En días pasados se hizo noticia que el presidente de Argentina, Javier Milei, la emprendiera contra la cantante Lali Espósito, a quien acusó de ser una “parásita” del Estado y apodó “Lali Depósito”. No vale la pena detenerse a señalar que, si alguien vive del Estado, es el presidente, no es el punto, lo que Milei quiere decirles a sus seguidores es que aquí hay una mujer joven con estabilidad económica, el deseo más profundo de la mayoría de las personas en Argentina, y eso es lo que los machos necesitan para validar su aporreada masculinidad. Lali está usurpando el poder que le prometió el patriarcado a todos los hombres que votaron por Milei.
Los gobiernos o proyectos de gobierno autoritarios siempre están aliados con el patriarcado que, convenientemente, sostiene estructuras de poder verticales y desiguales, es decir, autoritarias. Lo que vemos con Lali recuerda a varios episodios de Trump vs. Taylor Swift. Aunque Swift ha evitado en muchas ocasiones hablar de política, cada cosa que dice medianamente progre pone a temblar a la derecha gringa, que no le teme a casi nada (y menos a los demócratas que no han sabido leer el momento político y parecen decididos a perder las elecciones presidenciales de 2024).
Es que, en una política basada en la simulación y el espectáculo, las “reinas” del pop se vuelven aún más relevantes. Ellas son reinas y ellos presidentes, pero el poder de ellas no viene de una voluntad divina, sino de lo que ellos más desean: la masiva y genuina elección popular. Ellas no necesitan vender votos ni traer acarreados para llenar plazas y estadios. No es novedoso que los autoritarios le teman a les artistas, hay un poder irracional en la conexión estética que mueve a las personas. A ese poder es a lo que más le temen los gobiernos autoritarios, saben que no lo tienen y por eso recurren a imponerse.
El pop nunca ha sido solo entretenimiento: es una fuerza estética que necesariamente es también política. Pasa además que las divas masivas del pop en esta generación reciben menos castigos al hacer visibles algunas de sus opiniones políticas (algunas, porque quizás hoy pueden decir públicamente que son feministas sin recibir un regaño de la disquera, pero quizás perderán sus contratos si apoyan a Palestina). De todas formas, las divas del pop no tienen que hacer sofisticadas declaraciones políticas para que estos hombres las vean como enemigas, apenas basta un guiño, porque atacar a Lali o a Taylor tiene más que ver con la audiencia de ambas, que son mujeres jóvenes, adolescentes y adultas, y con sus derechos en la primera línea de riesgo frente a estos proyectos autoritarios.
Los proyectos autoritarios tienen razón en temer a las mujeres jóvenes. Como señala Constance Grady en Vox, fueron las jóvenes las que convirtieron a Los Beatles en súper estrellas, sus gustos son la gran fuerza económica que mueve el mercado musical, las king-makers contemporáneas (un poder que antes estaba reservado a Dios). ¿Y si pasan de ser una fuerza cultural a ser una fuerza política? Ese es uno de los mayores miedos del patriarcado.
En días pasados se hizo noticia que el presidente de Argentina, Javier Milei, la emprendiera contra la cantante Lali Espósito, a quien acusó de ser una “parásita” del Estado y apodó “Lali Depósito”. No vale la pena detenerse a señalar que, si alguien vive del Estado, es el presidente, no es el punto, lo que Milei quiere decirles a sus seguidores es que aquí hay una mujer joven con estabilidad económica, el deseo más profundo de la mayoría de las personas en Argentina, y eso es lo que los machos necesitan para validar su aporreada masculinidad. Lali está usurpando el poder que le prometió el patriarcado a todos los hombres que votaron por Milei.
Los gobiernos o proyectos de gobierno autoritarios siempre están aliados con el patriarcado que, convenientemente, sostiene estructuras de poder verticales y desiguales, es decir, autoritarias. Lo que vemos con Lali recuerda a varios episodios de Trump vs. Taylor Swift. Aunque Swift ha evitado en muchas ocasiones hablar de política, cada cosa que dice medianamente progre pone a temblar a la derecha gringa, que no le teme a casi nada (y menos a los demócratas que no han sabido leer el momento político y parecen decididos a perder las elecciones presidenciales de 2024).
Es que, en una política basada en la simulación y el espectáculo, las “reinas” del pop se vuelven aún más relevantes. Ellas son reinas y ellos presidentes, pero el poder de ellas no viene de una voluntad divina, sino de lo que ellos más desean: la masiva y genuina elección popular. Ellas no necesitan vender votos ni traer acarreados para llenar plazas y estadios. No es novedoso que los autoritarios le teman a les artistas, hay un poder irracional en la conexión estética que mueve a las personas. A ese poder es a lo que más le temen los gobiernos autoritarios, saben que no lo tienen y por eso recurren a imponerse.
El pop nunca ha sido solo entretenimiento: es una fuerza estética que necesariamente es también política. Pasa además que las divas masivas del pop en esta generación reciben menos castigos al hacer visibles algunas de sus opiniones políticas (algunas, porque quizás hoy pueden decir públicamente que son feministas sin recibir un regaño de la disquera, pero quizás perderán sus contratos si apoyan a Palestina). De todas formas, las divas del pop no tienen que hacer sofisticadas declaraciones políticas para que estos hombres las vean como enemigas, apenas basta un guiño, porque atacar a Lali o a Taylor tiene más que ver con la audiencia de ambas, que son mujeres jóvenes, adolescentes y adultas, y con sus derechos en la primera línea de riesgo frente a estos proyectos autoritarios.
Los proyectos autoritarios tienen razón en temer a las mujeres jóvenes. Como señala Constance Grady en Vox, fueron las jóvenes las que convirtieron a Los Beatles en súper estrellas, sus gustos son la gran fuerza económica que mueve el mercado musical, las king-makers contemporáneas (un poder que antes estaba reservado a Dios). ¿Y si pasan de ser una fuerza cultural a ser una fuerza política? Ese es uno de los mayores miedos del patriarcado.