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Por supuesto que las feministas queremos que los hombres también sean feministas. El cambio que queremos es para toda la sociedad, si no, no estamos haciendo nada. Sin embargo, muchas feministas tenemos una gran resistencia a los hombres heterosexuales y cisgénero que quieren hacer parte del movimiento y empiezan a nombrarse feministas o aliados en todos los espacios. Parece contradictorio, ¡si justamente lo que queremos es eso, que el feminismo también sea aspiracional para los hombres y eso solo lo vamos a lograr con el ejemplo de otros hombres! Todas arrancamos con esa ilusión intacta y luego nos estrellamos con una fea realidad: que muchos, demasiados hombres que se dicen aliados solo lo son de dientes para afuera, e incluso usan el discurso feminista para ocupar espacios, robar ideas, acosar y violentar mujeres. La capacidad de los machos para vaciar de significado las frases del feminismo no debe ser subestimada. Ha pasado tantas veces que, en este punto, es una bandera roja que un hombre se nombre feminista o aliado.
En 2021 publiqué un ensayo en Volcánicas titulado “Menos aliados, más traidores del patriarcado”, elaborando y profundizando el significado de la frase: ser aliado viene con aplausos y ventajas; es fácil porque puede ser apenas un gesto performativo y, por eso, también es muy tentador. Difícil, en cambio, es romper el pacto del patriarcado, cambiar comportamientos, traicionar a otros hombres, perder privilegios. Hasta ahí le llegan a la mayoría las buenas intenciones. El chiste se cuenta solo, pues resulta que un grupo de hombres hetero-cis en el Concejo de Bogotá tomó esta frase para hacerse la hoy infame camiseta de la “bancada de traidores del patriarcado”. La bancada fue muy eficiente para posar en la foto, pero muy ineficaz para garantizar los derechos de las mujeres y las disidencias. Y quizás era cuestión de tiempo que salieran a la luz denuncias por conductas machistas contra alguno o varios de ellos, confirmando el patrón de que cuando los hombres se ponen la camiseta del feminismo con tantos pitos y flautas, lo hacen para sacar ventaja ellos y no para ayudar a construir un mundo más justo e igualitario.
Por eso, no es que no queramos que los hombres “sean” feministas, lo que no queremos es que se “nombren” feministas en público, pues, debido al entramado de privilegios y desigualdades en que vivimos, esto les representa un mundo de ventajas que son muy apetecibles (y especialmente en el campo de la política) y de las que a veces no pueden desmarcarse, y eso les permite instrumentalizar el discurso, sin tener que hacer el trabajo real de deconstrucción que le corresponde a todos. Por eso pienso que si un hombre quiere ser verdaderamente feminista, estará dispuesto a renunciar al epíteto y, al hacerlo, intentar renunciar a esos beneficios para concentrarse en hacerse útil en la lucha para avanzar nuestros derechos, quizás con tareas que no atraen aplausos ni reflectores, como los trabajos domésticos y de cuidado, o el ejercicio de llamar a cuentas a otros hombres por sus comportamientos machistas (en escenarios públicos, pero especialmente en espacios privados) a riesgo de perder esas amistades y alianzas. Como en nuestra sociedad a los hombres les aplauden todo, la idea de hacer un trabajo tan duro y difícil como luchar contra el patriarcado, sin reconocimiento, les hace a muchos corto circuito. En cambio nosotras, que hemos hecho trabajos anónimos en todas las revoluciones sociales lideradas por los hombres, estamos cansadas, ¡hartas!, de verlos llenarse la boca con nuestras consignas para luego decepcionarnos.