Tenía pocos días de haber llegado a la ciudad de Bogotá, en la maleta llevé conmigo sueños y en el pensamiento la nostalgia de saber que 938 km me separaban de mi familia. Son impresionantes los lazos de afecto que podemos llegar a tener con nuestros seres queridos, sobre todo ese que se cosecha entre los padres y los hijos.
“Qué actitud se toma cuando te enteras de que han dado de baja a tu hijo?”, le preguntó en aquel instante un señor (a mi parecer, de forma imprudente) a don Raúl durante una entrevista en medio de la carrera séptima, cerca del Capitolio. Fue la primera vez que chocamos las miradas, quizá yo fui más imprudente al sonreírle entre las personas que nos encontrábamos allí; sin embargo, él me regresó la sonrisa, esa sonrisa llena de nostalgia y humildad que quedará grabada por siempre como uno de los recuerdos más apreciados por mi memoria. “Las cosas se están poniendo feas”, respondió don Raúl y prosiguió: “Esas fueron las últimas palabras que le escuché decir a mi hijo, a quien asesinaron por negarse a matar a inocentes...”.
El 8 de octubre de 2006, el Ejército Nacional le informó al señor Raúl Carvajal Pérez que su hijo Raúl Antonio Carvajal Londoño (cabo primero) fue dado de baja en medio de un combate con la guerrilla. A raíz del dolor que sintió y con el argumento de una llamada que días anteriores le hizo su hijo, quiso indagar un poco más sobre los hechos ocurridos y, al quedar inconforme con la versión de combate dada por el Ejército, emprendió un camino de lucha en busca de la tan anhelada verdad y la justicia. Al ver que las investigaciones no prosperaron en el caso de su hijo, se apropió del valor que aún le quedaba en medio del dolor que sentía su alma y continuó.
Don Raúl, como de cariño le decíamos los colombianos, fue sin duda un ejemplo de tenacidad y resistencia. Transcurrieron 16 años sin que pasara un día en el que no alzara su voz en defensa de las víctimas que dejaron los mal llamados falsos positivos. La muerte se lleva a un hombre de mi total respeto, uno de esos que aborrecen la injusticia, al que no le importaba arriesgar su vida en procura de exponer la verdad a la que había llegado. Hoy quizá ya se encuentra con su hijo, dirán aquellos que creen en la transición de las almas; por mi parte me invade el dolor de saber que no pudo ver que se impartiera la justicia en el caso de su ser querido.
María de los Ángeles García Peña.
Envíe sus cartas a lector@elespectador.com
Tenía pocos días de haber llegado a la ciudad de Bogotá, en la maleta llevé conmigo sueños y en el pensamiento la nostalgia de saber que 938 km me separaban de mi familia. Son impresionantes los lazos de afecto que podemos llegar a tener con nuestros seres queridos, sobre todo ese que se cosecha entre los padres y los hijos.
“Qué actitud se toma cuando te enteras de que han dado de baja a tu hijo?”, le preguntó en aquel instante un señor (a mi parecer, de forma imprudente) a don Raúl durante una entrevista en medio de la carrera séptima, cerca del Capitolio. Fue la primera vez que chocamos las miradas, quizá yo fui más imprudente al sonreírle entre las personas que nos encontrábamos allí; sin embargo, él me regresó la sonrisa, esa sonrisa llena de nostalgia y humildad que quedará grabada por siempre como uno de los recuerdos más apreciados por mi memoria. “Las cosas se están poniendo feas”, respondió don Raúl y prosiguió: “Esas fueron las últimas palabras que le escuché decir a mi hijo, a quien asesinaron por negarse a matar a inocentes...”.
El 8 de octubre de 2006, el Ejército Nacional le informó al señor Raúl Carvajal Pérez que su hijo Raúl Antonio Carvajal Londoño (cabo primero) fue dado de baja en medio de un combate con la guerrilla. A raíz del dolor que sintió y con el argumento de una llamada que días anteriores le hizo su hijo, quiso indagar un poco más sobre los hechos ocurridos y, al quedar inconforme con la versión de combate dada por el Ejército, emprendió un camino de lucha en busca de la tan anhelada verdad y la justicia. Al ver que las investigaciones no prosperaron en el caso de su hijo, se apropió del valor que aún le quedaba en medio del dolor que sentía su alma y continuó.
Don Raúl, como de cariño le decíamos los colombianos, fue sin duda un ejemplo de tenacidad y resistencia. Transcurrieron 16 años sin que pasara un día en el que no alzara su voz en defensa de las víctimas que dejaron los mal llamados falsos positivos. La muerte se lleva a un hombre de mi total respeto, uno de esos que aborrecen la injusticia, al que no le importaba arriesgar su vida en procura de exponer la verdad a la que había llegado. Hoy quizá ya se encuentra con su hijo, dirán aquellos que creen en la transición de las almas; por mi parte me invade el dolor de saber que no pudo ver que se impartiera la justicia en el caso de su ser querido.
María de los Ángeles García Peña.
Envíe sus cartas a lector@elespectador.com