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                                                                                                                                Las mil y una resurrecciones de la Florida

                                                                                                                                A pesar de estar ubicada a menos de diez cuadras de donde mataron a Gaitán, justo en la sangrienta ruta por donde las hordas exaltadas escamparon la lluvia de balas saqueando y quemando cuanto local se cruzaban a su paso, la Pastelería Florida sobrevivió al Bogotazo. La confusión de aquel 9 de abril de 1948 mezcló a unos con otros, a incendiarios y a saqueadores, y en la Florida el asalto feroz de los primeros acabó neutralizando el de los segundos: las llamas que quemaban el local fueron apaciguadas por el agua que brotó de un tubo roto, milagro oficiado por un ladrón de lavamanos. Los otros cafés de la Séptima ardieron con todos sus recuerdos de movimientos poéticos y conspiraciones políticas.

                                                                                                                                PUBLICIDAD
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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Desde entonces la Florida se ha vuelto a salvar muchas veces. Eduardo Martínez, como mi abuelo, le entregó la vida, y para cuando llegó a manos de Elsa, su hija, la pastelería ya no era algo real sino un mito, uno de esos lugares que no sólo existen en la realidad sino en los recuerdos, en las historias y en las mitologías de millones de bogotanos. Luego cambió de sede y volvió a salvarse, y luego vino el alcalde ladrón, y el abandono del centro, y las obras perpetuas, y la Florida siguió salvándose porque seguía siendo parte viva de la ciudad y de los paseos urbanos de oficinistas, estudiantes, desocupados y todo aquel que quisiera, así fuera sólo un tris, a esta ciudad imposible empotrada en la mitad de los Andes.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD
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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Desde entonces la Florida se ha vuelto a salvar muchas veces. Eduardo Martínez, como mi abuelo, le entregó la vida, y para cuando llegó a manos de Elsa, su hija, la pastelería ya no era algo real sino un mito, uno de esos lugares que no sólo existen en la realidad sino en los recuerdos, en las historias y en las mitologías de millones de bogotanos. Luego cambió de sede y volvió a salvarse, y luego vino el alcalde ladrón, y el abandono del centro, y las obras perpetuas, y la Florida siguió salvándose porque seguía siendo parte viva de la ciudad y de los paseos urbanos de oficinistas, estudiantes, desocupados y todo aquel que quisiera, así fuera sólo un tris, a esta ciudad imposible empotrada en la mitad de los Andes.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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