Uno de los casos más sonados y recientes de “crimen verdadero” en Estados Unidos es el asesinato de los cuatro estudiantes de la Universidad de Idaho. El caso ha acaparado a los medios de todo el país, e incluso ha trascendido fronteras, por lo brutal, pero, sobre todo, por las especulaciones sobre el asesino. Cuatro estudiantes estaban en su casa cuando entre las 4 y 4:30 a.m. un sujeto enmascarado entró y los acuchilló hasta matarlos.
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Uno de los casos más sonados y recientes de “crimen verdadero” en Estados Unidos es el asesinato de los cuatro estudiantes de la Universidad de Idaho. El caso ha acaparado a los medios de todo el país, e incluso ha trascendido fronteras, por lo brutal, pero, sobre todo, por las especulaciones sobre el asesino. Cuatro estudiantes estaban en su casa cuando entre las 4 y 4:30 a.m. un sujeto enmascarado entró y los acuchilló hasta matarlos.
Durante siete semanas los habitantes de Moscow, el pueblo donde ocurrió el crimen, estuvieron a la espera de cualquier pista que diera con el asesino. La policía descartó a los más cercanos: novios, exnovios, compañeras de vivienda y algunos vecinos. Pero la incertidumbre de no saber nada hizo que varios empezaran a indagar por sus propios medios. Los padres de Kaylee Goncalves, una de las víctimas, contrataron a un investigador privado y empezaron a contactar a medios e influencers para que no dejaran enfriar el caso.
Estos influencers que investigan y publican información sobre casos de crímenes se conocen popularmente en inglés como cybersleuths, que se traduce como “detectives cibernéticos”. Han ganado fama debido a la forma en que mercantilizan los asesinatos. Ellos mismos operan como investigadores y periodistas y van especulando sobre lo que creen que ocurrió. El caso de Idaho, por la demora de la policía en hacer un arresto y por el secretismo, potenció a los sleuths. De hecho, hace unos días se estrenó el documental Cybersleuths: The Idaho Murders (TV Series 2024) en donde se muestran todas las teorías de estos nuevos detectives.
El documental me llamó la atención porque reflexiona sobre cómo circula la información en redes sociales y cómo se construye la idea de verdad. Un caso en particular me perturbó profundamente. Una de estas “detectives cibernéticas” se dedicó todos los días a acusar a una profesora de la universidad como autora del asesinato. Según ella, la profesora estaba enamorada de una de las víctimas, quien supuestamente estaría involucrada románticamente con otra de las víctimas. Por celos, según la “detective”, la profesora entró a matarlas y de paso mató a otros dos que vio por ahí. A la profesora casi se le acaba la vida y no pudo volver a salir por un tiempo por culpa de una homofóbica con ganas de telenovela.
Después de las siete semanas, la policía, que estaba guardando silencio por la magnitud del caso y porque estaban trabajando con el FBI, arrestó a Bryan Kohberger, un estudiante de criminología de otra universidad cercana y a quien llevaban siguiéndole la pista por un rato. Los cybersleuths quedaron desconcertados. No resultaron siendo ni las compañeras de vivienda que sobrevivieron, ni un vecino “raro”, ni la profesora “depredadora”, como especularon por días. El culpable era alguien que ni estaba en el radar y había sido capturado por las cámaras seguridad y otras pruebas.
En el documental, entrevistan a una cybersleuth sobre la ética de su práctica. Ella argumenta que la diferencia entre lo que hacen y el periodismo contemporáneo es mínima. En última instancia, señala que todos buscan lo mismo: un clic. Esta afirmación me resultó inquietante. Aunque el periodismo varía en calidad y todavía contamos con producciones e investigaciones de alto calibre, sería ingenuo negar una tendencia creciente a fabricar relatos que, aunque parezcan creíbles, no son necesariamente verdaderos. Sin duda, hemos normalizado una especulación que se acerca peligrosamente a la difamación.