La semana pasada La Silla Vacía publicó una entrevista a Florence Thomas titulada “Ningún hombre puede ser feminista, pero sí solidario”.
Thomas lo menciona en una pregunta sobre si hay un divorcio entre las leyes y la cultura frente a los derechos de las mujeres, hablando sobre la voluntad política necesaria para que estos derechos se hagan efectivos y sobre la falta de sensibilidad de género en las y los políticos. El título, provocador, seguro ganó muchos clics; un acierto, sin duda, porque a Thomas siempre conviene leerla. Pero la entrevista apenas toca el tema de pasada. Aún así, la pregunta de si los hombres pueden ser feministas es muy interesante.
En este caso particular difiero con Thomas. Yo pienso que los hombres sí pueden ser feministas. Pero antes de que empiecen a regodearse con la idea de que somos dos feministas “enfrentadas”, es importante entender que los feminismos no son un movimiento unificado. Esto, lejos de ser un problema, es una ventaja, los permanentes disensos entre los feminismos los mantienen vivos y emocionantes, no tener que estar obligada a una postura es de las cosas más bonitas de ser feminista. En vez de ser una lista de mandamientos, los feminismos son una permanente conversación.
El feminismo se puede entender como un movimiento para, por y sobre las mujeres, para mejorar las condiciones de vida de todas; un movimiento por la equidad de género en lo social, lo político y lo económico. Desde este punto de vista los hombres pueden tener el rol de aliados o solidarios. También se puede entender el feminismo como un movimiento para combatir la opresión institucional, estructural y sistémica que afecta de manera desproporcionada a los grupos de la sociedad por fuera del modelo patriarcal y especialmente a quienes se identifican como mujeres. En este caso, cualquier persona, incluso un hombre cisgénero, puede ser feminista siempre y cuando esté dispuesta a desmantelar activamente estas discriminaciones y desigualdades en todos los aspectos de su vida.
Aunque el patriarcado afecta a todo el mundo, los hombres cisgénero (hombres con genitales masculinos que se ven y se identifican como hombres) son los mayores beneficiados. Quizá no todos los hombres son machistas, pero todos se benefician del privilegio masculino. Por ejemplo, solo por verse como un hombre una persona estará más segura en el espacio público. Esto es un privilegio irrenunciable. La crítica feminista no es “contra los hombres”, es contra la misoginia, el machismo y las desigualdades del patriarcado (que muchas veces se encarnan en los hombres). Esto quiere decir que cualquier hombre cis que se acerque genuinamente al feminismo tiene que comenzar por examinarse a sí mismo. Y sí, va a ser muy incómodo darse cuenta de todos esos injustos privilegios de los que se ha gozado toda la vida. Si un hombre cis no se incomoda profundamente con el feminismo es porque no está entendiendo de qué se trata. Cualquier hombre sensible, inteligente y comprometido con la equidad de género usará su privilegio para acabar con esas desigualdades, para abrirles espacios a las mujeres y escucharlas con la humildad necesaria, para decirles a sus pares que dejen de agredir o discriminar. Esto es un trabajo difícil, de todos los días y nadie les va a dar una estrellita por dejar de ser machistas, ya que es lo mínimo, apenas lo justo para que haya equidad en nuestra sociedad.
Una razón por la que muchas feministas no aceptan hombres en sus espacios es porque las mujeres necesitamos espacios seguros y nuestros, que nos han sido negados históricamente y porque con frecuencia lo progresista no quita lo macho (y los machiprogres tienen la costumbre de buscar un protagonismo innecesario e inmerecido en estos espacios). Lo importante aquí es que los hombres no pueden autodenominarse feministas, ese título se lo tienen que ganar a punta de desaprender y criticar su machismo a diario. Al final, si un hombre está verdaderamente comprometido con la equidad de género, poco le importará el asunto nominal y hará lo que le corresponde sin esperar reconocimientos especiales. Y lo más importante: ningún hombre puede ser feminista si no reconoce y cuestiona públicamente todos sus privilegios.
