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Halloween es casi el preámbulo para la Navidad. En un país como el nuestro, donde la violencia se ha vuelto un paisaje habitual, celebraciones como esta, cargadas de dulces y risas, se convierten en un bálsamo que distrae inofensivamente la mente de quienes participan. Por ello, satanizar y pretender prohibir a los niños un disfraz es un gravísimo acto de ignorancia y hasta de violencia. Estas festividades, en lugar de ser vistas como algo negativo, deben reconocerse como expresiones culturales que promueven la alegría y la unión comunitaria. La historia de estas tradiciones revela que su propósito original no es maligno, sino que busca celebrar la vida y la creatividad.
En primer lugar, es crucial comprender que muchas celebraciones han evolucionado a lo largo del tiempo. Halloween, por ejemplo, tiene raíces en rituales de cosecha y festividades que celebran el cambio de estaciones. Al despojar estas tradiciones de su contexto histórico y transformarlas en símbolos de maldad, se ignora su rica herencia cultural y se limita la capacidad de las personas para disfrutar de momentos de esparcimiento. Las festividades son ocasiones para que las comunidades se reúnan, fomentando la cohesión social y creando recuerdos compartidos.
Además, satanizar estas festividades refleja una visión reduccionista. Muchas personas participan en ellas de manera lúdica, centrándose en aspectos como los disfraces, la camaradería y el intercambio de dulces, sin ninguna intención de asociarlas con el mal. Esta perspectiva no solo es ignorante, sino que también puede ser perjudicial, ya que aleja a las personas de disfrutar de momentos que son, en esencia, inofensivos y significativos, especialmente para los más pequeños. Como se menciona en Filipenses 4,8: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si hay algo digno de alabanza, en esto pensad”. Esto nos invita a enfocarnos en lo positivo y en lo que genera alegría.
Dejemos las ideas raras. Es fundamental promover la idea de que las tradiciones no son inherentemente buenas o malas; su significado depende del contexto y de cómo se elijan celebrar. Fomentar un enfoque inclusivo y abierto permite a las personas apreciar la diversidad de prácticas culturales y disfrutar de la creatividad que estas generan. Al evitar la satanización, se crea un espacio donde las celebraciones pueden ser vistas como oportunidades para la conexión y el disfrute, en lugar de fuentes de conflicto y división, porque eso sí es “satánico”.
Satanizar celebraciones y tradiciones desde visiones extremas no solo es injusto, sino que también impide el disfrute de momentos de alegría y comunidad. Es esencial abordar estas festividades desde una perspectiva de inclusión y celebración, permitiendo que cada individuo elija cómo participar de manera positiva.
Luis Alfredo Cortés Capera, estudiante de teología
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