Contra el ‘statu quo’: entre la ideología ‘woke’ y el liberalismo
En mi clase de Medios y opinión pública, asigno el cortometraje Votamos (2021) de Santiago Requejo (advierto spoilers). Aunque algunos críticos lo han asociado más con el tema de salud mental, me interesa su representación de cómo discutimos en comunidad los asuntos de interés público.
El corto inicia con una junta de copropietarios en la que por unanimidad todos votan por el cambio de ascensor. La reunión parece efectiva y rápida. En la despedida, el grupo se entera de que habrá un nuevo inquilino para el apartamento de Alberto; un compañero del dueño que hace parte de un programa de reinserción social. Traducción: el nuevo inquilino hace parte de un programa de personas con problemas de salud mental.
A partir de este momento, lo que había sido una reunión sencilla se convierte en un escenario de acusaciones. Cada uno piensa en cómo le afecta ese nuevo vecino de forma individual, no hay una discusión argumentada, cada quien parece interrumpirse hablando en monólogo y, lo peor, pero usual, salen a relucir todos los prejuicios. En un momento un vecino sugiere pagarle entre todos la renta a Alberto con tal de que no traiga a ese externo peligroso. La propuesta es quedarse sin ascensor con tal de que no llegue “un loco” al edificio. En vista del alboroto, una vecina decide confesar que ella padece esquizofrenia y que eso no le impide ser una vecina “normal”. El corto concluye con una pregunta del presidente de la junta: “¿Votamos?”.
La postelección en Estados Unidos me recordó el corto, pues los analistas de diversos bandos se asemejan a los miembros de esta junta de copropietarios. En este periodo de culpas compartidas, donde todos sentimos que debemos opinar, me ha llamado la atención el debate entre, por un lado, quienes desde la izquierda culpan al “liberalismo” y su discurso moderado y, por otro, quienes desde el centro acusan a los progresistas de haber exagerado con “su agenda woke” en defensa de los derechos de mujeres y otras minorías políticas. En ambos casos, se responsabiliza al otro de apoyar el statu quo, mientras que Trump logró presentar una “verdadera” visión de cambio.
Y sí, Trump les ha ganado a dos mujeres con características similares: mujeres fuertes, privilegiadas, educadas y “del statu quo”. Dos mujeres que fueron criticadas por mujeres (no les pasaban ni la risa), pero sobre todo por una frase que se volvió ya sonsonete: “hacer parte del establecimiento”. Y así, ya que estamos en búsqueda de enemigos internos por parte de los populismos, es cada vez más claro y peligroso que el “statu quo” sea enemigo número uno, pues es precisamente el que permite que los populismos tipo caudillo cojan vuelo.
Como muestra el corto, en tiempos de crisis, lo que comienza como una simple junta de vecinos puede desatar una paranoia colectiva, donde las amenazas parecen venir de todas partes: desde migrantes que supuestamente devoran a los perros y gatos, hasta quienes afirman que cualquier término “social” nunca es bueno. Incluso la izquierda, el centro y los liberales se atacan entre sí, acusándose de ser demasiado moderados o demasiado extremos. Lo cierto es que, tanto en la campaña como hoy, el miedo sigue presente, sobre todo hacia “el otro”: el temor de no comprenderlo, de verlo como una amenaza.
En mi clase de Medios y opinión pública, asigno el cortometraje Votamos (2021) de Santiago Requejo (advierto spoilers). Aunque algunos críticos lo han asociado más con el tema de salud mental, me interesa su representación de cómo discutimos en comunidad los asuntos de interés público.
El corto inicia con una junta de copropietarios en la que por unanimidad todos votan por el cambio de ascensor. La reunión parece efectiva y rápida. En la despedida, el grupo se entera de que habrá un nuevo inquilino para el apartamento de Alberto; un compañero del dueño que hace parte de un programa de reinserción social. Traducción: el nuevo inquilino hace parte de un programa de personas con problemas de salud mental.
A partir de este momento, lo que había sido una reunión sencilla se convierte en un escenario de acusaciones. Cada uno piensa en cómo le afecta ese nuevo vecino de forma individual, no hay una discusión argumentada, cada quien parece interrumpirse hablando en monólogo y, lo peor, pero usual, salen a relucir todos los prejuicios. En un momento un vecino sugiere pagarle entre todos la renta a Alberto con tal de que no traiga a ese externo peligroso. La propuesta es quedarse sin ascensor con tal de que no llegue “un loco” al edificio. En vista del alboroto, una vecina decide confesar que ella padece esquizofrenia y que eso no le impide ser una vecina “normal”. El corto concluye con una pregunta del presidente de la junta: “¿Votamos?”.
La postelección en Estados Unidos me recordó el corto, pues los analistas de diversos bandos se asemejan a los miembros de esta junta de copropietarios. En este periodo de culpas compartidas, donde todos sentimos que debemos opinar, me ha llamado la atención el debate entre, por un lado, quienes desde la izquierda culpan al “liberalismo” y su discurso moderado y, por otro, quienes desde el centro acusan a los progresistas de haber exagerado con “su agenda woke” en defensa de los derechos de mujeres y otras minorías políticas. En ambos casos, se responsabiliza al otro de apoyar el statu quo, mientras que Trump logró presentar una “verdadera” visión de cambio.
Y sí, Trump les ha ganado a dos mujeres con características similares: mujeres fuertes, privilegiadas, educadas y “del statu quo”. Dos mujeres que fueron criticadas por mujeres (no les pasaban ni la risa), pero sobre todo por una frase que se volvió ya sonsonete: “hacer parte del establecimiento”. Y así, ya que estamos en búsqueda de enemigos internos por parte de los populismos, es cada vez más claro y peligroso que el “statu quo” sea enemigo número uno, pues es precisamente el que permite que los populismos tipo caudillo cojan vuelo.
Como muestra el corto, en tiempos de crisis, lo que comienza como una simple junta de vecinos puede desatar una paranoia colectiva, donde las amenazas parecen venir de todas partes: desde migrantes que supuestamente devoran a los perros y gatos, hasta quienes afirman que cualquier término “social” nunca es bueno. Incluso la izquierda, el centro y los liberales se atacan entre sí, acusándose de ser demasiado moderados o demasiado extremos. Lo cierto es que, tanto en la campaña como hoy, el miedo sigue presente, sobre todo hacia “el otro”: el temor de no comprenderlo, de verlo como una amenaza.