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Ya han pasado dos años y medio desde que nos encerramos por causa del Covid- 19. Desde ese entonces, este año escolar pareciera ser lo más parecido a lo que teníamos antes, salvo por un agravante: la salud mental de los niños y jóvenes. La salud mental impacta su desempeño académico, sus relaciones con sus pares, profesores y familiares, sus emociones, su estado de ánimo y su comportamiento. Cuando la salud mental no está bien, causa una terrible angustia y diversos problemas en las actividades diarias.
No es que antes los estudiantes no sufrieran de depresión o de ansiedad o de trastorno oposicional desafiante, lo que pasa es que antes se observaban como casos más aislados, con condiciones más particulares, y ahora es algo que está acompañando a muchos de esta generación. Es por esta razón que las instituciones educativas, además de estar en la carrera por cerrar la brecha académica que se abrió, estamos entendiendo cómo la pandemia afectó la salud mental de manera generalizada y estamos aprendiendo a incorporar dentro de lo que hacemos todos los días esta nueva realidad que ya no se puede tratar como un tema aislado. Cabe aclarar que esto es algo que no solo está aquejando a los adolescentes. Estamos observando niños que desde los 4 años ya presentan síntomas de afectación en su salud mental.
Hoy hago un llamado a que instituciones educativas y papás estemos más alerta que nunca de aquellas señales que nos puedan indicar que algo no está andando bien y hagamos equipo para poder ayudar al bienestar de nuestros niños y jóvenes lo más pronto posible. No normalicemos comportamientos típicos de la ansiedad o la depresión pensando que es algo de la edad o pasajero. Es mejor pecar por exceso de atención en estos temas.
Cuando tengamos la sospecha debemos buscar ayuda sin dudarlo. Los problemas de salud mental no se arreglan solos, así como un hueso no se solda solo sin ayuda de un yeso. Hoy hay muchísima evidencia científica y existen muchísimas opciones de tratamiento según la edad. Un diagnóstico temprano puede ayudar a salvar una vida.
¿Cómo estar alerta y cómo ayudar? Fijémonos muy bien en los cambios de comportamiento. Los papás conocen a los hijos mejor que nadie y se van a dar cuenta, entonces ojo con pasarlo por alto. Cambios en el sueño, desmotivación, mayor irritabilidad o cambios en el apetito pueden ser muy buenas señales. Sin embargo, si no hay buenos hábitos y rutinas en el hogar y en el colegio va a ser muy difícil darnos cuenta de los cambios. Dormir y comer bien, hacer ejercicio y acordar un tiempo regulado de pantallas y redes sociales, es lo mínimo que deberíamos garantizar. Si en nuestra casa se come a deshoras y cada uno come lo que quiere cuando quiere, si la hora de dormir no es fija, si los niños tienen exposición ilimitada a las pantallas, etc., cualquier problema relacionado con la salud mental se va a camuflar. Parte de estos buenos hábitos también es fomentar en nuestros niños y jóvenes relaciones positivas basadas en el respeto mutuo, relaciones que los hagan sentir bien y en las que puedan ser ellos mismos de manera tranquila y natural.
Además de los buenos hábitos y las relaciones positivas, a los niños y jóvenes debemos ayudarlos a anticiparse y a planear, pues algunos psiquiatras dicen que gran parte de la ansiedad de los estudiantes proviene de lo desconocido. Por ejemplo, los profesores puede ayudar mucho a los estudiantes recorriendo el horario escolar de la semana y ayudarlos a planear sus tareas con una agenda. Para los papás, antes de empezar una etapa nueva, cómo el nuevo año escolar, hacer preguntas sobre las posibles clases que vendrán, a qué extracurricular se quisieran meter y visualizar con ellos lo bueno que sería hacer un plan o el otro. Si se viene la excursión del colegio, buscar juntos fotos en Internet de ese lugar y ayudar a que se visualice ahí con todo lo que vendrá. Tener pensamientos positivos enfocados en lo bueno que viene y no sobre la posible “tragedia” que está por venir, los ayudará a enfrentar de una mejor manera los miedos que tengan.
Es muy importante conversar con los niños y jóvenes sobre lo bueno y lo malo que les pasa. Es fundamental oír y validar sus experiencias y dar oportunidades explícitas para que se puedan expresar y para que los adultos a su alrededor podamos entender cómo ayudarlos en lo que les emociona y en lo que los pone nerviosos.
Hay que enseñarle a nuestros hijos y estudiantes que cuidar la salud mental es tan importante como cuidar la salud física. Así como comemos bien, también debemos cuidar nuestras emociones y hablar de ellas para sanar, quizás buscando a un amigo o a un adulto de confianza. No todo les tiene que gustar siempre, no todo tiene que estar perfecto y está bien poder reconocerlo, poder entenderlo y poder actuar cuando se sienten de una u otra manera. Si no los ayudamos a entender qué les pasa, no pueden manejarlo y el escape para sentirse bien va a ser muy probablemente incursionar en actividades riesgosas como el consumo de alcohol y sustancias psicoactivas o la autolesión (Ver artículo “Permiso para sentir”). Es importante aclarar acá que cuando les preguntemos, ellos no se pueden ni se deben sentir juzgados, de lo contrario cerraremos ese canal de comunicación. Cambiemos el “Por qué” por el “Qué”. Es muy diferente preguntar “¿Qué es lo que no te gusta de esa actividad?” que “¿Por qué no te gusta esa actividad?”. Esta última pregunta tiene un tono que indica que el problema es del niño e inmediatamente nos cerrará la puerta para seguir hablando.
Para que todo esto de lo que venimos hablando funcione para nuestros niños y jóvenes debemos trabajar en conjunto. Hablemos abiertamente entre las casas y los colegios, sin que los papás o los profesores se sientan juzgados. Acá lo que importa es el niño o el joven del que estamos hablando y cómo ayudarlo y no de que otros piensen que mi rol como profesor o como papá se está cuestionando. Las enfermedades relacionadas con la salud mental son eso, enfermedades. No es culpa de nadie que un niño esté deprimido, simplemente está enfermo. Pero si es culpa de los adultos no hacer nada porque los niños no saben qué les está pasando y no tienen la capacidad de autogestionar una enfermedad a ese nivel. Unámonos sin prejuicios y saquemos adelante esta nueva pandemia de la salud mental que se nos avecina.
Recordemos que para tener una buena salud mental debemos trabajar en cuatro componentes: tener relaciones saludables, hábitos positivos, pensamientos positivos y reconocimiento de nuestras emociones. Toca trabajar todos los frentes para fomentar una buena salud mental. Un niño o un joven mentalmente sano gozará de una buena calidad de vida y se va a desempeñar bien en todos los aspectos de su día a día.