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TENGO UNA LIBRETA EN LA QUE COpio frases disonantes que oigo por ahí.
El domingo pasado, en el Parque del Virrey en Bogotá, un embolador me pidió que le dejara espulgar mi perra “porque hace tiempos que no sueño con pulguitas, que son de buena suerte para el trabajo”. Y el martes, en las aguas de la Avenida Jiménez, un mendigo lavaba su camisa con papas fritas. Golpeó el talego de papas contra el pavimento y, cuando su contenido quedó bien molido, lo derramó sobre el harapo y restregó como si lavara con jabón en polvo. Vio que yo miraba, y “pura elegancia, mona”, me explicó.
El resto de mis anotaciones de la semana pasada reproducen frases acerca del Hay Festival. No son disonantes por insólitas, como las de arriba, sino por hueras: son las consagradas frases de cajón de la prensa cultural. El adjetivo omnipresente en los artículos de los que las extraje es “importante”. El festival es “el más importante del continente” y sus invitados son “los escritores más importantes del planeta”. La prensa no describe en qué consisten estas importancias, pues lo importante es que el lector sepa que gente poco importante como él está viendo en vivo, en Cartagena, a gente importante. Y me parece que eso disuena, pues la gente importante a quien el festival presenta en vivo ha elegido un oficio cuya esencia es no estar en vivo: la escritura.
Dice la prensa que “el Hay Festival es un plan obligatorio para quienes se interesan en la literatura”. Me pregunto qué les aportaría, por ejemplo, a mis estudiantes de literatura, la asistencia al festival. La prensa me responde que “en el festival es común ver a escritores charlando en cafés, plazas y restaurantes”, y que las 600 personas que acudieron el jueves al teatro Heredia a oír hablar a uno de los invitados “se sintieron parte de la visita, como si estuvieran en la sala de su casa”. De modo que el acto literario tiene lugar entre un autor y un seguidor o un espectador que oye a hurtadillas en un café o aplaude en un teatro. Y el efecto del acto literario es que el fan se sienta en casa. Pues bien, otra cosa es la que saben los lectores: que el contacto literario sucede entre un lector o un oyente y un texto literario, y que su efecto es lo contrario de quedarse en la propia casa.
El Hay Festival no me parece condenable por elitista, como a otros críticos. De hecho, no lo encuentro elitista sino arribista, y lo que me parece es sobre todo aburridor, a juzgar por lo que reporta la prensa cultural, que de las charlas del jueves rescataba la siguiente máxima, dicha por uno de los invitados “más importantes” del certamen: “la vida se compone de una mezcla de tragedia y humor”. Importante revelación.
Al señalar que una especie de superchería subyace al Hay Festival, y al recordar que las actividades de la literatura son la escritura y la lectura (y no de autógrafos), me siento entrometida, como si le señalara a aquel otro que las papas fritas, a pesar de su “elegancia”, no le van a dejar limpia la prenda. Pero me tomo el atrevimiento porque me preocupa que se crea que el hecho de que Cartagena sea sucursal de un festival literario alivia en alguna medida la condición, más bien harapienta, del fomento a la lectura en nuestro país.
