Hace años, una familia huyó de la guerra civil en el Congo. Tras una larga travesía, llegaron al campo de refugiados de Cabinda, en Angola, enfrentando numerosas dificultades. Un par de años después, lograron establecerse en Francia con el firme propósito de construir una vida digna en el país de la libertad, la fraternidad y la igualdad. El tercer hijo de la familia aspiraba a ser futbolista y, con esfuerzo, lo consiguió. Este niño se llama Eduardo Camavinga, campeón de la Champions League con el Real Madrid y jugador de la selección francesa de fútbol.
Este año, como tantas veces antes, el deporte se encuentra de frente con la cruda realidad de la política global. Nos enseña que fenómenos como la migración irregular y el desplazamiento forzoso no se resuelven construyendo muros y cerrando fronteras; al contrario, la desigualdad que se origina en los países pobres de África, como en la historia de Camavinga, debe enfrentarse con cooperación internacional y generación de oportunidades.
Historias como la de Camavinga abundan (y no solo en Europa, sino en todo el mundo). La destaco porque él, junto con otros jugadores de la selección francesa como Jules Koundé o Kylian Mbappé, decidieron manifestarse contra el peligro del ascenso de la ultraderecha en Francia, logrando movilizar a los jóvenes como nunca se había visto. Por ejemplo, en Bondy, la ciudad donde creció Kylian Mbappé y es ídolo, el índice de participación electoral aumentó significativamente entre las comunidades más jóvenes, un hecho sin precedentes en la historia de Francia.
La lección que el mundo debe aprender con lo sucedido en Europa es que no se puede vincular automáticamente la migración irregular con la delincuencia, como si una fuera directamente proporcional a la otra. Por el contrario, la colonización ha dejado una deuda histórica que tomará mucho tiempo saldar. Es evidente que los casos de éxito de los jugadores franceses deberían establecer un precedente. De lo contrario, seguiremos atrapados en una dinámica nociva donde los países reciben migrantes cuando les conviene y los rechazan, deportan o dejan morir en el mar cuando no.
Por ahora, como lo expresó enérgicamente Llanos Massó, presidenta de las Cortes Valencianas de Vox, ganaron “los imbéciles millonarios elitistas jugadores de la selección francesa”.
Zamill Vargas, @zamivar
Envíe sus cartas a lector@elespectador.com
Hace años, una familia huyó de la guerra civil en el Congo. Tras una larga travesía, llegaron al campo de refugiados de Cabinda, en Angola, enfrentando numerosas dificultades. Un par de años después, lograron establecerse en Francia con el firme propósito de construir una vida digna en el país de la libertad, la fraternidad y la igualdad. El tercer hijo de la familia aspiraba a ser futbolista y, con esfuerzo, lo consiguió. Este niño se llama Eduardo Camavinga, campeón de la Champions League con el Real Madrid y jugador de la selección francesa de fútbol.
Este año, como tantas veces antes, el deporte se encuentra de frente con la cruda realidad de la política global. Nos enseña que fenómenos como la migración irregular y el desplazamiento forzoso no se resuelven construyendo muros y cerrando fronteras; al contrario, la desigualdad que se origina en los países pobres de África, como en la historia de Camavinga, debe enfrentarse con cooperación internacional y generación de oportunidades.
Historias como la de Camavinga abundan (y no solo en Europa, sino en todo el mundo). La destaco porque él, junto con otros jugadores de la selección francesa como Jules Koundé o Kylian Mbappé, decidieron manifestarse contra el peligro del ascenso de la ultraderecha en Francia, logrando movilizar a los jóvenes como nunca se había visto. Por ejemplo, en Bondy, la ciudad donde creció Kylian Mbappé y es ídolo, el índice de participación electoral aumentó significativamente entre las comunidades más jóvenes, un hecho sin precedentes en la historia de Francia.
La lección que el mundo debe aprender con lo sucedido en Europa es que no se puede vincular automáticamente la migración irregular con la delincuencia, como si una fuera directamente proporcional a la otra. Por el contrario, la colonización ha dejado una deuda histórica que tomará mucho tiempo saldar. Es evidente que los casos de éxito de los jugadores franceses deberían establecer un precedente. De lo contrario, seguiremos atrapados en una dinámica nociva donde los países reciben migrantes cuando les conviene y los rechazan, deportan o dejan morir en el mar cuando no.
Por ahora, como lo expresó enérgicamente Llanos Massó, presidenta de las Cortes Valencianas de Vox, ganaron “los imbéciles millonarios elitistas jugadores de la selección francesa”.
Zamill Vargas, @zamivar
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