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Combustibles y justicia social

Cartas de los lectores
27 de septiembre de 2024 - 05:05 a. m.

De las políticas buenas y malas del presidente Gustavo Petro, creo que la más positiva es también la menos popular: el alza de los precios de los combustibles.
Petro lo hace para llenar el hueco que deja en el presupuesto nacional subsidiar los combustibles, lo cual es muy importante. Pero es también una política de justicia social y ambiental, porque la gente humilde se transporta en bicicleta, caminando o en bus. Son los ricos, dueños de carros privados y camionetas 4x4, quienes reciben un monto desproporcionado del subsidio, aunque son los que menos lo necesitan.
Es también un subsidio a la contaminación, al cambio climático y al sedentarismo, lo que perjudica nuestra salud y el medio ambiente de varias maneras. Además, al promover el uso irracional de los vehículos, afecta la calidad de vida urbana en muchos aspectos: contaminación, trancones, ruido y esmog.
Los defensores de los subsidios argumentan que estos hacen que la comida y otras necesidades sean más económicas. Pero si facilitan el transporte del pan y la manzana, también subsidian el whisky, los cigarrillos y la comida chatarra: productos que no necesariamente nos benefician. Y no hay que olvidar que los barcos que acaban con los peces del mar colombiano y las motosierras y los camiones que destruyen los bosques también disfrutan de combustibles subsidiados.
En cambio, esos mismos recursos se podrían destinar a parques, hospitales, escuelas y otras cosas que benefician a toda la población, en particular a la gente más humilde.
Los subsidios a los combustibles son también una amenaza política y macroeconómica. Venezuela subsidiaba la gasolina durante muchos años, cuando el precio del petróleo estaba alto y el Gobierno de Caracas tenía dinero. Luego el petróleo bajó, pero el Gobierno chavista siguió subsidiando para no perder apoyo popular: siguieron la hiperinflación y el colapso económico. Este fue uno de varios factores que llevaron a Venezuela a la dictadura actual. Llama la atención que el combustible es muy caro en los países con la calidad de vida más alta del mundo; pero, a cambio, hay recursos para la policía, los hospitales y el transporte público.
Mientras el Gobierno controle el precio de los combustibles, siempre existirá la tentación de subsidiarlos para ganar puntos políticos. ¿Qué tiene de sagrado el combustible? ¿Por qué no dejar su precio al libre mercado, igual que productos mucho más importantes, como el pan, la leche y las verduras?

Michael Ceaser

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