Petro, en su discurso de posesión terminó con unas palabras que suscitaron esperanza: “Y, finalmente, uniré a Colombia. Uniremos, entre todos y todas, a nuestra querida Colombia. Tenemos que decirle basta a la división que nos enfrenta como pueblo. Yo no quiero dos países, como no quiero dos sociedades. Quiero una Colombia fuerte, justa y unida”.
¿Qué le pasó al presidente? Cuando sale a la plaza pública siembra división y resentimiento, amenaza a los que invierten y a los que plantean reparos en el trámite de sus reformas, humilla a la fuerza pública, separando el país entre dos bandos, como lo hizo Santos con sus amigos y enemigos de la paz. El actual Gobierno cambia el lenguaje, llama a los secuestros retenciones o cercos humanitarios, saca delincuentes de las cárceles y los nombra gestores de paz, rebaja los límites de lo que la sociedad considera delito para que caigan las cifras de delincuencia, y cada vez son más frecuentes sus alusiones y cuestionamientos a la prensa libre, de fondo orientados a aplastar disensos, estigmatizar y capturar a la brava espacios políticos. Estos linchamientos digitales, apoyados por bodegas virtuales, van generando una nueva inquisición que destruye políticamente a quienes piensan de manera diferente, como lo declaró nuestro presidente del Congreso en los petrovideos. ¿Dónde está el supuesto mandatarios de TODOS los colombianos? ¿O es exclusivamente de los que piensan como él?
Toda esta narrativa distorsionante de lo que está bien y está mal, de lo que aceptamos como sociedad, está generando una masiva violación de los DD. HH. Trabajadores y empresarios que por culpa de medidas sesgadas pierden sus empleos y negocios, una fuerza pública diezmada que no se puede defender, unos estudiantes atrapados en la telaraña ideológica del partido de Fecode que no pueden aspirar a una mejor educación, y una ciudadanía que por culpa de la inseguridad rampante ve perdida su tranquilidad. Esta división estigmatizante, alimentada con populismo y posverdad, liderada por el mismo sector gubernamental que declara una “supuesta superioridad moral”, está extendida en nuestra sociedad. La guerrilla enriquecida con dinero ilícito usa las armas para extender su visión de Colombia y algunos sacerdotes investidos también supuestamente de autoridad moral intervienen tendenciosamente en política para imponer su verdad.
De continuar en esta dirección, las transformaciones que la sociedad ha aplazado van a ser impuestas a rajatabla en una sopa que combina narrativas, resentimientos y mermelada, sumada a una incapacidad de construir sobre lo construido. ¿O seremos capaces de elaborar plataformas y procesos dinámicas, incluyentes, que permitan tejer soluciones entre todos? En los últimos tres años he participado en el grupo Valiente es Dialogar, con representantes indígenas, afros, campesinos, empresariales, académicos, culturales y políticos, en fin, toda una representación de la maravillosa diversidad y los polos políticos de Colombia, y la gran conclusión es que cuando nos quitamos los estigmas y las prevenciones y entramos empáticamente a dialogar, los avances son posibles y tremendos. ¿Dónde está Petro?
Petro, en su discurso de posesión terminó con unas palabras que suscitaron esperanza: “Y, finalmente, uniré a Colombia. Uniremos, entre todos y todas, a nuestra querida Colombia. Tenemos que decirle basta a la división que nos enfrenta como pueblo. Yo no quiero dos países, como no quiero dos sociedades. Quiero una Colombia fuerte, justa y unida”.
¿Qué le pasó al presidente? Cuando sale a la plaza pública siembra división y resentimiento, amenaza a los que invierten y a los que plantean reparos en el trámite de sus reformas, humilla a la fuerza pública, separando el país entre dos bandos, como lo hizo Santos con sus amigos y enemigos de la paz. El actual Gobierno cambia el lenguaje, llama a los secuestros retenciones o cercos humanitarios, saca delincuentes de las cárceles y los nombra gestores de paz, rebaja los límites de lo que la sociedad considera delito para que caigan las cifras de delincuencia, y cada vez son más frecuentes sus alusiones y cuestionamientos a la prensa libre, de fondo orientados a aplastar disensos, estigmatizar y capturar a la brava espacios políticos. Estos linchamientos digitales, apoyados por bodegas virtuales, van generando una nueva inquisición que destruye políticamente a quienes piensan de manera diferente, como lo declaró nuestro presidente del Congreso en los petrovideos. ¿Dónde está el supuesto mandatarios de TODOS los colombianos? ¿O es exclusivamente de los que piensan como él?
Toda esta narrativa distorsionante de lo que está bien y está mal, de lo que aceptamos como sociedad, está generando una masiva violación de los DD. HH. Trabajadores y empresarios que por culpa de medidas sesgadas pierden sus empleos y negocios, una fuerza pública diezmada que no se puede defender, unos estudiantes atrapados en la telaraña ideológica del partido de Fecode que no pueden aspirar a una mejor educación, y una ciudadanía que por culpa de la inseguridad rampante ve perdida su tranquilidad. Esta división estigmatizante, alimentada con populismo y posverdad, liderada por el mismo sector gubernamental que declara una “supuesta superioridad moral”, está extendida en nuestra sociedad. La guerrilla enriquecida con dinero ilícito usa las armas para extender su visión de Colombia y algunos sacerdotes investidos también supuestamente de autoridad moral intervienen tendenciosamente en política para imponer su verdad.
De continuar en esta dirección, las transformaciones que la sociedad ha aplazado van a ser impuestas a rajatabla en una sopa que combina narrativas, resentimientos y mermelada, sumada a una incapacidad de construir sobre lo construido. ¿O seremos capaces de elaborar plataformas y procesos dinámicas, incluyentes, que permitan tejer soluciones entre todos? En los últimos tres años he participado en el grupo Valiente es Dialogar, con representantes indígenas, afros, campesinos, empresariales, académicos, culturales y políticos, en fin, toda una representación de la maravillosa diversidad y los polos políticos de Colombia, y la gran conclusión es que cuando nos quitamos los estigmas y las prevenciones y entramos empáticamente a dialogar, los avances son posibles y tremendos. ¿Dónde está Petro?