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El Carnaval de Barranquilla nació esencialmente como una parodia del poder: casi todos sus disfraces y tradiciones nacieron siglos antes de que el Carnaval se institucionalizara, como una ridiculización de la monarquía, y de ahí que varios disfraces como el congo y el garabato se pinten la cara de blanco y círculos rojos en las mejillas, para emular la cara pálida y con chapitas del chapetón; o registran e inmortalizan momentos de rebelión, como sucede con el baile de las Farotas en donde los bailarines usan falda para conmemorar una leyenda del pueblo de Talaigua, en donde los guerreros se disfrazan de mujeres para engañar y matar a los españoles que habían violado masivamente a las mujeres y niñas del pueblo. Esa picardía e irreverencia, esa libertad del pueblo para criticar al poder están en la médula de lo que es el Carnaval.
Una de las parodias más importantes es la Lectura del Bando, que nació como un gesto transgresor y político el 20 de enero de 1865, día de San Sebastián, en la Calle Ancha del Paseo Bolívar, haciendo referencia a la práctica española de leer un bando público para informar y autorizar las celebraciones que el Virreinato le permitirían a los esclavos y esclavas durante unos días en la ciudad de Cartagena. Pero este Bando, leído por y para personas libres, que decretaba fiestas libres, era revolucionario: un recuerdo de las violencias del ayer, convertido en una oda a la libertad.
Conjugo los verbos en pasado porque ya no es así, el Bando de hoy dejó de ser una parodia y se parece más a la versión original de los colonizadores. Este año, el presentador del evento, el primer evento oficial del Carnaval, saludaba efusivamente a quienes llamaba con orgullo “nuestra monarquía”. Y se refería puntualmente a un grupo de personas sentadas al frente, a las exreinas con sus madres y abuelas también exreinas, casadas con políticos y empresarios: el 1% más admirado y más inalcanzable de toda la ciudad. Esas mismas reinas, convertidas en influencers, haciendo contenido de entretenimiento que promueve roles de género como salidos de los años 50, y emboban y duermen a su audiencia para que dejen de pensar en la pobreza, el hambre y la corrupción de la ciudad, y aunque dicen amarlo, están acabando simbólica y materialmente con el Carnaval.
Y es que no es solo el Bando vacío de irreverencia, es también la Guacherna, en donde la gente solo pudo ver desfilar a influencers saludando con el logo de alguna marca estampado en la nalga, mientras que las comparsas de bailes y disfraces, las hacedoras del Carnaval se quedaron atrás sin poder salir a desfilar. En la Batalla de Flores, el desfile más importante, comparsan las y los verdaderos hacedores del Carnaval, como la cumbiamba La Soberana, la Chiva Periodística, Los Burros Corcoveones de Baranoa, Danzas de Fandango de Sincelejo, Disfrázate como quieras, y mi hogar carnavalero, La Puntica No’ Más, por mencionar algunas. Tuvimos que desfilar de noche y frente a los palcos vacíos, caminando entre la basura, pues otra vez tráileres de marcas con influencers bailando reggaetón, comparsas de marcas con horribles uniformes que se pretenden disfraces, que ofrecen paquetes de un millón de pesos por persona por una experiencia estandarizada y marqueteable del carnaval, se tomaron el protagonismo del desfile. Y ese carnaval hermoso y salvaje, que hacía crítica política hasta en las épocas más violentas de la historia nacional, que siempre se burlaba en la cara de la autoridad, se está convirtiendo en un carnaval manso, apolítico, sanitizado, inocuo, una fiesta de las marcas, una bacanal neoliberal.