Acaban de cerrar el Museo del Caribe en Barranquilla por falta de plata para su mantenimiento. Un museo que es el primero en su naturaleza en Colombia porque su objetivo es, o era, explicar la región desde todos los ángulos posibles, desde la antropología y la comida hasta el arte. Hace año y medio, el teatro Amira de la Rosa, emblema de la ciudad, bien de interés cultural de la nación y uno de los mejores escenarios del país, tuvo que cerrar sus puertas porque está a punto de caerse y tampoco hay plata para repararlo. El teatro lleva sufriendo de décadas sin mantenimiento, amparadas en la excusa de que el teatro no daba plata ni se llenaba de gente. Se supone que el teatro no lo arreglan porque no se sabe quién es el doliente: la Sociedad de Mejoras Públicas de Barranquilla no le entrega el teatro al Banco de la República y el banco no le invierte porque el teatro no es suyo. Ambas entidades dicen que llegarán a un acuerdo para rescatarlo, pero los días y los meses pasan y nadie hace nada. Mientras tanto, el teatro, que ha servido de inspiración y hogar para tantos y tantas artistas barranquilleros, se derrumba frente a nuestros ojos. También están caídos el Museo Romántico, que guardaba la historia de la ciudad, y ni más ni menos que las instalaciones de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico. En resumen, la capital del Caribe colombiano ya no tiene infraestructura para la cultura.
La explicación más inmediata es que no hay plata, pero esto resulta contraintuitivo en una ciudad que crece constantemente en desbandadas de altos edificios. Hay nuevas calles, centros comerciales que se riegan por las cuadras como si fueran maleza. Por eso una precisión es necesaria: plata sí hay, y por montones, en la infraestructura privada, pero no en la cultural. Las tres administraciones Char (vamos a contar la Alcaldía de Elsa Noguera como una de continuidad con esta casa feudal) han fomentado el crecimiento urbano de la ciudad y han pulverizado los espacios culturales. Quizá la realidad sería otra si el alcalde tuviera un grupo de teatro, pero para nuestra desgracia tiene una cementera.
Las prioridades de los Char no son un misterio. El verdadero misterio es otro: ¿qué ha pasado con el dinero que en los últimos años ha recibido la ciudad para la cultura? El Museo del Caribe hacía parte de un proyecto importante para toda la región: el Parque Cultural del Caribe. Según Jorge Mariano Rodríguez en Zona Cero, el aporte del Distrito de Barranquilla, a propósito del Parque, “supera los $12.173 millones”. Rodríguez explica que el distrito “no solo dispuso recursos de manera oportuna y eficaz para la construcción [del Parque], sino que, además, en el período 2012-2013 aportó $5.547'149.893 para desarrollar programas con las Casas Distritales de Cultura y Escuelas Distritales de Artes”. Además, hubo “$1.800 millones adicionales aportados para la construcción de la denominada Plaza Mario Santo Domingo y la Gobernación aportó $4.022 millones en el período 2008-2009”. Y como si fuera poco, “a través del Fondo Nacional de Regalías se han canalizado recursos por $7.669 millones” en el año 2016. Un grupo de más de 600 artistas y gestores culturales se han unido en la organización ciudadana Indignados por Barranquilla y exigen al Ministerio de Cultura acompañamiento, planes de capacitación y sobre todo transparencia y rendición de cuentas, porque los y las barranquilleras queremos saber cómo ha sido la ejecución del Presupuesto General de la Nación invertido en Barranquilla en la última década. Si bien muchas de estas entidades se manejan de manera privada, es evidente que su subsistencia depende en gran parte de recursos públicos.
Sin la cultura, Barranquilla es una ciudad ordinaria y hasta fea para algunos. Es esa creatividad que sale por todas sus rendijas, alimentada por el Carnaval, lo que ha permitido que la ciudad se convirtiera en una arteria cultural para Colombia. Pero las últimas administraciones la han sumido en una lógica neoliberal chambona en donde lo que no se puede vender no vale, y donde la prioridad es lapidarnos en cemento. Lo que comenzó como un problema local, es de interés nacional. No olvidemos que muchos de esos hitos culturales en los que hemos fundado “la colombianidad” se forjaron en esquinas barranquilleras.
