Falsas narrativas de “superioridad moral”

Colombia debe enfocarse en una nueva visión de desarrollo, ni neoliberal, ni comunista disfrazada de progresista, que nos una en un propósito común por la defensa de las libertades y de una vida digna para todos. Un verdadero centro sólo puede erigirse de posiciones que trasciendan las narrativas históricamente amañadas con ideologías de radicalismos de izquierda o de derecha. La realidad es que las narrativas extremas siempre revisten una supuesta superioridad moral o de verdades reveladas impregnadas de equívocos conceptuales. Veamos:

Hay una supuesta superioridad moral en la forma como Fecode utiliza su posición sindical para impulsar causas políticas, generando adoctrinamiento en desmedro de la formación intelectual, técnica y tecnológica de niños y jóvenes. Estos actores se sienten con la autoridad de interpretar la historia a su amaño y omitir aquella parte que no les conviene, suscitando diferencias y odios donde no los habría en ausencia de sus narrativas.

Y ni hablar del falso dilema de “minería o agua”. El país sólo admite análisis serios de los problemas cuando los interlocutores se despojan de sus posturas ideológicas y de falsedades como la de profesar amor por el medio ambiente pero callar frente a los crímenes ambientales que cometen mafias de minería ilegal y narcotraficantes que, además de esclavizar a generaciones de habitantes rurales vulnerables, destruyen bosques para sembrar coca o dinamitan oleoductos.

Aparente superioridad moral tienen quienes, amparados en el legítimo derecho a la protesta, opinan que sus derechos son superiores a los de los demás y su protesta les da autoridad moral para destruir puestos de trabajo, vida, honra y bienes ajenos, sin olvidar que usualmente los más violentos invocan el Sistema Interamericano de Derechos Humanos en lo que les conviene, pero desconocen el artículo 32.2 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos: “Los derechos de cada persona están limitados por los derechos de los demás, por la seguridad de todos y por las justas exigencias del bien común, en una sociedad democrática” (subrayado propio). Esta aparente superioridad moral los lleva a odiar la empresa privada, tildándola de “cómoda”, desconociendo un sector productivo con más de seis millones de negocios o empresas que madrugan todas las mañanas a trabajar y que con sus impuestos pagan los derechos sociales que quienes vandalizan dicen reclamar.

Caso aparte lo tiene el sistema judicial. Tomemos como ejemplo de este activismo al juez que decide una cuestión jurídica de acuerdo con sus opiniones sobre lo que es justo y sus preferencias políticas, aunque ello suponga transgredir los límites fijados por las leyes, denegando justicia. Todas estas aparentes superioridades están rodeadas de etiquetas neoinquisitorias alrededor del hate o el like.

Colombia tiene que promover el diálogo social inclusivo, basado en el respeto, entendiendo el valor de las diferencias, tomando todos los puntos de vista y tratando de llegar a consensos, entendiendo que mientras más fuerte el disenso, más sólido el consenso. El diálogo no puede seguir cabalgando las falsas narrativas adornadas de una mentirosa aparente superioridad moral.