportar que en Bogotá el regreso al colegio no ha traído aumentos ni brotes de COVID-19 en las instituciones. Eso también se ve reflejado en muchos lugares alrededor del mundo. Es más, con rebrotes en Europa y nuevas cuarentenas parciales, la mayoría de países han cerrado bares y restaurantes, pero mantienen las escuelas abiertas. El regreso presencial a los colegios es necesario y urgente. Las instituciones que hemos vuelto a la semipresencialidad hemos demostrado que sí se puede proveer un espacio seguro para los niños y los adultos, y que sí somos capaces de incorporar una nueva cultura de autocuidado y de cuidado del otro. Esta pandemia no parece irse pronto, y con la densidad de la población a nivel mundial seguramente no será la última que vivirán nuestros estudiantes. No podemos ponerle pausa a la educación presencial mientras se contiene la pandemia. Mientras las circunstancias así lo permitan, tenemos que aprender a convivir con ella de manera responsable y hacer todo lo que esté a nuestro alcance para seguir ofreciéndoles a nuestros estudiantes lo mejor. Y lo mejor, en mi concepto, es tenerlos en el colegio de manera presencial. Mirarlos a los ojos, leer en su mirada y en su lenguaje corporal si están aprendiendo o no, si necesitan de nosotros o no, hacerles saber que existen, que son importantes y que hacen parte esencial de este mundo cambiante que los necesita hoy más que nunca.