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La llegada del COVID-19 puso al mundo de cabeza en tan solo una semana y lo más probable es que estemos frente a dos meses y medio de crisis, de salud, sí, pero también social y económica, una crisis que ya está develando todas nuestras desigualdades e injusticias sociales más crueles.
Esta es una enfermedad que se ha propagado por el mundo gracias a las personas de clase media alta y alta que irresponsablemente viajaron a Latinoamérica a pesar de saber el peligro que este virus implica para las personas más vulnerables como las que están en la tercera edad, y las personas que no tienen acceso a un buen sistema de salud, muchas de las cuales también hacen parte de la clase media.
Esto muestra un marco ético que es el mismo del neoliberalismo: yo primero, siempre, mi comodidad, mi beneficio, mi mirada del mundo. La ética neoliberal es individualista y entiende la libertad como que cada persona con privilegios pueda hacer lo que se le venga en gana sin pensar en los demás. Es una ética que pone al capital por encima de la vida, y por eso para muchos empresarios es razonable explotar a sus empleados y empleadas para enriquecer a sus accionistas, y bajo esa lógica el bienestar de todas esas personas se entiende como una cursilería. Son los mismos que ahora se reúnen con Duque para pedirle que “no declare toque de queda” porque les importa un carajo que la gente se muera con tal de que sus negocios sigan andando. Es el mejor ejemplo del capitalismo rapaz, que busca la concentración de los beneficios en unos pocos y socialización de las pérdidas de las empresas en toda la comunidad. Es la misma ética de este Gobierno que pretende pagarles a los y las jóvenes el 75 % de lo que ya sería un sueldo injusto y empezar a pagarle a la gente por horas, para maximizar su incertidumbre y vulnerabilidad económica. El Gobierno, en vez de estarse reuniendo con los grandes conglomerados, debería estar diseñando programas de bienestar para las personas que viven de la economía informal (en su mayoría mujeres) y se verán más afectadas. Quizás el virus es algo inevitable, pero las condiciones de vida de las personas dependen de las políticas públicas, que hoy dejan en evidencia que la prioridad de muchos gobiernos es la plata y no la vida.
Así son las prioridades del Gobierno Duque-Uribe, ya lo sabíamos, y justo por eso las prioridades de la ciudadanía deben cambiar. En la última década las pandemias se convirtieron en algo periódico, primero fue el H1N1, que no impactó demasiado a Colombia, luego vino el zika, que tampoco se sintió porque su letalidad era muy baja y sus consecuencias más graves las sufrieron las mujeres embarazadas pues causaba malformaciones en los fetos. Y lo más probable es que en los próximos tres o cinco años vivamos otra pandemia parecida a la del coronavirus, son las consecuencias de un mundo cada vez más globalizado. Si no exigimos desde ya un Estado de bienestar, con acceso universal a la salud para todos y todas (que no es lo mismo que atención médica gratis, porque se financia con nuestros impuestos), que busque garantizar la buena vida de todas las personas y que esté dispuesto y preparado para atender los efectos económicos y sociales de los eventos epidemiológicos. Las pandemias son naturales, pero las catástrofes son creadas por los malos gobiernos.