Al recordar al personaje mencionado en la columna “Notas de Buhardilla”, respecto al pintoresco y siempre encorbatado doctor Goyaneche, cuyas fugaces visitas a centros educativos eran motivo de distracción y abastecimiento monetario para él, hoy más que nunca el “doctor” podría ser partícipe del inmenso abanico de candidatos ilusos y ególatras autonombrados en busca de una inocua presidencia. En Locombia creemos ciegamente que, si hemos acariciado una curul en el Congreso o poseemos un cargo de dirigencia en una entidad oficial o, más aún, fuimos representantes de una comunidad, municipio o departamento, nos da el derecho y escalón suficiente para buscar la presidencia, cargo de “El Mesías” que el pueblo invoca desde décadas anteriores con esperanza y desesperación.
Algunos candidatos insulsos, pero todos con un desorientado programa salvador bajo la manga, se miran al madero de cristal al estilo de Dorian Gray. Con gran vanidad, se fascinan con su presencia al espejo, que falsamente los conduce al pensamiento impoluto de ser el Divino Salvador y Mecenas, tan esperado por un pueblo maltratado por el olvido, la desidia y la violencia. Exfuncionarios oportunistas se autonombran para este cargo de dirigencia sin el menor estupor y conocimiento de lo que es dirigir una nación de carencias, inequidades, deudas e ilegalidades.
Los llamados partidos de derecha, de centro, del pueblo, liberales, conservadores, de alianzas y de colores verdes, amarillos, rojos: todos tendrán sus marionetas para lanzar al espectáculo de la “obra” que se llama Mandatario, cuyo inicio se vocifera sin preparación ni vocación, a diferencia del profesionalismo perenne de las muñecas del maestro Manzur.
Como en la feria del libro, aparecen nuevas e iluminadas versiones de personajes como Don Quijote, capaces de vencer todos los obstáculos que ante sus ojos se les anteponen, o los Edipo rey de Sófocles, vencedores de pequeñas batallas que esperan un premio para pavonear su ser como un dios. Estos candidatos de egolatría tendrán sus creyentes, sus votantes, sus humildes seguidores hambrientos, y ellos, con destreza y patrocinio, sacarán de sus entrañas su lámpara de Aladino con el vanidoso portafolio de salvación nacional. Vanidad banal y poca cosa. Mientras ellos acarician su figura en fugaces apariciones y se contemplan, la izquierda, con un líder sacado de las calles y para las calles, hará de las suyas sin restricción, competencia ni controversia alguna.
Aún es tiempo de que este camino de “derecha”, si de vencer se trata, lance un verdadero líder, una figura, un galán, hombre o mujer, de tono moral, fuerte, sin paso atrás, orientador de masas, capaz de representar con energía, vocación, conocimiento y sensatez a los millones de esperanzados, y que devuelva y garantice, al menos, la obtención de los derechos fundamentales: vida, libertad, seguridad, educación, vivienda, salud y alimentación. Sólo un líder, uno solo en derecha y sin color, podrá controvertir con la izquierda, que vendrá como la sombra, rápida, oscura y sin dimensión alguna, que cubrirá todas las regiones con el mismo accionar que el país vive en este difícil presente. Un líder, no cientos de vanidosos ególatras y oportunistas. De lo contrario, la derecha y el centro sucumbirán, como ya sucedió con el lánguido abanico anterior, insospechado; líder tal como en nuestra reconfortante y unificadora selección, donde el capitán maneja la izquierda con pasión, destreza y potencia, y es la esperanza de una nación en juego.
Octavio Valcárcel Botero
Envíe sus cartas a lector@elespectador.com
Al recordar al personaje mencionado en la columna “Notas de Buhardilla”, respecto al pintoresco y siempre encorbatado doctor Goyaneche, cuyas fugaces visitas a centros educativos eran motivo de distracción y abastecimiento monetario para él, hoy más que nunca el “doctor” podría ser partícipe del inmenso abanico de candidatos ilusos y ególatras autonombrados en busca de una inocua presidencia. En Locombia creemos ciegamente que, si hemos acariciado una curul en el Congreso o poseemos un cargo de dirigencia en una entidad oficial o, más aún, fuimos representantes de una comunidad, municipio o departamento, nos da el derecho y escalón suficiente para buscar la presidencia, cargo de “El Mesías” que el pueblo invoca desde décadas anteriores con esperanza y desesperación.
Algunos candidatos insulsos, pero todos con un desorientado programa salvador bajo la manga, se miran al madero de cristal al estilo de Dorian Gray. Con gran vanidad, se fascinan con su presencia al espejo, que falsamente los conduce al pensamiento impoluto de ser el Divino Salvador y Mecenas, tan esperado por un pueblo maltratado por el olvido, la desidia y la violencia. Exfuncionarios oportunistas se autonombran para este cargo de dirigencia sin el menor estupor y conocimiento de lo que es dirigir una nación de carencias, inequidades, deudas e ilegalidades.
Los llamados partidos de derecha, de centro, del pueblo, liberales, conservadores, de alianzas y de colores verdes, amarillos, rojos: todos tendrán sus marionetas para lanzar al espectáculo de la “obra” que se llama Mandatario, cuyo inicio se vocifera sin preparación ni vocación, a diferencia del profesionalismo perenne de las muñecas del maestro Manzur.
Como en la feria del libro, aparecen nuevas e iluminadas versiones de personajes como Don Quijote, capaces de vencer todos los obstáculos que ante sus ojos se les anteponen, o los Edipo rey de Sófocles, vencedores de pequeñas batallas que esperan un premio para pavonear su ser como un dios. Estos candidatos de egolatría tendrán sus creyentes, sus votantes, sus humildes seguidores hambrientos, y ellos, con destreza y patrocinio, sacarán de sus entrañas su lámpara de Aladino con el vanidoso portafolio de salvación nacional. Vanidad banal y poca cosa. Mientras ellos acarician su figura en fugaces apariciones y se contemplan, la izquierda, con un líder sacado de las calles y para las calles, hará de las suyas sin restricción, competencia ni controversia alguna.
Aún es tiempo de que este camino de “derecha”, si de vencer se trata, lance un verdadero líder, una figura, un galán, hombre o mujer, de tono moral, fuerte, sin paso atrás, orientador de masas, capaz de representar con energía, vocación, conocimiento y sensatez a los millones de esperanzados, y que devuelva y garantice, al menos, la obtención de los derechos fundamentales: vida, libertad, seguridad, educación, vivienda, salud y alimentación. Sólo un líder, uno solo en derecha y sin color, podrá controvertir con la izquierda, que vendrá como la sombra, rápida, oscura y sin dimensión alguna, que cubrirá todas las regiones con el mismo accionar que el país vive en este difícil presente. Un líder, no cientos de vanidosos ególatras y oportunistas. De lo contrario, la derecha y el centro sucumbirán, como ya sucedió con el lánguido abanico anterior, insospechado; líder tal como en nuestra reconfortante y unificadora selección, donde el capitán maneja la izquierda con pasión, destreza y potencia, y es la esperanza de una nación en juego.
Octavio Valcárcel Botero
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