Luz Mery Tristán fue una de las glorias del patinaje colombiano. Nació en 1963 en Pereira y llegó a ganar la prueba de 5000 metros en el mundial de patinaje de 1990, y también fue pionera del ciclismo, llegando a ser parte de la escuadra que compitió en el Tour de Francia en 1986. También abrió una academia de patinaje donde empezó a entrenar a la nueva generación de patinadoras estrella, como la cinco veces campeona Daniela Mendoza y otras y otros como Sebastián Garcés, Johana Viveros y Rommy Muñoz.
En la madrugada del 6 agosto se conoció la noticia de su feminicidio. Tristán, de 60 años, fue presuntamente asesinada por Andrés Gustavo Ricci García, su pareja, a quien la Fiscalía ya le imputó el delito de feminicidio agravado. Como cosa verdaderamente extraordinaria, el hombre fue capturado por la comunidad, poco después de que Tristán recibiera los cinco disparos que acabaron con su vida. Ricci, cínicamente, no aceptó los cargos. Los investigadores incautaron una pistola semiautomática, un revólver y tres pistolas automáticas de propiedad de Ricci, sin permiso para su porte. Al momento de la captura, Ricci portaba un arma que, según los expertos forenses en balística, fue la que utilizó contra la deportista. El feminicidio de Luz Mery Tristán es consecuencia de la normalización de la violencia de género, del porte de armas y también el fácil acceso a armas ilegales que hay en todo el país y, particularmente, en Cali.
Ricci tenía antecedentes por violencia de género, en 2017 su exesposa, María del Pilar Jaramillo, lo había denunciado, contando que le prohibía salir con amigas, la maltrataba verbal y físicamente, le gritaba y le hacía bromas hirientes, dejando secuelas en su salud mental. El patrón que describe Jaramillo es un comportamiento frecuente en los feminicidas, que empiezan a controlar a sus víctimas y que suelen escalar la violencia cuando estas intentan dejarlos. Es imposible leer las denuncias de Jaramillo y no pensar que el crimen de Tristán pudo haberse evitado.
Pero, en vez de señalar estos patrones, los medios de comunicación colombianos han decidido enfocarse en su pasado sentimental, porque se les hizo muy jugoso contar que estuvo casada con Joaquín Mario Valencia Trujillo, extraditado a Estados Unidos por narcotráfico. Ricci es comerciante de llantas y apareció vinculado en una investigación por contrabando. Lo que estos datos parecen sugerir es que Tristán eligió mal, que se metió con hampones y que por eso todo terminó mal. Por eso el periódico El Tiempo tituló “Los amores difíciles y tormentosos de Luz Mery Tristán”.
La fuerza pública se esmera en encontrar indicios tempranos para la mayoría de los crímenes, seguro que cuando una persona muestra comportamientos sospechosos que pudieran indicar actividades como el contrabando o el narcotráfico le hacen un seguimiento así sea mínimo, hay un incentivo por lograr una captura, que luego será un indicador de éxito. Pero no todos los delitos están hechos iguales, y los indicios de violencia de género no son materia de interés para las fiscalías, no se registran de forma sistemática y a duras penas merecen seguimiento. ¿Cómo se vería una justicia verdaderamente enfocada en prevenir los feminicidios y no solamente en castigar a los perpetradores cuando ya es demasiado tarde?
Luz Mery Tristán fue una de las glorias del patinaje colombiano. Nació en 1963 en Pereira y llegó a ganar la prueba de 5000 metros en el mundial de patinaje de 1990, y también fue pionera del ciclismo, llegando a ser parte de la escuadra que compitió en el Tour de Francia en 1986. También abrió una academia de patinaje donde empezó a entrenar a la nueva generación de patinadoras estrella, como la cinco veces campeona Daniela Mendoza y otras y otros como Sebastián Garcés, Johana Viveros y Rommy Muñoz.
En la madrugada del 6 agosto se conoció la noticia de su feminicidio. Tristán, de 60 años, fue presuntamente asesinada por Andrés Gustavo Ricci García, su pareja, a quien la Fiscalía ya le imputó el delito de feminicidio agravado. Como cosa verdaderamente extraordinaria, el hombre fue capturado por la comunidad, poco después de que Tristán recibiera los cinco disparos que acabaron con su vida. Ricci, cínicamente, no aceptó los cargos. Los investigadores incautaron una pistola semiautomática, un revólver y tres pistolas automáticas de propiedad de Ricci, sin permiso para su porte. Al momento de la captura, Ricci portaba un arma que, según los expertos forenses en balística, fue la que utilizó contra la deportista. El feminicidio de Luz Mery Tristán es consecuencia de la normalización de la violencia de género, del porte de armas y también el fácil acceso a armas ilegales que hay en todo el país y, particularmente, en Cali.
Ricci tenía antecedentes por violencia de género, en 2017 su exesposa, María del Pilar Jaramillo, lo había denunciado, contando que le prohibía salir con amigas, la maltrataba verbal y físicamente, le gritaba y le hacía bromas hirientes, dejando secuelas en su salud mental. El patrón que describe Jaramillo es un comportamiento frecuente en los feminicidas, que empiezan a controlar a sus víctimas y que suelen escalar la violencia cuando estas intentan dejarlos. Es imposible leer las denuncias de Jaramillo y no pensar que el crimen de Tristán pudo haberse evitado.
Pero, en vez de señalar estos patrones, los medios de comunicación colombianos han decidido enfocarse en su pasado sentimental, porque se les hizo muy jugoso contar que estuvo casada con Joaquín Mario Valencia Trujillo, extraditado a Estados Unidos por narcotráfico. Ricci es comerciante de llantas y apareció vinculado en una investigación por contrabando. Lo que estos datos parecen sugerir es que Tristán eligió mal, que se metió con hampones y que por eso todo terminó mal. Por eso el periódico El Tiempo tituló “Los amores difíciles y tormentosos de Luz Mery Tristán”.
La fuerza pública se esmera en encontrar indicios tempranos para la mayoría de los crímenes, seguro que cuando una persona muestra comportamientos sospechosos que pudieran indicar actividades como el contrabando o el narcotráfico le hacen un seguimiento así sea mínimo, hay un incentivo por lograr una captura, que luego será un indicador de éxito. Pero no todos los delitos están hechos iguales, y los indicios de violencia de género no son materia de interés para las fiscalías, no se registran de forma sistemática y a duras penas merecen seguimiento. ¿Cómo se vería una justicia verdaderamente enfocada en prevenir los feminicidios y no solamente en castigar a los perpetradores cuando ya es demasiado tarde?