La semana pasada La Silla Vacía publicó una entrevista a Florence Thomas titulada “Ningún hombre puede ser feminista, pero sí solidario”.
Thomas lo menciona en una pregunta sobre si hay un divorcio entre las leyes y la cultura frente a los derechos de las mujeres, hablando sobre la voluntad política necesaria para que estos derechos se hagan efectivos y sobre la falta de sensibilidad de género en las y los políticos. El título, provocador, seguro ganó muchos clics; un acierto, sin duda, porque a Thomas siempre conviene leerla. Pero la entrevista apenas toca el tema de pasada. Aún así, la pregunta de si los hombres pueden ser feministas es muy interesante.
En este caso particular difiero con Thomas. Yo pienso que los hombres sí pueden ser feministas. Pero antes de que empiecen a regodearse con la idea de que somos dos feministas “enfrentadas”, es importante entender que los feminismos no son un movimiento unificado. Esto, lejos de ser un problema, es una ventaja, los permanentes disensos entre los feminismos los mantienen vivos y emocionantes, no tener que estar obligada a una postura es de las cosas más bonitas de ser feminista. En vez de ser una lista de mandamientos, los feminismos son una permanente conversación.
El feminismo se puede entender como un movimiento para, por y sobre las mujeres, para mejorar las condiciones de vida de todas; un movimiento por la equidad de género en lo social, lo político y lo económico. Desde este punto de vista los hombres pueden tener el rol de aliados o solidarios. También se puede entender el feminismo como un movimiento para combatir la opresión institucional, estructural y sistémica que afecta de manera desproporcionada a los grupos de la sociedad por fuera del modelo patriarcal y especialmente a quienes se identifican como mujeres. En este caso, cualquier persona, incluso un hombre cisgénero, puede ser feminista siempre y cuando esté dispuesta a desmantelar activamente estas discriminaciones y desigualdades en todos los aspectos de su vida.
Aunque el patriarcado afecta a todo el mundo, los hombres cisgénero (hombres con genitales masculinos que se ven y se identifican como hombres) son los mayores beneficiados. Quizá no todos los hombres son machistas, pero todos se benefician del privilegio masculino. Por ejemplo, solo por verse como un hombre una persona estará más segura en el espacio público. Esto es un privilegio irrenunciable. La crítica feminista no es “contra los hombres”, es contra la misoginia, el machismo y las desigualdades del patriarcado (que muchas veces se encarnan en los hombres). Esto quiere decir que cualquier hombre cis que se acerque genuinamente al feminismo tiene que comenzar por examinarse a sí mismo. Y sí, va a ser muy incómodo darse cuenta de todos esos injustos privilegios de los que se ha gozado toda la vida. Si un hombre cis no se incomoda profundamente con el feminismo es porque no está entendiendo de qué se trata. Cualquier hombre sensible, inteligente y comprometido con la equidad de género usará su privilegio para acabar con esas desigualdades, para abrirles espacios a las mujeres y escucharlas con la humildad necesaria, para decirles a sus pares que dejen de agredir o discriminar. Esto es un trabajo difícil, de todos los días y nadie les va a dar una estrellita por dejar de ser machistas, ya que es lo mínimo, apenas lo justo para que haya equidad en nuestra sociedad.
Una razón por la que muchas feministas no aceptan hombres en sus espacios es porque las mujeres necesitamos espacios seguros y nuestros, que nos han sido negados históricamente y porque con frecuencia lo progresista no quita lo macho (y los machiprogres tienen la costumbre de buscar un protagonismo innecesario e inmerecido en estos espacios). Lo importante aquí es que los hombres no pueden autodenominarse feministas, ese título se lo tienen que ganar a punta de desaprender y criticar su machismo a diario. Al final, si un hombre está verdaderamente comprometido con la equidad de género, poco le importará el asunto nominal y hará lo que le corresponde sin esperar reconocimientos especiales. Y lo más importante: ningún hombre puede ser feminista si no reconoce y cuestiona públicamente todos sus privilegios.