Parece que el 2019 será el año en que por fin en Colombia las mujeres hablemos públicamente del problema del acoso callejero. Gracias a las redes sociales han nacido cuentas y redes de mujeres, como No me calle, también es mi calle, para visibilizar el problema y la discusión está empezando a llegar a la opinión pública. Muchas personas tienen la sensación de que el acoso callejero va en aumento pero en realidad es el mismo acoso de siempre, la única diferencia es que las nuevas generaciones de feministas urbanas en Latinoamérica tienen una marcada preocupación por lo que significa habitar los espacios públicos o de discusión pública, online y offline: contar en redes las experiencias de acoso en la calle permite un coro de testimonios que prueba que hay un problema estructural.
Cuando esta conversación se dio en Ciudad de México, en 2016, hubo dos reacciones problemáticas para afrontar el problema. La primera fue acusar a las jóvenes feministas que estaban denunciando de ser una especie de nuevo puritanismo, anticoqueteo, antisexo, con mujeres que prefieren victimizarse a decir que no. Pero la realidad es que las mujeres decimos que no siempre que podemos, el problema aquí está en todas esas veces en que nos acosan, en la calle, la oficina o la casa, y no podemos hacer nada porque sentimos que nuestra integridad física, emocional, o nuestra situación profesional o familiar, se van a ver afectadas.
Nadie está en contra de la coquetería, pero los hombres que se paran en una esquina a gritarles a las mujeres cosas que van desde “¡qué tetas!” hasta “eres un angelito caído del cielo” no lo hacen porque estén “buscando el amor”, lo hacen porque le están diciendo al mundo que ellos son muy machos y controlan el territorio de esa esquina y por eso le van a decir cosas a cualquier mujer que pase. Y cuando caminamos por la calle las mujeres en Colombia no solo tenemos que lidiar con la delincuencia común, también con el acoso, el miedo a la violación que con razón nos enseñan desde que somos niñas, y todo esto hace que nuestra experiencia de habitar el espacio público sea sumamente hostil, a tal punto que la gran mayoría de las mujeres que pueden evitar caminar por la calle lo evitan. También es clave entender que las relaciones de poder son dinámicas. Por ejemplo, un grupo de obreros en una construcción le gritan a una mujer que camina por la calle, aquí ellos, que son hombres y están en grupo, tienen más poder; pero si luego esa mujer resulta ser una ingeniera, su jefa, la relación de poder cambia.
La segunda reacción tiene que ver con crear medidas penales para castigar el acoso callejero. Esta es una medida que a primera vista parece buena idea, en parte porque estamos acostumbradas a resolver todo por la vía penal, pero esa nunca ha sido la mejor respuesta a la violencia de género. Cuando nos acosan entramos en un “juego del lenguaje” en el que el acosador se trata de comunicar con un objeto de deseo que existe en función suya, y esto lo puede hacer con comentarios, gestos o miradas, y dependiendo del contexto puede ser algo muy brusco o muy sutil que será difícil de medir y probar desde la lógica de la evidencia en un proceso penal. ¿Irán los hombres a la cárcel por una mirada? Es poco probable: ni siquiera los condenan por feminicidio. Nuestra justicia es patriarcal. Pero si llegasen a ir, digamos, un día a la UPJ por acosadores, ¿esto cambiará a futuro su comportamiento? ¿O se sofisticarán las formas de acoso para resistirse a la evidencia penal? El problema de base: la necesidad de los hombres de “probar su masculinidad” sometiendo otros cuerpos y el poco poder que tenemos las mujeres en el espacio público no se resuelven por la vía punitiva.
Pero como lo que queremos en un cambio social, político y cultural, estos debates sí sirven. Y por eso el trabajo de visibilización que hacen las feministas más jóvenes en las ciudades constituye la primera y más eficaz medida para prevenir el acoso callejero desde la sanción social: la conversación.