Acaban de cerrar el Museo del Caribe en Barranquilla por falta de plata para su mantenimiento. Un museo que es el primero en su naturaleza en Colombia porque su objetivo es, o era, explicar la región desde todos los ángulos posibles, desde la antropología y la comida hasta el arte. Hace año y medio, el teatro Amira de la Rosa, emblema de la ciudad, bien de interés cultural de la nación y uno de los mejores escenarios del país, tuvo que cerrar sus puertas porque está a punto de caerse y tampoco hay plata para repararlo. El teatro lleva sufriendo de décadas sin mantenimiento, amparadas en la excusa de que el teatro no daba plata ni se llenaba de gente. Se supone que el teatro no lo arreglan porque no se sabe quién es el doliente: la Sociedad de Mejoras Públicas de Barranquilla no le entrega el teatro al Banco de la República y el banco no le invierte porque el teatro no es suyo. Ambas entidades dicen que llegarán a un acuerdo para rescatarlo, pero los días y los meses pasan y nadie hace nada. Mientras tanto, el teatro, que ha servido de inspiración y hogar para tantos y tantas artistas barranquilleros, se derrumba frente a nuestros ojos. También están caídos el Museo Romántico, que guardaba la historia de la ciudad, y ni más ni menos que las instalaciones de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico. En resumen, la capital del Caribe colombiano ya no tiene infraestructura para la cultura.
La explicación más inmediata es que no hay plata, pero esto resulta contraintuitivo en una ciudad que crece constantemente en desbandadas de altos edificios. Hay nuevas calles, centros comerciales que se riegan por las cuadras como si fueran maleza. Por eso una precisión es necesaria: plata sí hay, y por montones, en la infraestructura privada, pero no en la cultural. Las tres administraciones Char (vamos a contar la Alcaldía de Elsa Noguera como una de continuidad con esta casa feudal) han fomentado el crecimiento urbano de la ciudad y han pulverizado los espacios culturales. Quizá la realidad sería otra si el alcalde tuviera un grupo de teatro, pero para nuestra desgracia tiene una cementera.
Las prioridades de los Char no son un misterio. El verdadero misterio es otro: ¿qué ha pasado con el dinero que en los últimos años ha recibido la ciudad para la cultura? El Museo del Caribe hacía parte de un proyecto importante para toda la región: el Parque Cultural del Caribe. Según Jorge Mariano Rodríguez en Zona Cero, el aporte del Distrito de Barranquilla, a propósito del Parque, “supera los $12.173 millones”. Rodríguez explica que el distrito “no solo dispuso recursos de manera oportuna y eficaz para la construcción [del Parque], sino que, además, en el período 2012-2013 aportó $5.547'149.893 para desarrollar programas con las Casas Distritales de Cultura y Escuelas Distritales de Artes”. Además, hubo “$1.800 millones adicionales aportados para la construcción de la denominada Plaza Mario Santo Domingo y la Gobernación aportó $4.022 millones en el período 2008-2009”. Y como si fuera poco, “a través del Fondo Nacional de Regalías se han canalizado recursos por $7.669 millones” en el año 2016. Un grupo de más de 600 artistas y gestores culturales se han unido en la organización ciudadana Indignados por Barranquilla y exigen al Ministerio de Cultura acompañamiento, planes de capacitación y sobre todo transparencia y rendición de cuentas, porque los y las barranquilleras queremos saber cómo ha sido la ejecución del Presupuesto General de la Nación invertido en Barranquilla en la última década. Si bien muchas de estas entidades se manejan de manera privada, es evidente que su subsistencia depende en gran parte de recursos públicos.
Sin la cultura, Barranquilla es una ciudad ordinaria y hasta fea para algunos. Es esa creatividad que sale por todas sus rendijas, alimentada por el Carnaval, lo que ha permitido que la ciudad se convirtiera en una arteria cultural para Colombia. Pero las últimas administraciones la han sumido en una lógica neoliberal chambona en donde lo que no se puede vender no vale, y donde la prioridad es lapidarnos en cemento. Lo que comenzó como un problema local, es de interés nacional. No olvidemos que muchos de esos hitos culturales en los que hemos fundado “la colombianidad” se forjaron en esquinas barranquilleras.