Todos deseamos que lleguen las fiestas de fin de año. En estas se despliega lo mejor de nuestra cultura y costumbres. Música parrandera retumba en las calles, platos de todo tipo acompañan las mesas en los hogares y las familias reunidas brindan por los momentos vividos. Sin embargo, existe una cara dolorosa en estas celebraciones: algunas personas, bajo el efecto del alcohol o las sustancias psicoactivas y motivadas por los conflictos no resueltos, deciden agredirse, acabando el año y con su vida.
Según las cifras documentadas por el Sistema de Información para la Convivencia (SISC), en noviembre de 2023 se registraron 317 homicidios. En contraste, durante el presente año, las cifras generales de homicidios en Medellín mostraron una disminución de casos, con 256 muertes. El dato positivo frente a la pérdida de vidas se ve empañado por los homicidios de mujeres reportados por la Personería Distrital de Medellín: de los 19 casos documentados en 2024 13 han sido clasificados de presuntos feminicidios, representando el 68 % de las muertes violentas y confirmando el riesgo que corren las mujeres por el simple hecho de ser mujeres. En particular, las refugiadas y migrantes enfrentan una vulnerabilidad mayor, representando el 32 % de estos casos.
Ninguna vida sobra, todas nos duelen y por este motivo no podemos ser indiferentes, aunque eso implique incomodarnos en momentos del año donde las tradiciones populares nos inviten a bailar al ritmo de “Dame tu mujer, José” o “Ese muerto no lo cargo yo”. Porque es ahí, en los gestos mínimos de las celebraciones, donde se pueden camuflar las violencias estructurales que terminan justificando lo injustificable, como que 6.8209 mujeres hayan sido víctimas de agresión intrafamiliar durante los últimos meses del año. Quien atente contra la vida de otra persona, con la excusa de no saber tramitar la nostalgia que acompaña los meses de noviembre y diciembre, será tan responsable de sus actos como si estos fuesen cometidos en un mes distinto del calendario. Ante el dolor de los demás, como ciudadanos, debemos ser categóricos: no todo se vale en fin de año. Es muy pronto para pensar en los agüeros, pero me arriesgaré a sugerir el primero. Las populares doce uvas, que equivalen a doce deseos, propongo que se traduzcan en acciones concretas para cada uno de los meses del próximo año; de esta manera, las buenas intenciones se convertirán en esfuerzos que permitan detener la violencia hacia los niños, niñas y mujeres de los territorios colombianos. ¡Que se acabe el año, no la vida!
Juan Carlos Ramírez, Medellín
Envíe sus cartas a lector@elespectador.com
Todos deseamos que lleguen las fiestas de fin de año. En estas se despliega lo mejor de nuestra cultura y costumbres. Música parrandera retumba en las calles, platos de todo tipo acompañan las mesas en los hogares y las familias reunidas brindan por los momentos vividos. Sin embargo, existe una cara dolorosa en estas celebraciones: algunas personas, bajo el efecto del alcohol o las sustancias psicoactivas y motivadas por los conflictos no resueltos, deciden agredirse, acabando el año y con su vida.
Según las cifras documentadas por el Sistema de Información para la Convivencia (SISC), en noviembre de 2023 se registraron 317 homicidios. En contraste, durante el presente año, las cifras generales de homicidios en Medellín mostraron una disminución de casos, con 256 muertes. El dato positivo frente a la pérdida de vidas se ve empañado por los homicidios de mujeres reportados por la Personería Distrital de Medellín: de los 19 casos documentados en 2024 13 han sido clasificados de presuntos feminicidios, representando el 68 % de las muertes violentas y confirmando el riesgo que corren las mujeres por el simple hecho de ser mujeres. En particular, las refugiadas y migrantes enfrentan una vulnerabilidad mayor, representando el 32 % de estos casos.
Ninguna vida sobra, todas nos duelen y por este motivo no podemos ser indiferentes, aunque eso implique incomodarnos en momentos del año donde las tradiciones populares nos inviten a bailar al ritmo de “Dame tu mujer, José” o “Ese muerto no lo cargo yo”. Porque es ahí, en los gestos mínimos de las celebraciones, donde se pueden camuflar las violencias estructurales que terminan justificando lo injustificable, como que 6.8209 mujeres hayan sido víctimas de agresión intrafamiliar durante los últimos meses del año. Quien atente contra la vida de otra persona, con la excusa de no saber tramitar la nostalgia que acompaña los meses de noviembre y diciembre, será tan responsable de sus actos como si estos fuesen cometidos en un mes distinto del calendario. Ante el dolor de los demás, como ciudadanos, debemos ser categóricos: no todo se vale en fin de año. Es muy pronto para pensar en los agüeros, pero me arriesgaré a sugerir el primero. Las populares doce uvas, que equivalen a doce deseos, propongo que se traduzcan en acciones concretas para cada uno de los meses del próximo año; de esta manera, las buenas intenciones se convertirán en esfuerzos que permitan detener la violencia hacia los niños, niñas y mujeres de los territorios colombianos. ¡Que se acabe el año, no la vida!
Juan Carlos Ramírez, Medellín
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