A propósito del editorial del 7 de agosto, titulado “A mejorar la estrategia para el segundo tiempo”. Si por conseguir los objetivos que se propone se cataloga a un hombre como buen estratega, comparto la idea de que el doctor Petro es, sin lugar a dudas, el mejor. Los métodos empleados en campaña le permitieron ganar las elecciones y asumir la Presidencia de la República. Ya en funciones, su Gobierno consiguió el objetivo trazado de aprobar en el Legislativo sus reformas, como la pensional, entre otras. Pero, ¿a qué costo y con qué medios? ¿Y acaso lo conseguido puede calificarse como un triunfo transparente y bueno?
La estrategia que viene empleando el Gobierno desde su época de campaña presidencial no se debe mejorar, como lo solicita el editorial del diario El Espectador; se debe desechar de manera radical. No más campañas presidenciales corriendo la línea ética para difamar a sus contendores (como lo ordenaba Guanumen). No más dinero y prebendas para los parlamentarios que aprueban a pupitrazo limpio y sin debate las reformas presentadas por un gobierno, sea cual fuere (como lo testifica Olmedo en la Fiscalía). No se puede catalogar como éxitos del Gobierno leyes aprobadas bajo la mancha y la duda de lo ilegal, así aparentemente beneficien a muchos. Si aceptamos como norma que el fin justifica los medios, estamos aceptando que nuestra democracia y nuestras libertades estarán supeditadas a “un objetivo bueno, a una ley buena o a una guillotina buena”. Nada es tan bueno, ni tan justo, ni tan equitativo si corrompe las normas y la ley. Conseguir reformas sociales, por justas y urgentes que sean, demoliendo la separación de poderes, la ética y la ley, solo conducirá a la miseria de nuestro país. Y en este punto es oportuno recordar a sor Juana Inés de la Cruz: “¿Quién es más de culpar, el que peca por la paga o el que paga por pecar?”.
Si la estrategia que aplica el Gobierno para conseguir las reformas sociales no va pegada y remachada a la ética, cualquier “triunfo” que obtenga en el logro de sus objetivos solo se constituirá en el ariete que demuela nuestra democracia y la esperanza de un mejor país. En este infame ejercicio del “fin justifica los medios” todo parece indicar (ya lo decidirá un juez) que el fin apuntaba a conseguir aprobar las reformas, y los medios utilizados se constituían en el hurto de los recursos del agua de los guajiros para compartirlos con los corruptos aprobadores de leyes.
Así, entonces, tiene el presidente Petro un año, 11 meses y 11 días para corregir el rumbo de su gobierno, desechar rotundamente la estrategia que (según Olmedo) aplicaron varios de sus ministros y funcionarios de alto nivel de su gobierno, que en su momento suscitó tantos aplausos en la Casa de Nariño, en su bancada, en las bancadas afectas a la estrategia y a sus dádivas, en sus colaboradores y en sus electores, pero que hoy, ya sin padre la estrategia, produce tanta preocupación y vergüenza en los colombianos, como sed y hambre en la comunidad wayuu.
Mayor general (r) Ramsés Muñoz M.
Envíe sus cartas a lector@elespectador.com
A propósito del editorial del 7 de agosto, titulado “A mejorar la estrategia para el segundo tiempo”. Si por conseguir los objetivos que se propone se cataloga a un hombre como buen estratega, comparto la idea de que el doctor Petro es, sin lugar a dudas, el mejor. Los métodos empleados en campaña le permitieron ganar las elecciones y asumir la Presidencia de la República. Ya en funciones, su Gobierno consiguió el objetivo trazado de aprobar en el Legislativo sus reformas, como la pensional, entre otras. Pero, ¿a qué costo y con qué medios? ¿Y acaso lo conseguido puede calificarse como un triunfo transparente y bueno?
La estrategia que viene empleando el Gobierno desde su época de campaña presidencial no se debe mejorar, como lo solicita el editorial del diario El Espectador; se debe desechar de manera radical. No más campañas presidenciales corriendo la línea ética para difamar a sus contendores (como lo ordenaba Guanumen). No más dinero y prebendas para los parlamentarios que aprueban a pupitrazo limpio y sin debate las reformas presentadas por un gobierno, sea cual fuere (como lo testifica Olmedo en la Fiscalía). No se puede catalogar como éxitos del Gobierno leyes aprobadas bajo la mancha y la duda de lo ilegal, así aparentemente beneficien a muchos. Si aceptamos como norma que el fin justifica los medios, estamos aceptando que nuestra democracia y nuestras libertades estarán supeditadas a “un objetivo bueno, a una ley buena o a una guillotina buena”. Nada es tan bueno, ni tan justo, ni tan equitativo si corrompe las normas y la ley. Conseguir reformas sociales, por justas y urgentes que sean, demoliendo la separación de poderes, la ética y la ley, solo conducirá a la miseria de nuestro país. Y en este punto es oportuno recordar a sor Juana Inés de la Cruz: “¿Quién es más de culpar, el que peca por la paga o el que paga por pecar?”.
Si la estrategia que aplica el Gobierno para conseguir las reformas sociales no va pegada y remachada a la ética, cualquier “triunfo” que obtenga en el logro de sus objetivos solo se constituirá en el ariete que demuela nuestra democracia y la esperanza de un mejor país. En este infame ejercicio del “fin justifica los medios” todo parece indicar (ya lo decidirá un juez) que el fin apuntaba a conseguir aprobar las reformas, y los medios utilizados se constituían en el hurto de los recursos del agua de los guajiros para compartirlos con los corruptos aprobadores de leyes.
Así, entonces, tiene el presidente Petro un año, 11 meses y 11 días para corregir el rumbo de su gobierno, desechar rotundamente la estrategia que (según Olmedo) aplicaron varios de sus ministros y funcionarios de alto nivel de su gobierno, que en su momento suscitó tantos aplausos en la Casa de Nariño, en su bancada, en las bancadas afectas a la estrategia y a sus dádivas, en sus colaboradores y en sus electores, pero que hoy, ya sin padre la estrategia, produce tanta preocupación y vergüenza en los colombianos, como sed y hambre en la comunidad wayuu.
Mayor general (r) Ramsés Muñoz M.
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