Este noviembre llegamos a la escalofriante cifra de 745 feminicidios en lo que va del 2024, la más alta de la historia de Colombia. Esto ocurre en parte porque cada vez hay más denuncias y han mejorado las capacidades para el registro. Estamos documentando y entendiendo mejor la violencia contra las mujeres, que siempre se ha dado en proporciones alarmantes. Si llegamos a esta cifra es porque hemos logrado visibilizar el problema: cada vez más personas entienden qué es un feminicidio y lo condenan, pero la misma cifra nos muestra que eso no basta para salvar las vidas de las mujeres.
¿Qué hacer entonces con los feminicidios? La policía no tiene perspectiva de género, suele creerles a los agresores y, de hecho, muchos de ellos hacen parte del cuerpo policial. Las órdenes de alejamiento, si acaso las expiden, no han impedido que esos hombres violentos busquen a sus exparejas para matarlas. Las líneas púrpura sirven para dar información, pero no detienen la violencia. Las casas refugio para víctimas de violencia doméstica son un salvavidas temporal, con condiciones difíciles a las que muchas mujeres rehúyen. La vía punitivista no funciona por la altísima impunidad, porque las condenas son para los agresores menos privilegiados (pobres, racializados) y porque no restaura los derechos de las víctimas.
La definición popular es que un feminicidio es “el asesinato de una mujer simplemente por ser mujer”, pero esa no es una explicación muy precisa. No es “porque seamos mujeres”: es porque en esta sociedad las mujeres no tenemos todos los derechos, porque nos ven como cosas, propiedades o medios para un fin. Porque, para explotar nuestros cuerpos y nuestro trabajo, es necesario mantenernos en un nivel de subordinación, y para eso es que sirve la violencia.
Todos los seres humanos tenemos la capacidad de ser violentos. Podemos elegir no serlo por un sinnúmero de razones (la ley, la ética, la moral, la solidaridad, la empatía), y algunas personas en algunas circunstancias solo se contienen por temor a las consecuencias. Entonces, si las mujeres también podemos ser violentas, ¿por qué la abrumadora mayoría de los agresores son hombres? Porque pueden. Porque vivimos en un sistema desigual en donde la ética y la moral patriarcales justifican la violencia, la ley no la registra y por eso no hay consecuencias. Por eso, si queremos erradicar la violencia contra las mujeres tenemos también que acabar con la desigualdad y la subordinación. Esto obviamente no le conviene al sistema ni al capitalismo que se sostiene en nuestras espaldas. Muchas mujeres se quedan en contextos violentos porque, para tener un techo o dinero, dependen de su agresor. Por eso, para prevenir la violencia se necesita que las mujeres tengan autonomía económica, vivienda y derechos como la salud y la educación garantizados.
En parte, el problema está en que nos hemos concentrado en atender las consecuencias de los feminicidios antes que en eliminar las causas. Atender las consecuencias es un poco más fácil y puede llegar a sentirse más urgente: a una mujer golpeada hay que ayudarla enseguida, y no quedarse divagando en cómo ese ojo morado es síntoma de un problema estructural. Pero lo es, y recoger los platos rotos no tiene un factor preventivo. Preguntarnos por las causas de la violencia es largo y complicado pero necesario, porque de esa pregunta salen las mejores estrategias de prevención.
Este noviembre llegamos a la escalofriante cifra de 745 feminicidios en lo que va del 2024, la más alta de la historia de Colombia. Esto ocurre en parte porque cada vez hay más denuncias y han mejorado las capacidades para el registro. Estamos documentando y entendiendo mejor la violencia contra las mujeres, que siempre se ha dado en proporciones alarmantes. Si llegamos a esta cifra es porque hemos logrado visibilizar el problema: cada vez más personas entienden qué es un feminicidio y lo condenan, pero la misma cifra nos muestra que eso no basta para salvar las vidas de las mujeres.
¿Qué hacer entonces con los feminicidios? La policía no tiene perspectiva de género, suele creerles a los agresores y, de hecho, muchos de ellos hacen parte del cuerpo policial. Las órdenes de alejamiento, si acaso las expiden, no han impedido que esos hombres violentos busquen a sus exparejas para matarlas. Las líneas púrpura sirven para dar información, pero no detienen la violencia. Las casas refugio para víctimas de violencia doméstica son un salvavidas temporal, con condiciones difíciles a las que muchas mujeres rehúyen. La vía punitivista no funciona por la altísima impunidad, porque las condenas son para los agresores menos privilegiados (pobres, racializados) y porque no restaura los derechos de las víctimas.
La definición popular es que un feminicidio es “el asesinato de una mujer simplemente por ser mujer”, pero esa no es una explicación muy precisa. No es “porque seamos mujeres”: es porque en esta sociedad las mujeres no tenemos todos los derechos, porque nos ven como cosas, propiedades o medios para un fin. Porque, para explotar nuestros cuerpos y nuestro trabajo, es necesario mantenernos en un nivel de subordinación, y para eso es que sirve la violencia.
Todos los seres humanos tenemos la capacidad de ser violentos. Podemos elegir no serlo por un sinnúmero de razones (la ley, la ética, la moral, la solidaridad, la empatía), y algunas personas en algunas circunstancias solo se contienen por temor a las consecuencias. Entonces, si las mujeres también podemos ser violentas, ¿por qué la abrumadora mayoría de los agresores son hombres? Porque pueden. Porque vivimos en un sistema desigual en donde la ética y la moral patriarcales justifican la violencia, la ley no la registra y por eso no hay consecuencias. Por eso, si queremos erradicar la violencia contra las mujeres tenemos también que acabar con la desigualdad y la subordinación. Esto obviamente no le conviene al sistema ni al capitalismo que se sostiene en nuestras espaldas. Muchas mujeres se quedan en contextos violentos porque, para tener un techo o dinero, dependen de su agresor. Por eso, para prevenir la violencia se necesita que las mujeres tengan autonomía económica, vivienda y derechos como la salud y la educación garantizados.
En parte, el problema está en que nos hemos concentrado en atender las consecuencias de los feminicidios antes que en eliminar las causas. Atender las consecuencias es un poco más fácil y puede llegar a sentirse más urgente: a una mujer golpeada hay que ayudarla enseguida, y no quedarse divagando en cómo ese ojo morado es síntoma de un problema estructural. Pero lo es, y recoger los platos rotos no tiene un factor preventivo. Preguntarnos por las causas de la violencia es largo y complicado pero necesario, porque de esa pregunta salen las mejores estrategias de prevención.