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La semana pasada, la escritora y activista Florence Thomas denunció el menú de desayunos de Pan Pa’ Ya para esta temporada. El “Desayuno Mujer Triple M” ofrece huevos, pan, jugo, fruta bebida caliente y galletas de nuez. El “Desayuno Hombre Poderoso” tiene tamal, huevo, bebida caliente, jugo, pan y buñuelo grande. Especulé un rato a qué se refiere el nombre “triple m” para la mujer. ¿A madre? ¿A modesta? ¿A mínima? El hombre poderoso tiene un desayuno sustancioso y calórico. La mujer, en cambio, el más ligero y dietético.
El interés por la dieta femenina no es sólo de Pan Pa’ Ya. Hace un par de meses fui a un café bogotano a desayunar y ordené los huevos estrellados. El mesero frunció su ceño, apretó sus labios y me dijo: “Es un plato grande, ¿no?”. Así, con ese tono antipático de pregunta retórica al final. Insistí que quería mis huevos. El mesero me insistió de vuelta que no iba a poder comérmelos. Finalmente cedí y pedí una muy millennial tostada de aguacate. Y aunque puntos para mi colesterol, cuál sería mi sorpresa cuando en la mesa del lado se sentó un hombre de mi tamaño, pidió los huevos estrellados y el mesero los anotó en su libreta sin reparo.
Pensando en estos incidentes, me acordé de esa escena de la película Roma de Alfonso Cuarón cuando se sientan los niños a la mesa y les traen fresas con crema de postre. La madre indica a Cleo, la empleada, que a Sofi, la niña, no le sirva “porque engorda”. En una escena más adelante vemos a la misma madre alimentando sin parar a Pepe, uno de los niños varones. Muy bien por Cuarón al recoger un detalle que permea la cultura latinoamericana: la mujer debe “cuidarse” y el hombre debe “cebarse”, pues el hombre, que hace cosas, necesita fuerza. En cambio, la mujer, que es florero, que crezca para ser frágil y delicada.
Traigo este tema a la discusión porque las fiestas de fin de año, que están orientadas a la comida, traen esa contradicción en la que se espera que se coma, pero que nadie, sobre todo las mujeres, se engorden. Volviendo a recorrer el camino de la memoria, también vino a mi mente la película Spencer de Pablo Larraín. Allí se narra lo que ocurre durante la víspera de la Navidad de 1991 en la finca de la reina de Inglaterra en Sandringham. En la película se recrea una práctica de la realeza, que al parecer viene de la época de Eduardo VII hacia 1901-1910, en la que los invitados se deben pesar antes y después de Navidad.
Para Diana, que padeció desórdenes alimenticios y quien tenía a la prensa las 24 horas comentando sobre su cuerpo, la práctica era una tortura. Se esperaba que los invitados subieran al menos tres libras de peso para demostrarles a los familiares que realmente habían disfrutado de las celebraciones. Un poco controlador, ¿no? Pues bien, 120 años después seguimos con la misma vocación. Esta Navidad, por favor, dejen a sus niñas comer, no hablen todo el tiempo de dietas, no estereotipen la comida entre sexos y géneros, y acostúmbrense a que el cuerpo de las mujeres no se comenta, punto. Incluso para utilizar el adjetivo “flaca” como alabanza. A nadie le corresponde vigilar el cuerpo ajeno, a nadie.