Hernán Giraldo, el mayor agresor sexual del paramilitarismo, acaba de regresar al país después de cumplir 12 años de cárcel en Estados Unidos por narcotráfico. Tiene al menos una condena vigente en Colombia, pero también es posible que salga pronto en libertad, pues el tiempo que estuvo recluido supera los ocho años establecidos como pena máxima para los desmovilizados de las Auc, según la Ley de Justicia y Paz.
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Hernán Giraldo, el mayor agresor sexual del paramilitarismo, acaba de regresar al país después de cumplir 12 años de cárcel en Estados Unidos por narcotráfico. Tiene al menos una condena vigente en Colombia, pero también es posible que salga pronto en libertad, pues el tiempo que estuvo recluido supera los ocho años establecidos como pena máxima para los desmovilizados de las Auc, según la Ley de Justicia y Paz.
Giraldo tuvo muchos alias, pero su favorito era el Taladro, porque hacía referencia a su proyecto de violar de forma sistemática a niñas menores de 14 años en el departamento del Magdalena, para embarazarlas y hacerse con un ejército de hijos e hijas que también serían cabecillas paramilitares. Fue el líder del Bloque Resistencia Tayrona de las Auc por al menos 20 años. En ese lapso de tiempo, según la investigadora y defensora de derechos humanos Nora Vera, abusó de alrededor de 200 niñas, en su mayoría “vírgenes”, pues Giraldo decía que “acostarse con (ellas) reforzaba su masculinidad”. Buscaba víctimas blancas o rubias, voluptuosas y de caderas anchas, de familias muy pobres que no podían interponer una denuncia ni resistirse a sus exigencias porque equivalía a la muerte.
Su objetivo, en palabras de Vera, era “tener una estructura intergeneracional de poder que le garantizara su linaje, su control del territorio a través de hijos consanguíneos”. Y lo logró. Giraldo tuvo más de 50 hijos e hijas, aunque sólo ha reconocido 35 crímenes sexuales. Esos descendientes son los líderes de las estructuras neoparamilitares en la región; por ejemplo, Amparo Giraldo, su primogénita, es la actual comandante de los Pachencas. Según Vera, más de 30 de sus hijos e hijas siguen delinquiendo y controlan la extorsión, el narcotráfico, las redes de microtráfico y otros negocios como el “gota a gota”. Aunque estaba en la cárcel, Giraldo mantuvo el dominio del territorio a través de sus herederos y, si sale en libertad, en opinión de Vera, “tiene la fuerza ideológica” para articular a todos los grupos ilegales de esa región.
La estrategia de Giraldo no es nueva, es una legendaria práctica de guerra que se ha llegado a conocer como derecho de pernada o ius primae noctis. Se cree que viene de una “costumbre” germánica llamada Beilager que se justificaba porque supuestamente había “propiedades mágicas en la sangre del desfloramiento”, y también tenía por objeto el control del territorio. Ese dominio se logra no porque los hijos e hijas, por sus genes, vayan a seguir irremediablemente al padre, sino porque se destruyen las vidas de las mujeres y niñas y con ellas el tejido social de una comunidad, logrando doblegar a todos los habitantes de un territorio ante una de las versiones más violentas de la ley del patriarcado. Esto solo se entiende cuando se piensa la guerra desde una perspectiva de género, por eso fue tan revolucionario que nuestro Acuerdo de Paz reconociera la violencia en medio del conflicto armado como un crimen de lesa humanidad.
A primera vista, parece que lo de Giraldo fuera una práctica bárbara y anacrónica, pero tiene versiones más sofisticadas que son más comunes de lo aparente. Por ejemplo, la socióloga feminista Dora Barrancos ha dicho que el ambiente que se vive en el gremio del espectáculo, en el que las mujeres jóvenes deben pagarles a algunos hombres influyentes “una especie de peaje” consistente en soportar abuso o acoso sexual para poder avanzar en sus carreras, no es más que una forma elegante del derecho de pernada. “Los machos han creado la idea de que los cuerpos femeninos existen para ellos, que son de su patrimonio”, dice Barrancos.
El regreso de Hernán Giraldo significa miedo. Y también nos urge a tener una conversación sobre cómo la violencia contra las mujeres es, a fin de cuentas, una estrategia para mantener estructuras verticales y patriarcales de poder, que nacen en la guerra pero perduran en la vida cotidiana.