También le puede interesar: "La Copa América que Colombia ganó en medio de la guerra"
Parece que el 2019 será el año en que por fin en Colombia las mujeres hablemos públicamente del problema del acoso callejero. Gracias a las redes sociales han nacido cuentas y redes de mujeres, como No me calle, también es mi calle, para visibilizar el problema y la discusión está empezando a llegar a la opinión pública. Muchas personas tienen la sensación de que el acoso callejero va en aumento pero en realidad es el mismo acoso de siempre, la única diferencia es que las nuevas generaciones de feministas urbanas en Latinoamérica tienen una marcada preocupación por lo que significa habitar los espacios públicos o de discusión pública, online y offline: contar en redes las experiencias de acoso en la calle permite un coro de testimonios que prueba que hay un problema estructural.
Cuando esta conversación se dio en Ciudad de México, en 2016, hubo dos reacciones problemáticas para afrontar el problema. La primera fue acusar a las jóvenes feministas que estaban denunciando de ser una especie de nuevo puritanismo, anticoqueteo, antisexo, con mujeres que prefieren victimizarse a decir que no. Pero la realidad es que las mujeres decimos que no siempre que podemos, el problema aquí está en todas esas veces en que nos acosan, en la calle, la oficina o la casa, y no podemos hacer nada porque sentimos que nuestra integridad física, emocional, o nuestra situación profesional o familiar, se van a ver afectadas.
Nadie está en contra de la coquetería, pero los hombres que se paran en una esquina a gritarles a las mujeres cosas que van desde “¡qué tetas!” hasta “eres un angelito caído del cielo” no lo hacen porque estén “buscando el amor”, lo hacen porque le están diciendo al mundo que ellos son muy machos y controlan el territorio de esa esquina y por eso le van a decir cosas a cualquier mujer que pase. Y cuando caminamos por la calle las mujeres en Colombia no solo tenemos que lidiar con la delincuencia común, también con el acoso, el miedo a la violación que con razón nos enseñan desde que somos niñas, y todo esto hace que nuestra experiencia de habitar el espacio público sea sumamente hostil, a tal punto que la gran mayoría de las mujeres que pueden evitar caminar por la calle lo evitan. También es clave entender que las relaciones de poder son dinámicas. Por ejemplo, un grupo de obreros en una construcción le gritan a una mujer que camina por la calle, aquí ellos, que son hombres y están en grupo, tienen más poder; pero si luego esa mujer resulta ser una ingeniera, su jefa, la relación de poder cambia.
La segunda reacción tiene que ver con crear medidas penales para castigar el acoso callejero. Esta es una medida que a primera vista parece buena idea, en parte porque estamos acostumbradas a resolver todo por la vía penal, pero esa nunca ha sido la mejor respuesta a la violencia de género. Cuando nos acosan entramos en un “juego del lenguaje” en el que el acosador se trata de comunicar con un objeto de deseo que existe en función suya, y esto lo puede hacer con comentarios, gestos o miradas, y dependiendo del contexto puede ser algo muy brusco o muy sutil que será difícil de medir y probar desde la lógica de la evidencia en un proceso penal. ¿Irán los hombres a la cárcel por una mirada? Es poco probable: ni siquiera los condenan por feminicidio. Nuestra justicia es patriarcal. Pero si llegasen a ir, digamos, un día a la UPJ por acosadores, ¿esto cambiará a futuro su comportamiento? ¿O se sofisticarán las formas de acoso para resistirse a la evidencia penal? El problema de base: la necesidad de los hombres de “probar su masculinidad” sometiendo otros cuerpos y el poco poder que tenemos las mujeres en el espacio público no se resuelven por la vía punitiva.
Pero como lo que queremos en un cambio social, político y cultural, estos debates sí sirven. Y por eso el trabajo de visibilización que hacen las feministas más jóvenes en las ciudades constituye la primera y más eficaz medida para prevenir el acoso callejero desde la sanción social: la conversación.
También le puede interesar: "La Copa América que Colombia ganó en medio de la guerra"