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Lo que pasa es que otra ciencia ya sucede

Carolina Botero Cabrera
23 de julio de 2022 - 05:00 a. m.
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Se filtró un documento realizado en el marco de la campaña presidencial del Pacto Histórico que propone algunas bases para la política de ciencia del nuevo gobierno. La respuesta pública del profesor Wasserman, que rechazó con vehemencia sus postulados, abrió una caja de pandora en lo que parecía un acuerdo tácito de la sociedad y se inició el debate. No hay una sola respuesta a preguntas como: ¿cómo se construye la ciencia?, ¿cómo se refleja la diversidad de Colombia en nuestra producción científica?, o ¿para qué y para quién se investiga en el país?

Una forma de abordar los reclamos sobre las políticas de ciencia la ofrece la ciencia abierta, que precisamente plantea un escenario en el que la creación, evaluación y comunicación de los conocimientos científicos estén abiertos para toda la sociedad y no solo para la comunidad científica tradicional.

Pero, no se trata solamente de divulgar la ciencia. Cuando se habla de ciencia abierta, se busca también apertura al espectro de posibilidades para hacer ciencia por medio de la combinación de prácticas y saberes, que aumenten las colaboraciones científicas y el intercambio constante de información ―incluso entre actores inusuales―, que evolucione la ciencia y que tenga un alto impacto en beneficio del interés público.

A pesar de la larga tradición de los pensadores latinoamericanos que hablan de epistemologías del sur, acción-participación o justicia epistémica construyendo un conocimiento que dialoga con otros pensadores en Asia y África, estos desarrollos han sido relegados y desconocidos ―tal y como hemos visto estos días― y no han impactado las políticas de ciencia e innovación de la región.

De hecho los sistemas nacionales de investigación e innovación y sus políticas científicas siguen los circuitos globales, cuya agenda hegemónica aboga por objetivos vinculados con la productividad, la capacidad de innovación y la excelencia, priorizando la internacionalización y el buen posicionamiento en los rankings académicos.

En consecuencia, aunque en América Latina las políticas de acceso abierto ―la posibilidad de que los resultados de la ciencia se publiquen en abierto al alcance de cualquiera― son ampliamente desarrolladas, sigue siendo central la producción de conocimiento para las revistas científicas con sus lógicas de publicación cerradas, evaluación de impacto y agenda cercana a agendas más globales que locales. Por ejemplo, aunque se denuncia y discute hace años, los mecanismos de evaluación se mantienen sin mayores cambios.

También se vienen denunciando los sesgos de visibilidad (invisibilización) de la ciencia hecha en la academia por personas con perfiles diferentes a los de hombres blancos del norte global. Es decir, esta visión está afectando a otros perfiles académicos, no solo a las mujeres, también a población racializada, de origen étnico diverso, minorías, etcétera.

Por otra parte, la precariedad de la inversión pública en investigación, tanto en Colombia como en la región, empuja a las instituciones hacia el “capitalismo académico” que dota de valores, métricas y profesionales al mundo empresarial. Esto debilita aún más el papel de las instituciones académicas como “agentes de cambio social”, se desplazan sus valores fundamentales de la actividad académica ―como la autonomía y la libertad―, y sus potenciales aportes a la garantía de derechos, la justicia cognitiva y la justicia social.

Este tipo de postulados confrontan el aparente acuerdo que teníamos en torno al rol de la ciencia en la sociedad y, en el caso del documento filtrado, resultan más confrontacionales cuando se le pide a la ciencia contribuir al propósito programático de “vivir sabroso” de nuestras comunidades negras. Una parte de la élite científica del país muestra que no ve la ciencia como el motor de respuestas desde lógicas comunitarias y cercanas a otras epistemologías diferentes a la occidental; concibe una única ciencia que debe ser motor de soluciones eficientes y productivas. Es una visión cercana al determinismo tecnológico que no concibe que la política sea también instrumento de intervención para el desarrollo en escala más humana.

En un país pluricultural y diverso la reacción al llamado a abrir el diálogo a otras formas de conocimiento no deja de sorprender, pues consiste sobre todo en calificar estas otras aproximaciones como “pseudociencia” o “charlatanería” y, con falsa superioridad, descalificar saberes. Por ejemplo, con un importante nivel de racismo y clasismo, constantemente se refieren a los chamanes en la misma frase de las palabras descalificadoras.

Aunque en el debate no se discute el espacio o valor del método científico, sí preocupa que en el país que busca dejar atrás la violencia como mecanismo para tramitar disputas, la discusión ilustrada parte del desconocimiento de quien contradice. Al principal reclamo de reconocimiento de la diversidad y la diferencia, la respuesta es la burla y la descalificación. Se desconocen las bases teóricas del debate, despreciando conceptos como “epistemologías del sur” o “estudios postcoloniales”. Sorprende la falta de capacidad de autocrítica, aunque no desconozco algunas excepciones.

Todo esto ha pasado y aún no se habla de actores inusuales haciendo ciencia. Efectivamente, menos conocida en la región es la gran tradición de activistas, profesionales y organizaciones de la sociedad civil que dan respuestas y desarrollan prácticas desde el software abierto, el hardware abierto, las semillas abiertas, la ciencia ciudadana, la ciencia participativa, la incidencia política o los recursos educativos abiertos. Porque lo cierto es que esa otra ciencia ya sucede.

Estos otros actores tienen una rica comprensión de lo que significa trabajar en espacios fronterizos donde hay constantes traducciones entre el conocimiento lego, el conocimiento experto no científico y el conocimiento científico que han aportado también por ejemplo para responder a la pandemia. Estas organizaciones y actores suelen estar en estrecho contacto con los científicos y los proyectos de investigación y, sin embargo, no participan necesariamente en la configuración de la agenda política de la ciencia abierta.

Las políticas de ciencia abierta no solo deben impulsar a mejorar la eficiencia y productividad de la inversión en ciencia y tecnología. También deben servir para la democratización del conocimiento y para la construcción de ciudadanía para desarrollar política pública basada en la evidencia y fortalecer la democracia.

Lo que muestra el debate público actual es que el diálogo va a requerir de un verdadero esfuerzo de curiosidad científica en el que se supere el positivismo dañino que desconoce al interlocutor y que solo da validez de ciencia a las ciencias “duras”, “exactas” y “naturales”. El diálogo va a requerir apertura de mente, respuestas serias, respetuosas y consistentes. Recientemente se presentó la que será la nueva política de ciencia abierta en el país, acá los comentarios que presentamos desde Karisma y con otros.

 

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