El 2 de junio México tendrá una jornada electoral que definirá alcaldías y Presidencia, y que definirá la continuidad o no del proyecto obradorista en el próximo sexenio, pero la sensación general es que no habrá grandes sorpresas. Para la Presidencia hay tres candidaturas. La más importante es la de Claudia Sheinbaum, ungida por López Obrador por ser la más fiel de todos los aspirantes al interior del partido. Sheinbaum es una mujer capaz e inteligente que fue jefa de Gobierno (el equivalente a alcaldesa) de la CDMX. Su imagen se deterioró rápidamente al llegar al cargo pues arrancó reprimiendo las marchas feministas, no atendió los problemas de gentrificación y desplazamiento en la ciudad, tampoco respondió con suficiencia a la tragedia que fue la caída de la línea 12 del metro en 2021, y tuvo gran cercanía con feministas transexcluyentes. Una de las mayores críticas que le hacen es por “no tener personalidad”, es decir, porque le falta carisma (cierto) y porque no tiene independencia del proyecto de AMLO. Este es, paradójicamente, el menor de sus males, porque independientemente de que a uno le guste o no el proyecto de López Obrador, al menos es un proyecto de partido más grande que ella, y en la última década en toda América nos ha ido muy mal eligiendo presidentes a partir de sus grandes personalidades. Lo malo, claro, es que le dará continuidad a un Gobierno que militarizó el país, devastó ecosistemas con la construcción del Tren Maya, continuó la guerra contra el narco, recrudeció la crisis migratoria, no hizo nada para disminuir la tasa de feminicidios y, en general, no hizo nada que realmente pudiera catalogarse como “de izquierda”. Si Sheinbaum gana, que es lo más probable, tendrá un periodo difícil, pues la gente no le perdonará todo, como sí pasa con su jefe, y tiene que resolver problemas heredados con menos presupuesto.
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El 2 de junio México tendrá una jornada electoral que definirá alcaldías y Presidencia, y que definirá la continuidad o no del proyecto obradorista en el próximo sexenio, pero la sensación general es que no habrá grandes sorpresas. Para la Presidencia hay tres candidaturas. La más importante es la de Claudia Sheinbaum, ungida por López Obrador por ser la más fiel de todos los aspirantes al interior del partido. Sheinbaum es una mujer capaz e inteligente que fue jefa de Gobierno (el equivalente a alcaldesa) de la CDMX. Su imagen se deterioró rápidamente al llegar al cargo pues arrancó reprimiendo las marchas feministas, no atendió los problemas de gentrificación y desplazamiento en la ciudad, tampoco respondió con suficiencia a la tragedia que fue la caída de la línea 12 del metro en 2021, y tuvo gran cercanía con feministas transexcluyentes. Una de las mayores críticas que le hacen es por “no tener personalidad”, es decir, porque le falta carisma (cierto) y porque no tiene independencia del proyecto de AMLO. Este es, paradójicamente, el menor de sus males, porque independientemente de que a uno le guste o no el proyecto de López Obrador, al menos es un proyecto de partido más grande que ella, y en la última década en toda América nos ha ido muy mal eligiendo presidentes a partir de sus grandes personalidades. Lo malo, claro, es que le dará continuidad a un Gobierno que militarizó el país, devastó ecosistemas con la construcción del Tren Maya, continuó la guerra contra el narco, recrudeció la crisis migratoria, no hizo nada para disminuir la tasa de feminicidios y, en general, no hizo nada que realmente pudiera catalogarse como “de izquierda”. Si Sheinbaum gana, que es lo más probable, tendrá un periodo difícil, pues la gente no le perdonará todo, como sí pasa con su jefe, y tiene que resolver problemas heredados con menos presupuesto.
La alta probabilidad de la victoria de Sheinbaum no es solo por el poder de López Obrador. También es porque la oposición no tuvo con qué hacer un caldo. La candidata del Prian (la coalición entre el PRI y el PAN), Xótchil Gálvez, llegó ahí también gracias a AMLO, quien empezó a antagonizarla en la mañanera y así le dio visibilidad. Pero Gálvez no tiene la astucia ni el poder político para contender a Morena, carga con todos los escándalos de corrupción de sus partidos, y aunque hace un año decía que estaba a favor del derecho al aborto y la legalización de la marihuana, ha tenido que ceñirse estrictamente a las agendas (ella viene del PAN, que es el partido conservador y es anti-aborto y anti-derechos de la población LGBT) y ahora hasta la vemos reclamándole a su contrincante por no creer en la Virgencita de Guadalupe.
Finalmente está Jorge Álvarez Máynez, el candidato del partido Movimiento Ciudadano, con muy pocas posibilidades reales, pero con una muy buena campaña de redes sociales. Como no tiene oportunidades de ganar puede darse el lujo de hacer todo tipo de promesas de línea progresista, dice todo lo que les jóvenes y hasta las feministas queremos oír, pues el partido claramente tiene a alguien haciendo social listening en redes. El problema es que la estrategia de su partido ha sido sumar a todo tipo de influencers, de posturas políticas variopintas sin más en común que una buena presencia en redes. Acogieron a defensoras de derechos humanos, a alcaldesas delirantes y autoritarias, a una Barbie neoliberal que probablemente quedará de alcaldesa en Monterrey. Máynez repite buzzwords en los debates como si fuera una muñeca de cuerda, pero no se ha tomado el trabajo de explicar cómo es que los va a cumplir.
Aunque este ha sido uno de los procesos electorales más violentos de la historia de México, con al menos 28 candidates asesinades en todo el país en el marco del proceso electoral, no se esperan sorpresas el 2 de junio; quizás solo hay entusiasmo por que acabe la sensación de hastío, después de casi un año de campañas presidenciales con mínimas propuestas y pocas novedades.