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El agua que se consume en Bogotá proviene del sistema hídrico del páramo de Chingaza, embalse que se construyó en la década de los 70 cuando la población de Bogotá no llegaba a los cuatro millones de habitantes. Han pasado 50 años y el sistema no aguantó para los ocho millones de personas que aquí vivimos. ¿Se hicieron proyecciones erradas? ¿Hubo negligencia? ¿Estuvimos “de malas” y el cambio climático nos jugó una mala pasada como dicen algunos políticos? ¿Todas las anteriores? Lo cierto es que hoy el déficit lo cubrimos los usuarios con racionamientos semanales, lo que no puede ser la solución mientras esperamos que la providencia nos dé una oportunidad con mayores precipitaciones. ¿Y si no nos las da y por el contrario las disminuye? Con la providencia nada se sabe. Poco se habla de una solución de fondo y estable. Se ha hablado de Chingaza II. Se ha dicho que no sería viable por afectación al medio ambiente. Quiero creer que es un argumento real aun cuando no sé de estudios técnicos que lo respalden. Así las cosas, ¿cuál sería la solución? puesto que tiene que haberla. La respuesta a esta pregunta es un llamado urgente a nuestros gobernantes.
Para empezar, se debe buscar la manera de ceder el deshonroso récord que tenemos los colombianos de ser el país del mundo con mayor consumo de agua por cabeza (2000 mts3/año) cuando el promedio por habitante en los países de la OCDE a la que pertenece Colombia, es menor a los 750 mts3. Para lograrlo, el recurso más primario y tal vez el menos efectivo es el racionamiento. Más eficaz sería elevar las tarifas de manera creciente de acuerdo al consumo partiendo de una media.
Enrique Uribe Botero
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